(Revista Vida Nueva) La Iglesia latinoamericana y caribeña, reunida hace ahora dos años en Aparecida, se halla hoy en estado de misión fruto de aquella cita episcopal.Esta ambiciosa empresa reclama la comunión de los discípulos misioneros en ella implicados: desde los obispos a los laicos, pasando por los sacerdotes, religiosos y religiosas. Y son estos últimos, cuestionados a veces en su comunión eclesial, los principales protagonistas de este ‘Pliego’, cuyas páginas recogen la ponencia pronunciada hace unos meses por Camilo Maccise durante el XIII Encuentro Nacional de Vicarios Episcopales para la Vida Consagrada celebrado en Querétaro (México). Unas reflexiones, en todo caso, que traspasan las fronteras de un país y de un continente con una invitación universal: hacerse uno desde la diversidad.
Además de tratar el sentido y los alcances de una Iglesia de comunión, Maccise recuerda la doctrina de Aparecida sobre la comunión de los discípulos misioneros, habla sobre la vida consagrada en una Iglesia de comunión; y termina indicando los problemas prácticos para lograrla y unas pistas de solución. En un apartado final, recoge las conclusiones fundamentales que extrae tras esta reflexión.
“Es importante y necesaria la comunión con el obispo entendida como unidad en la diversidad y no en la uniformidad y con el respeto al carácter meta-local de la Vida Consagrada. La unidad de todos los carismas la da Cristo. La comunidad de Cristo tiene su fundamento en el único Espíritu, la única vocación y el único bautismo. Su medida es la comunión en el Espíritu Santo. Él ha concedido a todos los miembros dones y los ha orientado al servicio. No existe diferencia entre el Espíritu que orienta a un ministerio establecido y a un ministerio no estructurado. La diversidad se da en cuanto a las funciones, porque la igualdad no es sinónimo de uniformidad“.
Más información en el nº 2.661 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, lea el ‘Pliego’ íntegro aquí.
