24 de enero de 2012

Compromiso de Aurora Burgui

Por
Con gran alegría os comunicamos la celebración del próximo compromiso como Asociada Laica de la Sagrada Familia de Burdeos, de Aurora Burgui.
Tendrá lugar el próximo 5 de febrero, en el Monasterio de Oteiza, durante la Eucaristía de la mañana. Unámonos con nuestra oración a éste gran acontecimiento tan especial para toda la Familia de Pedro Bienvenido Noailles.
EL COMITÉ NACIONAL DE ASOCIADOS LAICOS

15 de enero de 2012

Aprender a vivir

Por
15 de enero de 2012
Juan 1, 35-42

El evangelista Juan narra los humildes comienzos del pequeño grupo de seguidores de Jesús. Su relato comienza de manera misteriosa. Se nos dice que Jesús «pasaba». No sabemos de dónde viene ni adónde se dirige. No se detiene junto al Bautista. Va más lejos que su mundo religioso del desierto. Por eso, indica a sus discípulos que se fijen en él: «Éste es el Cordero de Dios».
Jesús viene de Dios, no con poder y gloria, sino como un cordero indefenso e inerme. Nunca se impondrá por la fuerza, a nadie forzará a creer en él. Un día será sacrificado en una cruz. Los que quieran seguirle lo habrán de acoger libremente.
Los dos discípulos que han escuchado al Bautista comienzan a seguir a Jesús sin decir palabra. Hay algo en él que los atrae aunque todavía no saben quién es ni hacia dónde los lleva. Sin embargo, para seguir a Jesús no basta escuchar lo que otros dicen de él. Es necesaria una experiencia personal.
Por eso, Jesús se vuelve y les hace una pregunta muy importante: «¿Qué buscáis?». Estas son las primeras palabras de Jesús a quienes lo siguen. No se puede caminar tras sus pasos de cualquier manera. ¿Qué esperamos de él? ¿Por qué le seguimos? ¿Qué buscamos?
Aquellos hombres no saben adónde los puede llevar la aventura de seguir a Jesús, pero intuyen que puede enseñarles algo que aún no conocen: «Maestro, dónde vives?». No buscan en él grandes doctrinas. Quieren que les enseñe dónde vive, cómo vive, y para qué. Desean que les enseñe a vivir. Jesús les dice: «Venid y lo veréis».
En la Iglesia y fuera de ella, son bastantes los que viven hoy perdidos en el laberinto de la vida, sin caminos y sin orientación. Algunos comienzan a sentir con fuerza la necesidad de aprender a vivir de manera diferente, más humana, más sana y más digna. Encontrarse con Jesús puede ser para ellos la gran noticia.
Es difícil acercarse a ese Jesús narrado por los evangelistas sin sentirnos atraídos por su persona. Jesús abre un horizonte nuevo a nuestra vida. Enseña a vivir desde un Dios que quiere para nosotros lo mejor. Poco a poco nos va liberando de engaños, miedos y egoísmos que nos están bloqueando.
Quien se pone en camino tras él comienza a recuperar la alegría y la sensibilidad hacia los que sufren. Empieza a vivir con más verdad y generosidad, con más sentido y esperanza. Cuando uno se encuentra con Jesús tiene la sensación de que empieza por fin a vivir la vida desde su raíz, pues comienza a vivir desde un Dios Bueno, más humano, más amigo y salvador que todas nuestras teorías. Todo empieza a ser diferente.
José Antonio Pagola

Domingo 2º Tiempo Ordinario

Por
Jornada del Emigrante y Refugiado
Mensaje papal “Migraciones y nueva evangelización”
“Salgamos al encuentro… abramos puertas” (CEE)

Monasterio Sagrada Familia (Oteiza de Berrioplano)
Texto-homilía del Capellán, Ramón Sánchez-Lumbier

En este domingo la Iglesia pone de relieve, de modo especial, el mundo de los emigrantes y refugiados. El Papa ha enviado su Mensaje. Analiza la compleja problemática que les afecta y que, a su vez, interpela a todos.
Al menos, en esta Eucaristía, hagámonos sensibles a tantos hermanos diseminados por todas partes, lejos de sus raíces. Lo haremos con la oración y el vivo deseo de que se reconozcan efectivamente sus derechos humanos fundamentales. Podréis leer y reflexionar el contenido de ese rico Mensaje pontificio. Aquí sólo quiero citar apelaciones a todos nosotros, a la conclusión del mismo:
“Las comunidades cristianas –dice el Papa- han de prestar una atención particular a los trabajadores inmigrantes y a sus familias, a través del acompañamiento de la oración, de la solidaridad y de la caridad cristiana; la valoración de lo que enriquece recíprocamente, así como la promoción de nuevos programas políticos, económicos y sociales, que favorezcan el respeto de la dignidad de toda persona humana, la tutela de la familia y el acceso a una vivienda digna, al trabajo y a la asistencia. Los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los laicos y, sobre todo, los hombres y las mujeres jóvenes han de ser sensibles para ofrecer apoyo a tantas hermanas y hermanos que, habiendo huido de la violencia, deben afrontar nuevos estilos de vida y dificultades de integración. El anuncio de la salvación en Jesucristo será fuente de alivio, de esperanza y de «alegría plena» (cf. Jn 15,11).
“De modo particular, las comunidades cristianas han de ser sensibles respecto a tantos muchachos y muchachas que, precisamente por su joven edad, además del crecimiento cultural, necesitan puntos de referencia y cultivan en su corazón una profunda sed de verdad y el deseo de encontrar a Dios… Estos se sentirán alentados a convertirse ellos mismos en protagonistas de la nueva evangelización si encuentran auténticos testigos del Evangelio y ejemplos de vida cristiana”.
Queridas hermanas y amigos: el Señor nos ama y nos ha convocado, quiere que vivamos con él y de él, partícipes de su gozo y de su paz, de su condición filial y de su servicio a los hermanos. Lo podemos celebrar una vez más. Podemos hacerlo en verdad, si dejamos que su voz resuene en nuestros corazones, si nos empeñamos en seguirle con amor. Sí, Jesús comienza su ministerio público con palabras y obras. También buscando silencio y soledad para hablar con su Padre Dios. Hoy escuchamos el primer diálogo de Jesús, en el evangelio de Juan, con los primeros llamados: ¿Qué buscáis?; -¿dónde vives? -¡Venid y lo veréis! Ese "ver" expresa la experiencia personal del encuentro: "fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día". Él instituyó a los Doce “para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar". La Iglesia es la comunidad que sigue al Señor. Sólo así puede servirlo y anunciarlo por todos los caminos. Estando con Cristo, tratando con él, “siguiéndolo”, los discípulos aprenden "sabiduría", alcanzan una nueva visión y valoración de la vida. No sólo por lo que se le "oye". También, y sobre todo, por lo que se experimenta estando con él: "lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos acerca de la palabra de la vida, os lo anunciamos" (cf. 1ª Jn. 1)
Aquellos pocos “seguidores” del Maestro son los primeros testigos. Andrés comunica la propia experiencia a su hermano Pedro y lo lleva hasta Jesús para que experimente también la gracia de un encuentro decisivo: Jesús se le queda mirando y, poco a poco, se operará una transformación radical en quien habría de ser el primero de muchos. Lo insinúa ya Jesús al cambiarle el nombre. Sí, Simón se llamará “Pedro” e irá siendo transformado por el trato con Jesús y por su santo Espíritu. “Evangelizado”, será evangelizador y testigo de Jesucristo Resucitado.
El encuentro con el Señor no es para los discípulos sólo un tesoro privado. Encontrarse con Cristo es riqueza que llena humanamente y se desborda llevando a compartirlo todo. El que ha tenido la gracia de ese encuentro singular no puede menos de comunicarlo en la intimidad de los amigos y proclamarlo. La pregunta de Jesús ¿vale ahora para nosotros? ¿Qué buscamos en la comunidad, en la familia, en el trabajo y ocio, en la convivencia social, en esta asamblea creyente? ¿Cuáles son para nosotros las aspiraciones más importantes? Como cristianos, como pueblo consagrado al Señor, ¿nos distinguimos por desear y buscar algo distinto a las apetencias de cuantos no creen en Cristo? Además, al compartir con otros el anhelo y la búsqueda de bienes humanos básicos, como la libertad y la verdad, la justicia y la paz, ¿lo hacemos por caminos evangélicos? De verdad, ¿buscamos al Señor?
La vocación cristiana, toda vocación a la fe en cualquiera de sus formas, es "don de Dios", pura gracia. Sabemos también que ese regalo nos viene a través de lo humano, de los signos, de las necesarias mediaciones históricas. Sabemos que el don mendiga acogida y respuesta personal. A cada uno de nosotros, en medio de su Pueblo, nos pregunta el Señor: "¿qué buscas?". Cada uno es libre para contestar. Para el que lo desee, la invitación se hace apremio: “ven y verás”. En distintas fases de nuestra vida hemos querido responderle con amor. También hoy y aquí nuestra presencia expresa la misma pasión. Deseamos seguir a Jesucristo como miembros de su Iglesia. Sí, precisamente en la Eucaristía dominical, ratificamos la opción para convivir como hermanos y para el servicio fraterno tan variado. Y Jesucristo nos ofrece su Evangelio. Más aún, se nos da él mismo. Su presencia salvadora, su amorosa entrega, su magistral ejemplo nos iluminan y fortalecen.
Estemos convencidos de que sólo viviendo “por él, con él y en él”, podremos ofrecer a otros muchos la Buena Noticia de su Presencia entrañable, llena de misericordia y de poder vivificante. Por su Santo Espíritu, “derramado en nuestros corazones”, seremos testigos del amor de Dios, de su perdón, de su verdad y justicia, de la gozosa hermosura de su Reino, de la esperanza activa por hallar su plenitud. El Papa concluye así su Mensaje: “Queridos amigos, invoquemos la intercesión de María, Virgen del Camino, para que el anuncio gozoso de salvación de Jesucristo lleve esperanza al corazón de quienes se encuentran en condiciones de movilidad por los caminos del mundo.”

Momento inolvidable

Por
Siempre hay una primera vez en todas las cosas que, cuando se trata de algo particularmente determinante de nuestra vida, no se olvida jamás. Esto vale en toda historia de amor de un modo especial; y de amor histórico, real, datable e inolvidable nos habla el relato del evangelio que vamos a escuchar en este domingo. Es sin duda alguna una de las más estremecedoras escenas: el encuentro de Jesús con sus dos primeros discípulos. Aquí está el comienzo de toda una aventura insospechada e inimaginable, de la que uno de los testigos, Juan evangelista, no podrá ni querrá dejar pasar inadvertida.
En primer lugar vemos a Jesús que pasa y al último profeta que lo señala. Una mirada que se hace enseguida confesión. “Es el Cordero de Dios”: el cordero sacrificado como ofrenda, el cordero comido como recuerdo de la salvación y fidelidad de Dios. Es importante esa mirada y esa confesión del Bautista, sin las cuales aquellos dos discípulos no habrían sabido quién era Aquel que pasaba ni habría sucedido todo lo que aconteció tras su paso. Juan Bautista simplemente miró, señaló y confesó; no hizo lo más importante, pero esto no habría acontecido sin lo que le correspondió a él hacer. El resto lo hizo Dios.
En segundo lugar tenemos una pregunta y una casa. Algo así de cotidiano. Aquellos dos discípulos comenzaron a seguir a Jesús, con un seguimiento henchido de búsquedas y de preguntas: el haber encontrado al maestro de su vida, el querer conocer su casa, el comenzar a convivir con él y a vivirle a él. El Evangelio dará cuenta de todas las consecuencias de este encuentro, de estas búsquedas y preguntas iniciales. Aquí está sólo el germen, pero tan incisivo e imprescindible, tan fundamental y tan fundante para el resto de sus vidas, que Juan evangelista no olvidará anotar cuando escriba esta página, ya anciano, la hora en que esto sucedió: las 4 de la tarde. Así sucede siempre con todo amor-Amor: no olvida jamás el instante de la primera vez aunque se le olviden tantas otras cosas. Este fue el inicio. Luego vendrá toda una vida, consecuencia de aquello que sucedió a la hora décima cuando vieron pasar a Jesús: el Tabor y su gloria, la última cena con su intimidad junto al costado del Maestro, Getsemaní y su sopor, el pie de la cruz, el sepulcro vacío y la postrera pesca milagrosa, el cenáculo y María en la espera del Espíritu, Pentecostés y la naciente Iglesia... tantas cosas con todos los matices que la vida siempre dibuja. Todo comenzó entonces a las 4 de la tarde.
Finalmente, nos encontramos con una misión incontenible. Aquellos discípulos no se encerraron en la casa de Jesús ni detuvieron el reloj del tiempo. Salieron de allí, y dieron las cinco y las seis, y las mil horas siguientes. Y a los que encontraban les narraban con sencillez lo que a ellos les había sucedido, permitiendo así que Jesús hiciera con los demás lo que con ellos había hecho. ¿No es esto el Cristianismo?

Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

14 de enero de 2012

Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2012

Por
Queridos hermanos y hermanas:
Anunciar a Jesucristo, único Salvador del mundo, «constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes»
(Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 14). Más aún, hoy notamos la urgencia de promover, con nueva fuerza y modalidades renovadas, la obra de evangelización en un mundo en el que la desaparición de las fronteras y los nuevos procesos de globalización acercan aún más las personas y los pueblos, tanto por el desarrollo de los medios de comunicación como por la frecuencia y la facilidad con que se llevan a cabo los desplazamientos de individuos y de grupos. En esta nueva situación debemos despertar en cada uno de nosotros el entusiasmo y la valentía que impulsaron a las primeras comunidades cristianas a anunciar con ardor la novedad evangélica, haciendo resonar en nuestro corazón las palabras de san Pablo: «El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16).
El tema que he elegido este año para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado –Migraciones y nueva evangelización– nace de esta realidad. En efecto, el momento actual llama a la Iglesia a emprender una nueva evangelización también en el vasto y complejo fenómeno de la movilidad humana, intensificando la acción misionera, tanto en las regiones de primer anuncio como en los países de tradición cristiana.
El beato Juan Pablo II nos invitaba a «alimentarnos de la Palabra para ser “servidores de la Palabra” en el compromiso de la evangelización…, [en una situación] que cada vez es más variada y comprometedora, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante mezcla de pueblos y culturas que la caracteriza» (Carta apostólica Novo millennio ineunte, 40). En efecto, las migraciones internas o internacionales realizadas en busca de mejores condiciones de vida o para escapar de la amenaza de persecuciones, guerras, violencia, hambre y catástrofes naturales, han producido una mezcla de personas y de pueblos sin precedentes, con problemáticas nuevas no solo desde un punto de vista humano, sino también ético, religioso y espiritual. Como escribí en el Mensaje del año pasado para esta Jornada mundial, las consecuencias actuales y evidentes de la secularización, la aparición de nuevos movimientos sectarios, una insensibilidad generalizada con respecto a la fe cristiana y una marcada tendencia a la fragmentación hacen difícil encontrar una referencia unificadora que estimule la formación de «una sola familia de hermanos y hermanas en sociedades que son cada vez más multiétnicas e interculturales, donde también las personas de diversas religiones se ven impulsadas al diálogo, para que se pueda encontrar una convivencia serena y provechosa en el respeto de las legítimas diferencias». Nuestro tiempo está marcado por intentos de borrar a Dios y la enseñanza de la Iglesia del horizonte de la vida, mientras crece la duda, el escepticismo y la indiferencia, que querrían eliminar incluso toda visibilidad social y simbólica de la fe cristiana.
En este contexto, los inmigrantes que han conocido a Cristo y lo han acogido son inducidos con frecuencia a no considerarlo importante en su propia vida, a perder el sentido de la fe, a no reconocerse como parte de la Iglesia, llevando una vida que a menudo ya no está impregnada de Cristo y de su Evangelio. Crecidos en el seno de pueblos marcados por la fe cristiana, a menudo emigran a países donde los cristianos son una minoría o donde la antigua tradición de fe ya no es una convicción personal ni una confesión comunitaria, sino que se ha visto reducida a un hecho cultural. Aquí la Iglesia afronta el desafío de ayudar a los inmigrantes a mantener firme su fe, aun cuando falte el apoyo cultural que existía en el país de origen, buscando también nuevas estrategias pastorales, así como métodos y lenguajes para una acogida siempre viva de la Palabra de Dios. En algunos casos se trata de una ocasión para proclamar que en Jesucristo la humanidad participa del misterio de Dios y de su vida de amor, se abre a un horizonte de esperanza y paz, incluso a través del diálogo respetuoso y del testimonio concreto de la solidaridad, mientras que en otros casos existe la posibilidad de despertar la conciencia cristiana adormecida a través de un anuncio renovado de la Buena Nueva y de una vida cristiana más coherente, para ayudar a redescubrir la belleza del encuentro con Cristo, que llama al cristiano a la santidad dondequiera que se encuentre, incluso en tierra extranjera.
El actual fenómeno migratorio es también una oportunidad providencial para el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo. Hombres y mujeres provenientes de diversas regiones de la tierra, que aún no han encontrado a Jesucristo o lo conocen solamente de modo parcial, piden ser acogidos en países de antigua tradición cristiana. Es necesario encontrar modalidades adecuadas para ellos, a fin de que puedan encontrar y conocer a Jesucristo y experimentar el don inestimable de la salvación, fuente de «vida abundante» para todos (cf. Jn 10,10); a este respecto, los propios inmigrantes tienen un valioso papel, puesto que pueden convertirse a su vez en «anunciadores de la Palabra de Dios y testigos de Jesús resucitado, esperanza del mundo» (Exhortación apostólica Verbum Domini, 105).
En el comprometedor itinerario de la nueva evangelización en el ámbito migratorio, desempeñan un papel decisivo los agentes pastorales –sacerdotes, religiosos y laicos–, que trabajan cada vez más en un contexto pluralista: en comunión con sus Ordinarios, inspirándose en el Magisterio de la Iglesia, los invito a buscar caminos de colaboración fraterna y de anuncio respetuoso, superando contraposiciones y nacionalismos. Por su parte, las Iglesias de origen, las de tránsito y las de acogida de los flujos migratorios intensifiquen su cooperación, tanto en beneficio de quien parte como, de quien llega y, en todo caso, de quien necesita encontrar en su camino el rostro misericordioso de Cristo en la acogida del prójimo. Para realizar una provechosa pastoral de comunión puede ser útil actualizar las estructuras tradicionales de atención a los inmigrantes y a los refugiados, asociándolas a modelos que respondan mejor a las nuevas situaciones en que interactúan culturas y pueblos diversos.
Los refugiados que piden asilo, tras escapar de persecuciones, violencias y situaciones que ponen en peligro su propia vida, tienen necesidad de nuestra comprensión y acogida, del respeto de su dignidad humana y de sus derechos, así como del conocimiento de sus deberes. Su sufrimiento reclama de los Estados y de la comunidad internacional que haya actitudes de acogida mutua, superando temores y evitando formas de discriminación, y que se provea a hacer concreta la solidaridad mediante adecuadas estructuras de hospitalidad y programas de reinserción. Todo esto implica una ayuda recíproca entre las regiones que sufren y las que ya desde hace años acogen a un gran número de personas en fuga, así como una mayor participación en las responsabilidades por parte de los Estados.
La prensa y los demás medios de comunicación tienen una importante función al dar a conocer, con exactitud, objetividad y honradez, la situación de quienes han debido dejar forzadamente su patria y sus seres queridos y desean empezar una nueva vida.
Las comunidades cristianas han de prestar una atención particular a los trabajadores inmigrantes y a sus familias, a través del acompañamiento de la oración, de la solidaridad y de la caridad cristiana; la valoración de lo que enriquece recíprocamente, así como la promoción de nuevos programas políticos, económicos y sociales, que favorezcan el respeto de la dignidad de toda persona humana, la tutela de la familia y el acceso a una vivienda digna, al trabajo y a la asistencia.
Los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los laicos y, sobre todo, los hombres y las mujeres jóvenes han de ser sensibles para ofrecer apoyo a tantas hermanas y hermanos que, habiendo huido de la violencia, deben afrontar nuevos estilos de vida y dificultades de integración. El anuncio de la salvación en Jesucristo será fuente de alivio, de esperanza y de «alegría plena» (cf. Jn 15,11).
Por último, deseo recordar la situación de numerosos estudiantes internacionales que afrontan problemas de inserción, dificultades burocráticas, inconvenientes en la búsqueda de vivienda y de estructuras de acogida. De modo particular, las comunidades cristianas han de ser sensibles respecto a tantos muchachos y muchachas que, precisamente por su joven edad, además del crecimiento cultural, necesitan puntos de referencia y cultivan en su corazón una profunda sed de verdad y el deseo de encontrar a Dios. De modo especial, las Universidades de inspiración cristiana han de ser lugares de testimonio y de irradiación de la nueva evangelización, seriamente comprometidas a contribuir en el ambiente académico al progreso social, cultural y humano, además de promover el diálogo entre las culturas, valorizando la aportación que pueden dar los estudiantes internacionales. Estos se sentirán alentados a convertirse ellos mismos en protagonistas de la nueva evangelización si encuentran auténticos testigos del Evangelio y ejemplos de vida cristiana.
Queridos amigos, invoquemos la intercesión de María, Virgen del Camino, para que el anuncio gozoso de salvación de Jesucristo lleve esperanza al corazón de quienes se encuentran en condiciones de movilidad por los caminos del mundo. Aseguro todos mi oración, impartiendo la Bendición Apostólica.

La cuesta que cuesta subir

Por
CARTA SEMANAL DEL ARZOBISPO DE OVIEDO
15 DE ENERO DE 2012

Queridos hermanos y amigos: Paz y Bien. Sube la cuesta. Una cuesta que cuesta subir. Han terminado las fiestas navideñas, como una dulce tregua que por unos días con nuestra gente más querida, hemos podido brindar gozosos por tantas cosas hermosas: recordar y actualizar el significado de la Navidad cristiana, dejarnos envolver por unas fechas que tienen música y magia en el desenfado más tierno y verdadero, gozar de personas y lugares amados que en estos días se hacen siempre presentes. Sí, tantos motivos, no pocas ocasiones, en donde a modo de tregua inocente hemos podido holgar en una justa alegría llena de encanto y embelesados por su canto.
Pero, hay navidades que sencillamente se desmontan como días antes se pudieron montar. Unas navidades que ni más ni menos… se desenchufan. Acaso se pueden guardar en las cajas adecuadas para el año que viene si Dios quiere. Pero su implacable fecha de caducidad impone fieramente su punto final sin que se pueda negociar en absoluto la prórroga de un punto y seguido.
Entonces vuelven las cosas cotidianas que dejamos de algún modo entre paréntesis al comienzo de las fiestas navideñas. Los más peques hablan de “volver al cole”, y esto es también lo que los adultos escenificamos al concluir estos días especiales: volvemos a nuestro diario caminar, tejido de todos los hilos que sostiene nuestra trama de cada día. Así es, que lo que nos hacía daño nos vuelve a doler, lo que nos sumió en mil preocupaciones nos seguirá ahora amenazando, los conflictos pendientes no han fallado a su cita de reclamarnos una solución. Cuántos nombres con su fecha y dirección tienen estos registros. Cómo son pesarosas las cosas que nos abruman, asustan, y nos provocan, aquellas que son para nosotros tremendos retos e innombrables desafíos.
Pero junto a todo esto, también estarán presentes al acabar la dulce tregua de la Navidad cristiana, lo que hace que esta fiesta no concluya jamás. Porque a pesar de todos los pesares, hay una esperanza que no defrauda en nuestras vidas, que nos hace seguir aguardando al Señor que no deja de bendecirnos de mil modos. Y hay también una fe que nos mantiene firmes como la roca en medio del más encrespado oleaje o del más airado vendaval. Y existe sobre todo un amor que pone en nuestros ojos una manera diferente de ver las cosas, de ponerles nombre, de sentir su cercanía, de atemperar su lejanía: es el amor de caridad con el que nos asemejamos al Señor a cuya imagen estamos hechos por Él, un amor que pone en nuestros latidos el mismo pálpito que se escucha en el Corazón del mismo Dios.
Sube la cuesta, sí. Una cuesta que cuesta subir, como cuando llegan estos primeros días de cada año. Pero en medio de estas calendas, y cuando en este enero frío se nos pueden congelar también las esperanzas, la fe o el amor, se vislumbra un tiempo en el que seguir reconociendo una grandeza: lo que Dios nos sigue dando en lo que no deja de bendecirnos, por más que sean concretas las apreturas que nos embargan, o sean precisos los temores o las angosturas. Se abre así un tiempo sereno, que es irremediablemente humilde, sin particulares festejos, pero que nos propicia la certeza de que en medio de todo es posible la verdadera alegría.
Una cuesta que no debe subirse solitariamente, sino debidamente acompañados por la presencia discreta del buen Dios, de María nuestra Santina y de los Santos, y por aquellos hermanos o hermanas que como adecuada compañía el Señor nos ha dado.
Recibid mi afecto y bendición.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

8 de enero de 2012

Dice el necio "No hay Dios"

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25 años de asociado

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Último compromiso Pozuelo julio 2019

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Imagen en la Isla

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MONASTERIO de OTEIZA

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