31 de mayo de 2009

Católicos en la vida pública. Escrito por +Jesús, Obispo de Ávila

Por
Queridos amigos:
Durante todo el curso 2008 – 2009, los movimientos de Apostolado Seglar han trabajado el tema de “Los católicos en la vida pública”. Después de todo lo que hemos ...

...reflexionado en nuestros encuentros, nos disponemos, en la fiesta de Pentecostés, a llegar a unos compromisos de vida.
Recordemos en qué consiste el apostolado de los laicos: “Los fieles laicos viven en el mundo implicados en todas y cada una de las ocupaciones y trabajos del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, de la que su existencia se encuentra como entretejida. Son llamados por Dios para contribuir desde dentro, a modo de fermento, a la santificación del mundo, mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida, y con la luz de su fe, esperanza y caridad”. (cf. Los fieles laicos).
Jesús nos lo ha dicho con una imagen bien expresiva: “Vosotros sois la sal de la Tierra”. Esta imagen evangélica de la sal es bien sugerente y significativa para los laicos. Por un lado, expresa la plena participación y la profunda inserción en la Tierra, en el mundo, en la comunidad humana. Y por otro, expresa también la novedad y la originalidad de esta participación y de esta inserción. Una vida fundida con la de las gentes, con sus sufrimientos, sus angustias, sus esperanzas e ilusiones de vida, sanadora a lo divino. La imagen de la sal nos habla de compartir las condiciones ordinarias de la vida con los hombres y mujeres de nuestro mundo y de ser fermento de la Historia.
¿Qué cualidades tiene la sal? En primer lugar, SAZONAR. Dar sabor al manjar. Esta es la misión del cristiano laico: sazonar lo desaborido allí donde va, en el sitio donde vive, a las gentes con quienes trata. Hacer agradable la vida de fe, amable la virtud y alegre el sacrificio, consolador el sufrimiento. Debe trabajar, expresarse, obrar siempre con tan buen espíritu, tratar al prójimo con tanto agrado, prodigarle tantos consuelos, llevar a su ánimo una persuasión que sazone toda su vida.
En segundo lugar, CAUTERIZAR. Restañar la sangre de las heridas y curar otras enfermedades con el cauterio. La virtud amable, la afabilidad, la condescendencia, la tolerancia del cristiano hace cicatrizar más pronto las heridas. La caridad, el amor de Dios, purifica cuanto toca.
Finalmente, PRESERVAR. Es decir, proteger, poner a cubierto anticipadamente una persona o cosa de algún daño o peligro. Donde se deposita la sal no puede haber corrupción. Y en donde se encuentra un verdadero creyente, tampoco debe existir. Sus palabras y conversaciones, su modo de actuar, toda su persona, debe ser antídoto contra la corrupción.
En los días pasados hemos asistido al espectáculo de la justificación social y política del aborto, y de la persecución de quienes se oponen a esta horrible ley. Para defender el aborto se ha llegado a decir que el feto, hasta la semana 14 de gestación, no es un ser humano, sino solamente un ser vivo. Y se ha justificado la permisión del aborto con el fin de que las mujeres disfruten con seguridad. En el fondo de esta cuestión no está sólo la valoración o anulación de la vida humana, sino también el cambio de modelo de sociedad. En España nos enfrentamos a lo que se ha llamado “poder inocente”, una forma suave de persuasión y transformación insensible del pensamiento y las costumbres de la sociedad, que está más allá del bien y del mal, y que reivindica la inocencia, la ingenuidad permanente como criterio de actuación. En este marco se podría instalar la Ley del Aborto, la permisión sin límites de la píldora abortiva, y otros proyectos ya realizados o por realizar.
Ante esa situación, el laico cristiano ha de tomar conciencia de que es sal de la Tierra. ¿Cómo la sal produce esos efectos? Salando, comunicando a toda la masa el intenso sabor que la sal tiene. La sal sala con el testimonio de la palabra y de la vida del cristiano, de las personas de bien. La sal sala también derritiéndose a sí misma, con el servicio, la entrega, la abnegación, la donación de uno mismo. Sólo desde estas virtudes se pueden curar las heridas de la humanidad.
¿Podemos dejar de ser sal? Ciertamente. Admitiendo formas de pensar o de actuar en desacuerdo con el espíritu evangélico. No considerando como esencial punto de referencia la figura de Jesús y la jerarquía de valores que su aceptación impone. Cuando se intenta hacer compatible la luz con las tinieblas. Cuando se anuncia el Evangelio de la Paz desde una lucha abierta por prevalecer sobre los demás. Cuando vivimos desde la autosuficiencia y desde la vanidad. Cuando se habla de la caridad, y en lugar de servir se busca el ser servido. Cuando se recurre a la democracia reinante y se aplastan los más fundamentales derechos humanos, estableciendo como norma absoluta el criterio personal. Cuando ejercemos el “poder inocente” para llegar al totalitarismo. Cuando se habla de Dios y se vive tan cómodamente en el mundo como si Él no existiera. O cuando se habla de la necesidad de confesar la propia fe, y ésta se silencia ante aquellos que pueden perjudicar nuestros intereses por ser creyentes. Cuando se habla de la esperanza en el más allá, y se tiene la esperanza y la vida puesta en el más acá. Cuando la alegría cristiana ha sido suplantada por el confort humano. Cuando se habla del desprendimiento estando atrapados por el dinero. Cuando se habla de la verdad y se vive de la gran mentira.
Queridos amigos laicos cristianos. Que la venida del Espíritu Santo ilumine vuestra inteligencia y fortalezca vuestra voluntad, vuestro corazón, en el testimonio de la verdad y del bien.
+Jesús, Obispo
Tomado de la revista Eclesalia.

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