26 de abril de 2015

Mensaje del Santo Padre Francisco en la VII Cumbre de las Américas

Por
Compartimos esta vez el mensaje del Papa Francisco que se leyó en la VII Cumbre de las Américas:



Al Excelentísimo Señor
Juan Carlos Varela Rodríguez,
Presidente de Panamá
Como anfitrión de la VII Cumbre de las Américas, deseo hacerle llegar mi saludo cordial y, a través de Usted, a todos los Jefes de Estado y de Gobierno, así como a las delegaciones participantes. Al mismo tiempo, me gustaría manifestarles mi cercanía y aliento para que el diálogo sincero logre esa mutua colaboración que suma esfuerzos y supera diferencias en el camino hacia el bien común. Pido a Dios que, compartiendo valores comunes, lleguen a compromisos de colaboración en el ámbito nacional o regional que afronten con realismo los problemas y trasmitan esperanza.
Me siento en sintonía con el tema elegido para esta Cumbre: «Prosperidad con equidad: el desafío de la cooperación en las Américas». Estoy convencido –y así lo expresé en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium– de que la inequidad, la injusta distribución de las riquezas y de los recursos, es fuente de conflictos y de violencia entre los pueblos, porque supone que el progreso de unos se construye sobre el necesario sacrificio de otros y que, para poder vivir dignamente, hay que luchar contra los demás (cf. 52, 54). El bienestar así logrado es injusto en su raíz y atenta contra la dignidad de las personas. Hay «bienes básicos», como la tierra, el trabajo y la casa, y «servicios públicos», como la salud, la educación, la seguridad, el medio ambiente…, de los que ningún ser humano debería quedar excluido.
Este deseo –que todos compartimos–, desgraciadamente aún está lejos de la realidad. Todavía hoy siguen habiendo injustas desigualdades, que ofenden a la dignidad de las personas. El gran reto de nuestro mundo es la globalización de la solidaridad y la fraternidad en lugar de la globalización de la discriminación y la indiferencia y, mientras no se logre una distribución equitativa de la riqueza, no se resolverán los males de nuestra sociedad (cf. Evangelii gaudium 202).
No podemos negar que muchos países han experimentado un fuerte desarrollo económico en los últimos años, pero no es menos cierto que otros siguen postrados en la pobreza. Además, en las economías emergentes, gran parte de la población no se ha beneficiado del progreso económico general, sino que frecuentemente se ha abierto una brecha mayor entre ricos y pobres. La teoría del «goteo» o «derrame» (cf. Evangelii gaudium 54) se ha revelado falaz: no es suficiente esperar que los pobres recojan las migajas que caen de la mesa de los ricos. Son necesarias acciones directas en pro de los más desfavorecidos, cuya atención, como la de los más pequeños en el seno de una familia, debería ser prioritaria para los gobernantes. La Iglesia siempre ha defendido la «promoción de las personas concretas» (Centesimus annus, 46), atendiendo sus necesidades y ofreciéndoles posibilidades de desarrollo.
Me gustaría también llamar su atención sobre el problema de la inmigración. La inmensa disparidad de oportunidades entre unos países y otros hace que muchas personas se vean obligadas a abandonar su tierra y su familia, convirtiéndose en fácil presa del tráfico de personas y del trabajo esclavo, sin derechos, ni acceso a la justicia… En ocasiones, la falta de cooperación entre los Estados deja a muchas personas fuera de la legalidad y sin posibilidad de hacer valer sus derechos, obligándoles a situarse entre los que se aprovechan de los demás o a resignarse a ser víctimas de los abusos. Son situaciones en las que no basta salvaguardar la ley para defender los derechos básicos de la persona, en las que la norma, sin piedad y misericordia, no responde a la justicia.
A veces, incluso dentro de cada país, se dan diferencias escandalosas y ofensivas, especialmente en las poblaciones indígenas, en las zonas rurales o en los suburbios de las grandes ciudades. Sin una auténtica defensa de estas personas contra el racismo, la xenofobia y la intolerancia, el Estado de derecho perdería su legitimidad.
Señor Presidente, los esfuerzos por tender puentes, canales de comunicación, tejer relaciones, buscar el entendimiento nunca son vanos. La situación geográfica de Panamá, en el centro del continente Americano, que la convierte en un punto de encuentro del norte y el sur, de los Océanos Pacífico y Atlántico, es seguramente una llamada, pro mundi beneficio, a generar un nuevo orden de paz y de justicia y a promover la solidaridad y la colaboración respetando la justa autonomía de cada nación.
Con el deseo de que la Iglesia sea también instrumento de paz y reconciliación entre los pueblos, reciba mi más atento y cordial saludo.
Vaticano, 10 de abril de 2015

Francisco

4 de abril de 2015

Poncio Pilato en el credo

Por

Os dejamos una reflexión de Victor Codina sobre el papel de Poncio Pilato en el credo:

No deja de ser sorprendente que tanto en el credo corto (el llamado credo apostólico) como en el credo largo (el credo niceno-constantinopolitano) que profesamos en la eucaristía dominical, se cite a Poncio Pilato, bajo cuyo poder Jesús padeció, fue crucificado, muerto y sepultado. Resulta extraño e incluso escandaloso que junto al Padre, a su Hijo Jesucristo encarnado en María virgen y junto al Espíritu Santo, se mencione a Poncio Pilato.

Pilato, gobernador de Judea (26-36) fue un hombre a la vez débil ante las presiones populares y  prepotente, cruel, arbitrario y despiadado,  “el romano imperialista, puñetero y desalmado” como canta la Misa Nicaragüese…  Aunque reconoció la inocencia de Jesús acusado por la envidia de los sacerdotes, no lo liberó para no caer en desgracia del Cesar Tiberio: “si lo dejas en libertad no eres amigo del Cesar” (Jn 29,12). Él quería hacer carrera ante Roma, por esto se lavó cobardemente las manos  (Mt 27, 24)  y mandó crucificar a Jesús. Años más  tarde Pilato fue destituido de su cargo por  sus brutales actuaciones y desterrado a las Galias. ¿Cómo se explica, pues, esta extraña intromisión de Pilato en el credo?

Cuando la Iglesia  primitiva introdujo a Pilato en el credo  no actuó irresponsablemente sino con gran sabiduría. La referencia a Pilato sitúa a Jesús en la historia humana, en el tiempo: bajo el Imperio romano y en Judea, donde Poncio Pilato era gobernador. Jesús, y por tanto la fe cristiana centrada en Jesús el Hijo del Padre encarnado en Maria, no es una invención, un sueño, una ideología o un hermoso mito para consolar nuestra angustia vital. Jesús es un acontecimiento ciertamente extraordinario, novedoso y misterioso, pero histórico, forma parte de la historia de salvación, forma parte de nuestra historia humana.

Y es una gran noticia que el que padeció, fue crucificado y sepultado bajo el poder Poncio Pilato, haya resucitado y esté sentado junto al Padre. El que resucitó fue el mismo Jesús de Nazaret que pasó por el mundo haciendo el bien y liberando a las víctimas de la opresión (Hch 10,38).

Esta es la dimensión histórica de la fe que subyace en el credo al citar a Poncio Pilato, la que fundamenta que los cristianos sigamos a Jesús  en el mundo y el tiempo de hoy,  discernamos los signos de los tiempos y  anunciemos al mundo de hoy la alegría del evangelio. Y es una llamada a no lavarnos las manos ante los problemas reales de nuestro tiempo, a no anteponer nuestros intereses egoístas a la defensa de la verdad y de la justicia, ni a no contentarnos con preguntar escépticos, como Pilato “¿Y qué es la verdad?” (Jn 18,38). Porque la verdad es ponerse al lado de los que sufren, al lado de los pobres y oprimidos, como hizo Jesús: Él es la verdad (Jn 14,14).  El lavarse las manos como Pilato acaba produciendo víctimas…

La presencia de Pilato en el credo no solo enraíza a Jesús en la historia sino que se convierte en un aviso, en el negativo de cómo no debemos actuar en la vida: no podemos actuar como Pilato. Todo esto lo podemos tener presente cuando al recitar el credo, tanto el corto como el largo,  digamos que Jesús “padeció bajo el poder de Poncio Pilato”….

                                                                                                     Víctor Codina

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