28 de noviembre de 2011

Reflexiones sobre el IBI

Por
Jorge, Sacerdote de la Parroquia Beata María Ana Mogas del barrio Tres Olivos de Madrid

En algunos ayuntamientos de Madrid Izquierda Unida está pidiendo a la iglesia que renuncie al privilegio de su exención del IBI. Y creo que puede ser bueno aclarar a la gente qué es esto.
En estos días se han levantado voces que solicitan que la iglesia deje de estar exenta del pago del IBI, el impuesto de bienes inmuebles, porque es un privilegio y porque en estos tiempos de crisis los ayuntamientos no se pueden permitir el renunciar a lo recaudado por ese concepto.
Quiero con esta entrada aclarar algunas cosas sobre ese supuesto privilegio de la Iglesia católica, haciendo dos consideraciones.

PRIMERA CONSIDERACIÓN
La exención del IBI (impuesto sobre bienes inmuebles) no es en absoluto un privilegio especial de la iglesia católica.
Por ley, están exentos de IBI:
• Servicios públicos (Defensa, Seguridad, Educación y Servicios penitenciarios).
• Los inmuebles destinados a usos religiosos por aplicación de Convenios con la Santa Sede, con la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas, con la Federación de Comunidades Israelitas y con la Comisión Islámica.
• Pertenecientes a gobiernos extranjeros o que les sea de aplicación la exención por convenios internacionales.
• Los pertenecientes a Cruz Roja.
• Los terrenos ocupados por las líneas de ferrocarriles y los edificios enclavados en los mismos terrenos.
• Colegios concertados.
• Pertenecientes al patrimonio histórico-artístico.
• Entidades sin fines lucrativos.
Y no digamos las ventajas fiscales de que gozan partidos políticos y sindicatos: No tienen que declarar lo ingresado por cuotas, las subvenciones, las donaciones, los rendimientos de sus actividades económicas, los rendimientos procedentes de las rentas de su patrimonio.
Pues ya ven:
Nadie pide que partidos políticos y sindicatos renuncien a sus enormes ventajas fiscales.
Nadie que paguen el IBI las mezquitas o templos budistas.
Nadie clama por el pago del IBI de embajadas o colegios, o grandes palacios.
Ni exigen que lo pague el ejército o las comisarías, las estaciones de RENFE o las cárceles.
No. Nada de nada, pero que lo pague la Iglesia.

SEGUNDA CONSIDERACIÓN
Leo que se pide el pago del IBI por parte de la Iglesia porque en un momento de crisis los ayuntamientos necesitan ese dinero. Pues se me ocurren varias cosas. Pero sólo me voy a detener en una de ellas.
Esta crisis está generando evidentemente una gran pobreza.
¿Qué están haciendo por los pobres las embajadas, los propietarios de los grandes palacios, las mezquitas…?
¿Qué están haciendo por ellos los ayuntamientos?
Porque a Caritas llegan cada día personas enviadas por sus ayuntamientos para que les echemos una mano, ya que ellos andan justos de presupuesto.
No los envían a los sindicatos ni a los partidos, a las mezquitas o sinagogas, embajadas o legaciones diplomáticas.
No. Los envían a las parroquias.
En esta parroquia de un servidor llevamos atendidas más de 250 personas sin trabajo, de las que ya han conseguido empleo más de ochenta.
Ayudamos con alimentos a treinta familias a las que se llena el carro de la compra dos veces al mes. Y no es nada. Tengo compañeros que atienden a 150 familias.
Pues ya ven la solución. Que el IBI lo pague la Iglesia para ayudar a salir de la crisis. Justo a la institución que más está haciendo por sacar adelante a esa gente, justo a ésa, que le suban los impuestos.
Y los partidos y sindicatos, tan solidarios ellos, ¿no van a renunciar a alguno de sus privilegios? ¿Nadie va a pedir que paguen el IBI las embajadas de USA, Rusia, Cuba o China? ¿Nadie exigirá impuestos a las mezquitas? ¿Y a Renfe? ¿Y a la duquesa de Alba?
Pues no, que pague la Iglesia.
Y mientras, los ayuntamientos enviándonos pobres porque ellos no tienen presupuesto.
Ayer nos llegaron otras dos familias derivadas desde la junta municipal.
Resulta divertido: Iglesia, que paguen ustedes el IBI, que hay que salir de la crisis, y de paso que me atiendan a estas familias, que me he quedado sin presupuesto.
¡¡YA ESTÁ BIEN DE CALLAR!!

27 de noviembre de 2011

La casa de Jesús

Por
27 de noviembre de 2011
Marcos 13, 33-37

Jesús está en Jerusalén, sentado en el monte de Los Olivos, mirando hacia el Templo y conversando confidencialmente con cuatro discípulos: Pedro, Santiago, Juan y Andrés. Los ve preocupados por saber cuándo llegará el final de los tiempos. A él, por el contrario, le preocupa cómo vivirán sus seguidores cuando ya no le tengan entre ellos.
Por eso, una vez más les descubre su inquietud: «Mirad, vivid despiertos». Después, dejando de lado el lenguaje terrorífico de los visionarios apocalípticos, les cuenta una pequeña parábola que ha pasado casi desapercibida entre los cristianos.
«Un señor se fue de viaje y dejó su casa». Pero, antes de ausentarse, «confió a cada uno de sus criados su tarea». Al despedirse, sólo les insistió en una cosa: «Vigilad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa». Que cuando venga, no os encuentre dormidos.
El relato sugiere que los seguidores de Jesús formarán una familia. La Iglesia será "la casa de Jesús" que sustituirá a "la casa de Israel". En ella todos son servidores. No hay señores. Todos vivirán esperando al único Señor de la casa: Jesús el Cristo. No lo olvidarán jamás.
En la casa de Jesús nadie ha de permanecer pasivo. Nadie se ha de sentir excluido, sin responsabilidad alguna. Todos son necesarios. Todos tienen alguna misión confiada por él. Todos están llamados a contribuir a la gran tarea de vivir como Jesús al que han conocido siempre dedicado a servir al reino de Dios.
Los años irán pasando. ¿Se mantendrá vivo el espíritu de Jesús entre los suyos? ¿Seguirán recordando su estilo servicial a los más necesitados y desvalidos? ¿Lo seguirán por el camino abierto por él? Su gran preocupación es que su Iglesia se duerma. Por eso, les insiste hasta tres veces: «vivid despiertos". No es una recomendación a los cuatro discípulos que lo están escuchando, sino un mandato a los creyentes de todos los tiempos: «Lo que os digo a vosotros, os lo digo a todos: velad».
El rasgo más generalizado de los cristianos que no han abandonado la Iglesia es seguramente la pasividad. Durante siglos hemos educado a los fieles para la sumisión y la obediencia. En la casa de Jesús sólo una minoría se siente hoy con alguna responsabilidad eclesial.
Ha llegado el momento de reaccionar. No podemos seguir aumentando aún más la distancia entre "los que mandan" y "los que obedecen". Es pecado promover el desafecto, la mutua exclusión o la pasividad. Jesús nos quería ver a todos despiertos, activos, colaborando con lucidez y responsabilidad.
José Antonio Pagola

Domingo 1º Adviento

Por
Domingo 1º Adviento 27-11-2011
Monasterio Sagrada Familia (Oteiza de Berrioplano)
Texto-homilía del Capellán, Ramón Sánchez-Lumbier

En Adviento nuevo queremos recibir fuerte descarga de esperanza. Para vivir mejor la Buena Noticia de Jesucristo. El Señor está cerca, aunque no lo veamos. No sabemos cuándo vendrá pero, imprevisible, es siempre fiel y revelará la plenitud de su gloria. Hoy se nos apremia al amor activo y a esperar al único que puede colmar la vida de todos.
El profeta Isaías (cf. 1ª lect.) supo interpretar las señales. En el s. VI a.C. los babilonios habían conquistado Jerusalén. La ciudad y el templo quedaron en ruinas; los campos, desiertos; las familias, destrozadas; miles de muertos, muchos desterrados y cautivos... Se alzaban lamentos y quejas en oración: “Tú, Señor, eres nuestro Padre, nuestro Redentor. Vuélvete, por amor a tus siervos. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases! Nosotros, la arcilla; y tú, el alfarero: todos somos obra de tu mano. Mira que somos tu pueblo”. ¡Sí, hubo gracia del Dios vivo y volvió a surgir la vida!
En nuestros días muchos viven sin saber a qué atenerse; desorientados por tantas cosas, ya ni siquiera preguntan qué merece la pena. En contextos diversos, distraídos y angustiados por dramas y vacíos, la esperanza viva es como un milagro diario. También lo es la solidaridad y la gratuidad y el cantar a la vida, a pesar de los pesares. ¿Quién impulsa aún la sincera búsqueda, secreta o expresa, de una libertad verdadera y de una mayor justicia social? ¿No será el mismo Dios? Sí, Él es quien aviva el ansia de paz y de fraternidad. Podemos decir que la esperanza renacida tiene sus raíces en esa profunda añoranza de Dios. Porque Él nos creó “a su imagen y semejanza”, capaces de amor infinito… Podemos invocarlo con el salmista: “Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.
Gracias al querer y obrar de Dios, todo este mundo no es un caos. El curso de la humanidad y nuestra existencia en ella es real peregrinación que cuenta con salida y meta, y con señales orientadoras para el común y esforzado caminar. La bondad de Dios está en el origen y al final. También lo está, aunque no resulte evidente, en el hoy de esta creación y en el camino de cada uno. Incluso está en lo más íntimo de nosotros mismos… Por ello, ¡podemos esperar!
Sí, Cristo vive entre nosotros y hace posible que todo –digo: todo, todo- se convierta en ocasión de gracia y de encuentro, de misericordia y de abrazo liberador. “Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. Vivir el Adviento es tener valor para aventurarse con más audacia por el camino de la fe, de la esperanza y del amor. Se trata de ir, agraciados en Jesucristo, hacia la casa de Dios, la casa de la vida eterna y de la fraternidad universal.
Alegrémonos, pues, con el principal mensaje del Adviento. En verdad, no son pocos los que aguardan al Señor y sirven a los hermanos. Creen que el Reino de Dios les pertenece y lo esperan apasionadamente dando y recibiendo. Escuchan la Palabra de Dios y se enardecen. Desde su concreta posición, fieles a la vocación recibida, acogen y celebran el Reino de Dios ya presente, lo proclaman y sirven. A la vez, fortalecidos en el amor, lo saben esperar velando en oración y amando a los hermanos. Conocen el sufrimiento, pero experimentan que el Señor está con ellos, y confían en que Él cumplirá sus promesas y llevará a plenitud lo que ya ha comenzado. Como todos, necesitan la fuerza de lo alto, el Espíritu que hace gemir a la creación entera en la esperanza de “la gran liberación”… “Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.
Queridas hermanas y amigos: “Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo Jesucristo. ¡Y él es fiel!” (2ªlect.). Por el Espíritu derramado en nuestros corazones, clamamos con toda la Iglesia:
¡Ven, Señor Jesús! Ven, del modo que tú sabes, a todo lugar donde hay injusticia y violencia; ven a los campos de refugiados y hambrientos en tantos sitios del mundo… Ven también a los corazones de quienes te han olvidado y de los que viven sólo para sí mismos. Ven donde aún eres el gran desconocido. Ven, a tu modo, y renueva este mundo... Ven y renueva nuestra vida. Que, al acogerte con gozo, nosotros mismos podamos ser, por tu gracia, ‘luz y sal’ de la tierra, testimonio fiel de tu presencia salvadora. ¡Ven, Señor Jesús!
Que la Virgen María, Madre de Jesucristo y Madre nuestra, nos enseñe y ayude. Con Ella y como Ella, acojamos el amor y la llamada de Dios. Todo se nos da al celebrar la Eucaristía, la Pascua liberadora, fuente de vida y de paz. Realmente Jesucristo es la salvación y la única esperanza digna de fe, la esperanza viva que alimenta y purifica todas las nuestras. Hermanas y amigos: ¡Dichoso Adviento en este difícil 2011!

Tiempo de esperar con esperanza

Por
Domingo 1º de Adviento. Mc 13,33-37
27 de noviembre de 2011

Ha llegado el momento de recomenzar. Así cada año al inicio de nuestro año cristiano con estas semanas que nos adentran y preparan como tiempo fuerte para ese otro tiempo de gracia que es la Navidad.
Pero es preciso que tal adentramiento tenga que ver con nuestra vida real, que haya una correspondencia entre lo que esperamos de veras y lo que se nos está prometiendo. Las palabras que envuelven la Palabra de Dios de este primer domingo de adviento son la espera y la vigilancia. Una espera que nos asoma al acontecimiento que –lo sepamos o no- aguardamos que suceda, y una vigilancia que nos despierta para no estar dormidos cuando le veamos pasar. ¿Cómo estaba la gente que, por primera vez, se las tuvo que ver con eso que nosotros hoy llamamos adviento? Había un gran grito que colgaba en sus gargantas: necesitaban algo nuevo, Alguien nuevo. Efectivamente, necesitaban abrazar una novedad que les arrebatase de sus zafiedades vulgares, de sus encerronas sin salida, de sus dramas insolubles, de sus trampas disfrazadas, de sus odios y tristezas, de sus errores y horrores...
Alguien que de verdad fuese la respuesta adecuada a sus búsquedas y anhelos. Era el primer adviento, la sala de espera de Alguien que realmente mereciera la pena y les soltase la cautiva posibilidad de ser felices. ¿Cabe esperar a Alguien que en el fondo esperan nuestros ojos, oídos y corazón... o tal vez ya estamos entretenidos suficientemente como para arriesgarnos a reconocer que hay demasiados frentes abiertos en nosotros y entre nosotros que, precisamente, están reclamando la llegada del Esperado?
El adviento que hoy comenzamos es una pedagogía de cuatro semanas que nos acompañará hasta la Navidad. Irán apareciendo los temas y los personajes con los que el evangelio de cada domingo nos invitará a esperar vigilando. “Vigilad”, dice Jesús en el evangelio de este domingo, porque el que ha venido hace veinte siglos y ha prometido volver al final de los tiempos, llega incesantemente al corazón y a la vida de quien no se cierra. Vigilad, es decir, entrad en la sala de espera del adviento, poned vuestras preguntas al sol, porque va a venir Aquel que únicamente las ha tomado en serio y Aquel que únicamente las puede responder: Jesucristo, redentor del hombre. Vigilad, estad despiertos, la espera que os embarga no es una quimera pasada y cansada sino la verdadera razón que cada mañana pone en pie nuestra vida para reconocer a Aquel que cada instante no deja de pasar. Por eso no repetimos cansinos viejos ritos que no nos dicen nada ya, sino la novedad eterna que nos regala este tiempo de esperanza y espera.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

26 de noviembre de 2011

1º Domingo de Adviento

Por
A ti levanto mi alma, Señor; Dios mío, en ti confío.
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25 de noviembre de 2011

Luces que no se apagan

Por
La semana pasada hablaba de los cristianos perseguidos en Pakistán , hoy me paro en otro de los lugares donde vivir la fe , es un delito. Esta vez con el testimonio de un seminarista.
¿Cómo viven los seminaristas en China?
Es difícil de contestar, ya que, dependiendo a la situación de cada diócesis, cambia el modo de vivir en el seminario. Lo que voy a decir sobre mi seminario es un pequeño reflejo de los seminarios clandestinos.
Cuando entré en el seminario, éramos casi 30 chicos, procedentes de tres lugares diferentes del país. Nosotros, el curso más joven –casi todos teníamos 17 años – vivíamos en una cueva, construida por los seminaristas mayores en una montaña tan alta que nos parecía vivir en el cielo. Aquella era nuestra capilla, nuestra aula de clase, y también el comedor.
Debajo de nosotros había una aldea, de unos 100 habitantes, todos católicos. Eran los que nos protegían, y los que nos subían el arroz, la harina y las verduras. Durante la semana, no teníamos mucho tiempo libre, porque había que aprovechar las horas al máximo, pues allí nadie sabe cuánto puede durar un curso. De lunes a viernes, teníamos ocho clases diarias, con asignaturas muy variadas. Los sábados hacíamos la limpieza, y los domingos podíamos salir a hacer una pequeña excursión por la montaña. El tiempo de formación antes eran cinco años; ahora son diez, como mínimo.
El primer año vivimos muy felices en aquella cueva, nadie se quejó de la humedad ni de la comida, pues el amor fraterno lo suple todo. La oración y el estudio son nuestra tarea principal, porque sabemos que Cristo necesita soldados bien armados de ciencia y de santidad para extender su reino en China. Cuando alguno está enfermo, o le duele el estómago, o la pierna –porque hay mucha humedad–, el formador suele decirle bromeando que son síntomas de vocación, porque casi todos los curas tienen tales enfermedades. ¡Pues, ya ves cómo Dios confirma la llamada! Nosotros sabemos que el dolor de estómago del formador es debido a la mala alimentación que tuvo cuando estuvo en la cárcel, pues le daban muy poca comida, y mala.
Cuando le preguntamos qué pensaba en la cárcel, nos dijo: «En la comida; después del desayuno, uno ya comienza a esperar el almuerzo, porque siempre teníamos hambre». El trabajo en la cárcel no era muy duro, pero cansaba mucho: tenía que escoger pelos de cerdos durante horas y horas, para la fabricación de cepillos de zapatos. Mi formador tenía un sentimiento especial con aquellos cepillos. Cuando Dios bendice, bendice con la cruz. Así, estábamos casi acostumbrados a que Dios, de vez en cuando, nos mandaba una pequeña cruz.
En aquel tiempo, cuando rezábamos, podíamos cantar; también podíamos reírnos a carcajadas, hablar en voz alta, salir a dar paseos…Gozamos de bastante libertad durante casi un curso entero. Luego tuvimos que irnos a otro sitio. Es que los policías se enteraron de la existencia de un grupo de los nuestros, que vivían en otra montaña. Les capturaron a todos cuando estaban almorzando. En el camino a la comisaría, una feligresa vio a un seminarista en el jeep de policía haciéndole señales, así que subió corriendo adonde nosotros estábamos para avisarnos. Cuando llegó, estábamos preparando la cena. El formador, sin pensar ni un segundo, en seguida nos mandó huir. Bajamos de la montaña cruzando un bosque, de dos en dos. Todavía no éramos conscientes del miedo, nos parecía casi divertido aquello de huir corriendo de la policía. Hacíamos competiciones para ver quién corría más rápido.
Una vez salimos de la casa, los fieles de la aldea metieron piensos para los animales domésticos en la cueva, y echaron polvo en el cristal de la ventana, que siempre había estado muy limpia. Esa misma noche, subieron los policías, llevando perros, para capturarnos también a nosotros. Dios pensó que todavía no era el tiempo. Ya no había nadie allí. Tres meses después, nos reunimos en otra provincia. Nos dijo el Rector que los seminaristas detenidos recibieron una condena de tres años de cárcel, y que tenían que cavar piedras, ya que el sitio era montañoso y hacía falta construir caminos. En esta nueva casa, el formador nos dijo que fuéramos más prudentes y cautelosos, no sólo por nuestra seguridad, sino también por la de la familia que nos había acogido. Así que no podíamos hablar en voz alta, ni reírnos demasiado, y mucho menos salir de la habitación, para que no se enterasen los vecinos. Pero, no sé cómo, siempre acaban enterándose.
Por eso teníamos que cambiar de casa cada muy poco tiempo –como mucho, cada medio año–. Hasta el día de hoy, los seminaristas de mi diócesis siguen llevando este estilo de vida, huyendo de un sitio para otro. Cuando en alguna fiesta, como la Pascua, quieren cantar los chicos, el formador elige a uno o dos para que canten, y en voz baja…
La Iglesia en China lleva siglos de persecución. La sangre de los mártires, semilla de los nuevos cristianos, está brotando. Una primavera del cristianismo está llegando a China. Cada año, a pesar de la falta de libertad religiosa, miles y miles chinos se bautizan. Ahora más que nunca hacen falta misioneros intelectualmente bien preparados; tenemos que dar razones de nuestra esperanza a la gente. Para llevar a cabo esta misión, la Iglesia en Europa nos ha ofrecido su ayuda: muchos movimientos de la Iglesia quieren encargarse de la educación de los seminaristas chinos. Así, muchas diócesis han enviado a sus seminaristas a Europa para recibir una mejor formación y para que luego puedan servir mejor a la Iglesia. Lo que quiero es que la gente conozca un poco más cómo viven los seminaristas en China ahora, porque se habla mucho de la apertura de China, el desarrollo de China, incluso de la mejoría de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y China, como si en China hubiera libertad religiosa ya. Yo quería escribir un poco cómo estudian los seminaristas en China, porque estudian mucho.
Ciertamente tenemos pocos recursos para ello, pero estudian mucho, porque saben que la Iglesia lo necesita –me dolió mucho escuchar a un cardenal que dijo que el clero de la Iglesia clandestina es inculto–. El año pasado fui a China; la vida de los seminaristas sigue siendo como antes, no pueden hablar ni cantar en voz alta. El día de la Asunción de la Virgen, no se imaginan cuántas ganas tenían los chicos de cantar una misa a la Virgen, pero no podían; cerramos todas las ventanas y puertas en pleno agosto, para que pudieran cantar algo.
Se habla mucho de la Iglesia oficial o patriótica, y la Iglesia clandestina o fiel a Roma, pero la cuestión de fondo no está en esto, sino en el sistema político: para el comunismo no existe la persona, por consiguiente, ni sus derechos, y mucho menos la libertad religiosa. Queremos todos ver una Iglesia unida en China, pero es el Gobierno el que no lo quiere.
Al amable lector, le ruego que en su momento de oración se acuerde de los obispos y los sacerdotes que están todavía en la cárcel, y rece por los seminaristas, para que seamos aptos para el reino de Dios.

20 de noviembre de 2011

Fiesta de Cristo Rey

Por
Mateo 25, 31-46
20-11-2011

Lo decisivo
El relato no es propiamente una parábola sino una evocación del juicio final de todos los pueblos. Toda la escena se concentra en un diálogo largo entre el Juez que no es otro que Jesús resucitado y dos grupos de personas: los que han aliviado el sufrimiento de los más necesitados y los que han vivido negándoles su ayuda.
A lo largo de los siglos los cristianos han visto en este diálogo fascinante "la mejor recapitulación del Evangelio", "el elogio absoluto del amor solidario" o "la advertencia más grave a quienes viven refugiados falsamente en la religión". Vamos a señalar las afirmaciones básicas.
Todos los hombres y mujeres sin excepción serán juzgados por el mismo criterio. Lo que da un valor imperecedero a la vida no es la condición social, el talento personal o el éxito logrado a lo largo de los años. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a los necesitados de ayuda.
Este amor se traduce en hechos muy concretos. Por ejemplo, «dar de comer», «dar de beber», «acoger al inmigrante», «vestir al desnudo», «visitar al enfermo o encarcelado». Lo decisivo ante Dios no son las acciones religiosas, sino estos gestos humanos de ayuda a los necesitados. Pueden brotar de una persona creyente o del corazón de un agnóstico que piensa en los que sufren.
El grupo de los que han ayudado a los necesitados que han ido encontrando en su camino, no lo han hecho por motivos religiosos. No han pensado en Dios ni en Jesucristo. Sencillamente han buscado aliviar un poco el sufrimiento que hay en el mundo. Ahora, invitados por Jesús, entran en el reino de Dios como "benditos del Padre".
¿Por qué es tan decisivo ayudar a los necesitados y tan condenable negarles la ayuda? Porque, según revela el Juez, lo que se hace o se deja de hacer a ellos, se le está haciendo o dejando de hacer al mismo Dios encarnado en Cristo. Cuando abandonamos a un necesitado, estamos abandonando a Dios. Cuando aliviamos su sufrimiento, lo estamos haciendo con Dios.
Este sorprendente mensaje nos pone a todos mirando a los que sufren. No hay religión verdadera, no hay política progresista, no hay proclamación responsable de los derechos humanos si no es defendiendo a los más necesitados, aliviando su sufrimiento y restaurando su dignidad.
En cada persona que sufre Jesús sale a nuestro encuentro, nos mira, nos interroga y nos suplica. Nada nos acerca más a él que aprender a mirar detenidamente el rostro de los que sufren con compasión. En ningún lugar podremos reconocer con más verdad el rostro de Jesús.
José Antonio Pagola

Jesucristo, Rey del universo

Por
Monasterio Sagrada Familia (Oteiza de Berrioplano)
Texto-homilía del Capellán, Ramón Sánchez-Lumbier
Es el último domingo del año litúrgico. Proclamamos que Jesucristo es “Rey”, es decir: Jesús es el Señor, Primogénito de entre los muertos, Cabeza de la Iglesia y de la nueva humanidad. ¿Se le puede votar? ¿No te hicieron llegar su programa? Supongo, sí, que ya conoces algo porque, en Él, todo ha sido llamado a la plenitud y, por Él, todo hallará perfección. “Y, así, Dios lo será “todo para todos” (cf. 2ª lect.).
Tenemos la dicha de creer que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios encarnado, la Palabra eterna de Dios que asumió nuestra humana condición. Nos fue entregado por amor, nació pobre, vivió sencillamente, pasó haciendo el bien, afrontó la adversidad con fortaleza, y padeció la muerte perdonando a sus enemigos y encomendándose al Padre.
Así, triunfó Jesús sobre el pecado, así venció el poder de la muerte para bien de todos. Ahora vive resucitado. Es el Hermano universal que, exaltado en la gloria de Dios, nos está ofreciendo a todos su mismo Espíritu, su misma Vida, su Evangelio, su Mandamiento nuevo, sus Bienaventuranzas. No tenemos otro Camino para ir al Padre y alcanzar nuestra más honda verdad.
Queridas hermanas y amigos: la vida eterna de los bienaventurados la podemos experimentar ya viviendo el mandamiento del amor, amor que el Espíritu Santo pone en nosotros. Sí, lo confesamos con gozo: Jesucristo es el Tesoro y el Programa para la mejor realización personal y colectiva. “Cristo tiene que reinar”. La fe en Jesús de Nazaret, el Señor resucitado, renueva la esperanza de cuantos se entregan con amor a la transformación del mundo. Y quien vive en justicia y amor, aunque aún no haya sido evangelizado, ha sido también ‘tocado’ por el Reinado de Dios.
Jesús mostró reticencias para aceptar el título de Mesías/Rey. Hoy el evangelio refleja un episodio donde sí lo asume claramente: después de hablar de la venida en gloria del Hijo del Hombre, dos veces se autocalifica Jesús como rey que dialoga con gente de toda nación. “Rey” y “Señor”, ya lo sabéis, son términos que piden interpretación, desde las claves del Evangelio, cuando son aplicados a Jesús. Su señorío y reinado son muy especiales: no se revelan en la fuerza sino en la debilidad de la encarnación, del servicio por amor y hasta la cruz. “Se humilló; por eso, Dios lo exaltó”. Con su vida y su pascua, Jesús manifiesta a Dios; un Dios salvador, que reúne y guía al pueblo. Un pueblo por Él creado, un pueblo siempre y fielmente amado.
Lo propone la primera lectura del profeta Ezequiel y lo contempla y lo canta el salmo responsorial: como el pastor bueno vive solícito por su rebaño, así Dios promete liberación, reunión, curación, atención y cuidados. Jesús se identifica como “el Buen Pastor” que da su vida por todos y a todos ofrece la salvación. Piedad y ternura sin par, comprensión e infinita misericordia son rasgos distintivos de Jesucristo-Rey. ¡Qué maravilla!: el Señor del universo es la Verdad eterna de Dios y, también para todo ser humano, es la Bondad entrañable y eficaz, el Amor liberador.
La segunda lectura aludía también al reinado de Cristo. Se trata de un reinado que se va haciendo en el combate y en la victoria sobre todo cuanto se opone al proyecto salvador de Dios. Cada vez que alguna indigencia humana es vencida (llámese hambre, sed, dolor, enfermedad, soledad, pecado...) el reinado de Jesucristo muestra su poder salvador. La lucha sólo terminará con la victoria total sobre la muerte: “el último enemigo aniquilado será la muerte”. Sólo Jesucristo Resucitado, Vencedor de la muerte y Señor de la Vida, ha podido dar origen a “los cielos nuevos y la tierra nueva”. El universo tiene en Él su fuente, su sentido y su meta.
En fin, el evangelio de hoy, con la alegoría del juicio último, nos sitúa ante el “Rey” que, “sentado en su trono”, viene a juzgar. Su “juicio” es y será examen de amor. Un examen que se puede ir aprobando o suspendiendo día a día. Porque “la nota final” pasa por una original “evaluación permanente” acerca del amor al prójimo en la ayuda al necesitado.
Sí, para cada uno de los humanos, de algún modo, la eternidad se hace en la historia y es gratuita y luminosa, a la vez que exigente, la lección evangélica: Jesús se nos hace particularmente presente en los que sufren, en los despreciados y maltratados, en los marginados y quebrantados por cualquier injusticia.
Que el Espíritu Santo nos ayude a creer de verdad, a amar a los hermanos día a día y a esperar el pleno cumplimiento del reinado de Dios. Reino que ya ha comenzado con la manifestación del gran Dios y Salvador, nuestro Señor Jesucristo. ¡A Él la gloria por los siglos de los siglos! Está entre nosotros. Lo celebramos con gozo. ¡Amén!

Dios Rey que se hace súbdito

Por
Solemnidad de Cristo Rey del Universo.
Mt 25,31-46
20 de noviembre de 2011

Llegamos al término de todo un año en el que hemos ido acompañando a Jesús, Dios hecho hombre, a través de los diferentes momentos de su vida y ministerio redentor. Acabando el año cristiano se nos presenta una solemni¬dad del Señor que en¬marca el sentido de este domingo último: Cristo Rey del Universo.
Recordemos que Herodes, al comienzo de la vida del Señor, y Pilato al final, cada uno desde sus intereses, tuvieron miedo de este Jesús Rey. Pero la realeza de Jesús no era una alternativa política-religiosa de nadie, ni traía su persona ninguna subversión con apariencia piadosa y adentros revolucionarios. Ni Pilato ni Herodes entendieron la realeza de Jesús, y por eso la persiguieron cada uno a su modo. Su realeza, se ha ido presentando y desgranando como un auténtico servicio: reinar para servir. Por eso rechazará la propuesta de Satanás en la tentación del poderío (Mt 4,8); o se marchará lejos huyendo al monte cuando la gente quería coronarle rey tras la multiplicación de los panes y los peces (Jn 6,15). Jesús se reconoce rey, pero de otra manera. Es un rey que no tiene reparo en hacerse uno con los súbditos más desfavorecidos.
El juicio final del que nos habla este Evangelio, en el cual estarán presentes todas las naciones ante el trono de la gloria del Hijo del Hombre, será precisamente el juicio de quien tanto ha amado a sus ovejas, como admirablemente dibuja Ezequiel en la 1ª lectura (Ez 34,11-16). Es la imagen del Buen Pastor que Jesús hará suya después (Jn 10,1-21). ¿Cómo temer el juicio de quien tanto nos amó?
Pero este juicio misericordioso no sólo tendrá lugar solemnemente al final de los tiempos. Porque si la vida nueva consiste en encontrar, y reconocer, y amar al Hijo de Dios para permanecer así en la luz y en la verdad. Esto es lo que nos dice la parábola de este Evangelio desde la estrecha vinculación que el rey-pastor Jesús hace de su persona con cada uno de los hombres, especialmente los más desfavorecidos.
Por eso hemos de repetir otra vez que debemos vigilar sobre nuestra fe y nuestra vida cristiana, pero no al modo pagano: “por si acaso viene Dios y nos pilla” (actitud típica de quien sólo revisa y “pone al día” su cristianismo ante determinadas situaciones: boda, primera comunión de los hijos, una operación o cualquier otro peligro de muerte, etc.). Dios no es ese inevitable intruso en nuestra vida, del que se puede prescindir y al que se trata de esquinar. El juicio final está continuamente antici¬pado en lo cotidiano de nuestra vida. El cristianismo no puede zanjarse en un curso intensivo, habiendo vivido descristiana¬mente el resto de la vida. De la misma manera que cuanto decimos y hacemos por Jesús, tiene una verificación también cotidiana en el amor al prójimo: “Os aseguro que cuanto hicisteis con uno de esos mis humildes herma¬nos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).

Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

18 de noviembre de 2011

34 Domingo Tiempo Ordinario

Por
El Señor es mi Pastor, nada me falta Cristo Rey

6 de noviembre de 2011

Encender una fe gastada

Por
6 de noviembre de 2011
Mateo 25,1-13

La primera generación cristiana vivió convencida de que Jesús, el Señor resucitado, volvería muy pronto lleno de vida. No fue así. Poco a poco, los seguidores de Jesús se tuvieron que preparar para una larga espera.
No es difícil imaginar las preguntas que se despertaron entre ellos. ¿Cómo mantener vivo el espíritu de los comienzos? ¿Cómo vivir despiertos mientras llega el Señor? ¿Cómo alimentar la fe sin dejar que se apague? Un relato de Jesús sobre lo sucedido en una boda les ayudaba a pensar la respuesta.
Diez jóvenes, amigas de la novia, encienden sus antorchas y se preparan para recibir al esposo. Cuando, al caer el sol, llegue a tomar consigo a la esposa, los acompañarán a ambos en el cortejo que los llevará hasta la casa del esposo donde se celebrará el banquete nupcial.
Hay un detalle que el narrador quiere destacar desde el comienzo. Entre las jóvenes hay cinco «sensatas» y previsoras que toman consigo aceite para impregnar sus antorchas a medida que se vaya consumiendo la llama. Las otras cinco son unas «necias» y descuidadas que se olvidan de tomar aceite con el riesgo de que se les apaguen las antorchas.
Pronto descubrirán su error. El esposo se retrasa y no llega hasta medianoche. Cuando se oye la llamada a recibirlo, las sensatas alimentan con su aceite la llama de sus antorchas y acompañan al esposo hasta entrar con él en la fiesta. Las necias no saben sino lamentarse: «Que se nos apagan las antorchas». Ocupadas en adquirir aceite, llegan al banquete cuando la puerta está cerrada. Demasiado tarde.
Muchos comentaristas tratan de buscar un significado secreto al símbolo del «aceite». ¿Está Jesús hablando del fervor espiritual, del amor, de la gracia bautismal…? Tal vez es más sencillo recordar su gran deseo: «Yo he venido a traer fuego a la tierra, y ¿qué he de querer sino que se encienda?». ¿Hay algo que pueda encender más nuestra fe que el contacto vivo con él?
¿No es una insensatez pretender conservar una fe gastada sin reavivarla con el fuego de Jesús? ¿No es una contradicción creernos cristianos sin conocer su proyecto ni sentirnos atraídos por su estilo de vida?
Necesitamos urgentemente una calidad nueva en nuestra relación con él. Cuidar todo lo que nos ayude a centrar nuestra vida en su persona. No gastar energías en lo que nos distrae o desvía de su Evangelio. Encender cada domingo nuestra fe rumiando sus palabras y comulgando vitalmente con él. Nadie puede transformar nuestras comunidades como Jesús.
José Antonio Pagola

Domingo 32

Por
Monasterio Sagrada Familia (Oteiza de Berrioplano)
Texto-homilía del Capellán, Ramón Sánchez-Lumbier
AMOR-ESCUCHA-OBEDIENCIA-SERVICIO-AMOR

La primera lectura predisponía para el Evangelio al presentar la Sabiduría amable y apetitosa. Deseado es el novio, el esposo, que ya llega para llevarnos al cielo. El anuncio pide vigilancia activa. Idéntica lección, con imágenes diversas, se nos ofrecerá en próximos domingos. ¿Esperamos al Esposo con amor? ¿Tienen aceite las lámparas de nuestras personas y comunidades?
“La sensatez egoísta de las vírgenes prudentes, que no ceden nada de su aceite, puede molestarnos con razón. Pero es detalle narrado de paso, sin ningún afán aleccionador. El ‘punto’ de la parábola está en la reserva del aceite. El encuentro del hombre con Dios no se puede improvisar en el último instante ni pueden hacerlo otros por uno mismo. Es algo que debe recorrer la vida entera como irreemplazable responsabilidad. A Dios ‘le encuentran los que le buscan’.” (cf, Misal)
¿Cómo afronta el futuro nuestra humanidad? ¿Qué busca en la superficie de los días y en sus profundos anhelos de siempre? Es fácil observar un desgaste de esperanza. A veces, su rasgo más evidente es la actitud negativa ante la vida, no ser capaz de captar lo bueno, lo hermoso, lo positivo de personas, acontecimientos y cosas. Sin vital confianza, no se espera gran cosa de la vida y se va rebajando el nivel de las opciones. Casi, casi, perdieron todo interés. Si todo está mal, todo es inútil… O al revés.
Pasividad y escepticismo, también tristeza, son la habitual compañía de tanta gente; algo ha muerto por dentro. El mal humor, el pesimismo y la amargura corroen personas y relaciones. Aparece un peligroso cansancio y la falta del más mínimo entusiasmo. No es la natural fatiga del trabajo. Se trata de aburrimiento interior que hiere cuanto toca. Resulta comprensible, si no se tiene fe en el Dios vivo, cuando vivir y convivir resulta ser duro y severo desafío. Pero podemos acoger la Buena Noticia y es mundo nuevo:
“El ser humano no puede vivir sin esperanza. Pero ¿es posible esto?; y ¿quién puede dársela cuando muchas esperanzas han sido infelizmente defraudadas en los últimos tiempos? Iluminados por la fe en Jesucristo, con humilde certeza, sabemos que no os engañamos diciendo que la esperanza es posible también hoy y que es posible para todos. Dios, en su amor paterno, no priva a nadie de esta posibilidad porque quiere que cada uno pueda ser plenamente feliz. Por este motivo, con la alegría y la autoridad de quien sabe que habla en nombre de Nuestro Señor Jesucristo que nos ha mandado, nos convertimos en embajadores y testigos del “Evangelio de la esperanza” para toda Europa”. (Sínodo obispos europeos, 1999)
Amigos y hermanas, sabemos que todo ser humano es un enigma y hasta un misterio. Sin embargo, vacío de espíritu, no puede caminar hacia su verdadero progreso. El cristiano, que pierde de vista la perspectiva de la resurrección y de la vida eterna, acaba desorientado. Debemos mantener viva y activa la esperanza en el regalo último del amor de Dios: la plenitud del Reino, la felicidad sin fin, la fraternidad universal. Lo apuntaba san Pablo en la segunda lectura: “así estaremos siempre con el Señor”.
Sí, el cristiano sólo crece cuando acierta a alimentar “la lámpara” de su fe, que pide vivir fundamentado en el Dios y Padre de Jesús, no en sí mismo; vivir de la fe en Dios, experimentar la sabiduría de esperar en sus promesas, buscar y hacer su voluntad. Sólo los buscadores de Dios, perseverantes en la noche, valientes y prudentes, podrán abrir vías a la espiritualidad cristiana y podrán ser anuncio de Jesucristo para todos.
Nadie sabe cuándo vendrá el Señor, pero volverá, nos encontraremos con Él. Los preparados podrán entrar en la fiesta del banquete de las bodas. Cada uno ha de responder en su libertad. El evangelio de hoy nos pone en guardia para no dejar pasar los días superficialmente y “a lo loco”. Vivamos, sí, la alegría de la salvación ya presente, sirviendo con amor generoso y anhelando la “plena manifestación de los hijos de Dios”, cuando se revelará en su gloria el que es la meta de la entera creación y nuestra más rica esperanza, Jesucristo.
El salmo responsorial ayudaba a sentir más honda sed de Dios. Esa misma sed de Amor total se reflejaba en la inquietud de los cristianos de Tesalónica. Adiestrémonos también nosotros en la escuela de la Sabiduría, que se deja encontrar por aquellos que la buscan sinceramente.
Estamos en Noviembre. La caída de la hoja evidencia el final de una etapa del proceso biológico. Vendrán otras primaveras. El ciclo natural sugiere convicciones profundas: “nuestras vidas son del Señor; en sus manos descansarán; el que vive y cree en Él no morirá”. Sabemos que envejecer no es desgracia; sabemos que debemos estar siempre prontos a renovar el aceite de la fe, a potenciar la luz de la esperanza, a esparcir sencillamente el aroma del amor. Lo importante es añadir vida -calidad de vida- a nuestros años, mientras esperamos con amor la vuelta gloriosa del Señor.

2 de noviembre de 2011

Dichosos vosotros

Por
DICHOSOS VOSOTROS
Porque, sin meter ruido, fuisteis escuchados por Dios.
Porque, sin ser reconocidos, Dios os ha galardonado.
Porque, sin pretender riquezas, el Señor fue vuestro tesoro.
Porque, sin ser comprendidos, comprendisteis la Palabra.

DICHOSOS VOSOTROS.
Que gozais lo que nosotros quisiéramos festejar.
Que saltais de alegría al lado del Creador.
Que destellais en alegría desbordante y celeste.
Que gustais lo que, tantas veces, vivísteis con sencillez.

DICHOSOS VOSOTROS.
Que no os acobardásteis ante las dificultades.
Que no confundísteis paz con tranquilidad de conciencia.
Que no os dejásteis vencer por el poderoso caballero don dinero.

DICHOSOS VOSOTROS.
Que, sin ser perseguidos, vísteis en ello un soplo hacia el cielo.
Que, siendo humillados, intuísteis que Dios os engrandecía.
Que, siendo apartados, no os alejásteis del Camino.
Que no sucumbísteis a falsos ideales que el mundo os ofreció.

DICHOSOS VOSOTROS.
Que sonreís en el cielo.
Que rezáis por los que aquí intentamos la bienaventuranza.
Que ofrecéis a Dios vuestra felicidad por los que no la tienen.

DICHOSOS VOSOTROS.
Porque después de cumplir al dedillo el plan de Dios,
tenéis bien merecida esa santidad que hoy el Señor,
la Iglesia, los cristianos y todos los hombres de buena voluntad
reconocen en vuestra virtud heroica, constante y sin tregua.

¡DICHOSOS Y FELICES VOSOTROS!

1 de noviembre de 2011

Invitación al Congreso

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