18 de febrero de 2010

Inversiones cuaresmales

Por
Dolores Aleixandre

Alandar
La Cuaresma ya no es lo que era: la vigilia de los viernes ha decaído mucho y hasta Paul McCartney recomienda los “lunes sin carne”; ya no se tapan con telas moradas los santos de las iglesias y no hay estrenos de cine el sábado de gloria porque tampoco hay ya sábado de gloria, así que el imaginario cuaresmal no pasa por sus mejores momentos.

Bien es verdad que hay intentos creativos por mantener su antiguo rigor, como el de un grupo de jóvenes (“Cofradía del esparto” creo que se llaman) que reciben un lazo de cuerda después de la ceniza y se comprometen a toda clase de abstinencias cuaresmales.
Como imagino que esta cofradía suscitará escaso entusiasmo en los lectores de alandar, aporto una escena de la vida del profeta Jeremías que puede darnos otras ideas: estamos en 587 a.C., en una Jerusalén sitiada por Nabucodonosor y sus tropas y sus habitantes, conscientes de que les quedan tres telediarios para irse deportados a Babilonia. En medio del frenesí general por vender casas y tierras para llevarse dinero líquido al destierro, Jeremías toma la decisión de comprarle una finquita rústica a su primo Hanamel, inversión totalmente absurda porque nadie daba dos duros por la posibilidad de retornar. Quizá más de uno se burló de aquel gesto ridículo que sonaba a otra extravagancia más de aquel hombre contradictorio que siempre iba a contracorriente: “¿Qué director de banco le habrá aconsejado esta inversión estúpida?”, se preguntarían muchos. “¿Es que no lee las páginas de economía de los periódicos ni consulta las tendencias actuales de la Bolsa?” Pues no, no las consultaba, bastante tenía con estar atento y dejarse conducir por una Palabra que le empujaba a vivir expuesto al riesgo extremo y le invadía como un fuego que le quemaba hasta los huesos. “Así que compré el campo de Anatot a mi primo Hanamel en presencia de testigos y ordené a Baruc mi secretario: “Toma estos contratos, el sellado y el abierto, y mételos en una jarra de barro para que se conserven muchos años. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: Todavía se comprarán casas y campos y huertos en esta tierra” (32, 10-16).
La compra del campo era una manera de confirmar su absoluta confianza en ese “todavía…” futuro, dejando atrás la convicción de que la angustia presente había echado la última firma sobre la realidad. Inspirados por ese gesto inútil de Jeremías, podemos dedicar la Cuaresma a alguna inversión parecida, apoyándonos en otras gentes que ya han comprado “campos de causas perdidas”: los que adoptan posturas contraculturales que carecen de plausibilidad. Los que se desvelan por personas o grupos no cualificados ni rentables, carentes de influencia y de significación social, desprovistos de posibilidades de futuro. Los empeñados en seguir usando medios sencillos, obstinados incomprensiblemente en no apoyarse en el dinero o en el poder. Los que buscan a Dios más allá del ámbito de lo sagrado, en las fronteras donde viven los que lo tienen todo en contra. Los que trabajan sin que brille el mérito propio y se entregan a fondo perdido sin esperar nada a cambio.
Apuntarnos con ellos a esta Cofradía de Inversores Insensatos y ensayar juntos esos gestos de entregarse sin calcular, de arriesgar más allá de lo útil, de aguantar la sonrisa burlona de los VIPS y de permanecer en una confianza sin evidencias. Porque es eso lo que nos ha quedado como memoria viva de la Pascua de Jesús.
Ya se le había adelantado un poco Jeremías, escondiendo en tierra aquella jarra de barro que guardaba los contratos de su compra del campo y en la que latía también, como una semilla viva, la desmesura de su esperanza.

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