30 de marzo de 2010

Via Crucis

Por
Pedro Trigo sj

¿En qué consiste?
Es recordar con amor y agradecimiento lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos del pecado. Te animarás a cargar con las cruces de cada día, si recuerdas con frecuencia las estaciones o pasos de Jesús hasta su muerte en la Cruz.

PRIMERA ESTACION: JESUS ES CONDENADO A MUERTE
Jesús condenado a muerte.
El juez delito no halló
pero a tortura mandó
al Nazareno inocente
porque era gente pudiente
quien acusó al carpintero.
El profeta verdadero
porque al pueblo defendió
como el Padre le mandó
fue colgado en un madero.

Este juicio no ha acabado.
En nuestra tierra encadenan
con calumnias y condenan
al que en pos del Crucificado
se haga del pueblo abogado.
Nadie escapa de este juicio:
o para encubrir su vicio
acusa al justo a traición
o peca por omisión
o mudo va al sacrificio.

En esta tierra, Señor
tú seguirás condenado
mientras siga abandonado
el profeta luchador.
Hoy el falso acusador
por nuestra gran cobardía
vence al justo en la porfía.
Fuimos cómplices, Jesús,
Te pedimos por tu cruz
honradez y valentía.

Jesús, los tribunales te condenaron sin justicia. Tú eres el hombre más justo que ha pisado esta tierra. Nosotros, Señor, estamos orgullosos de ti. Sabemos que no fue una confusión. Condenaron tu camino porque no quisieron entrar por él. Pero al condenarte, los jueces se condenaron a sí mismos. Y el proceso continúa. Hoy siguen condenando a tu cuerpo histórico. Por eso ante ti, Jesús reo, nos preguntamos dónde estamos nosotros, te preguntamos a ti dónde estamos. ¡Háblanos, Señor! ¡Desnuda nuestro corazón para que veamos en él nuestra verdad!
Jesús, condenado por la justicia del mundo, venimos hoy ante ti nosotros, tu pueblo oprimido y creyente. Somos los condenados de la tierra. Nos condenan al hambre, al desempleo, a la falta de servicios, al desprecio, al desamparo y a la represión. Y a veces también nosotros condenamos a nuestros vecinos, compañeros o familiares al abandono y al desprecio; a veces condenamos sin justicia para encubrir un pecado o por despecho o por rencor. Señor Jesús, justo y condenado, te pedimos la gracia de mantener la fe en ti y en nosotros porque tú no nos condenas sino que nos perdonas; y te pedimos también que juzguemos a los demás como tú nos juzgas a nosotros.

SEGUNDA ESTACION: JESUS CARGA CON LA CRUZ
Jesús con la cruz a cuestas
una cruz inmerecida
pero suya por querida
pues tomó todas las muestras.
Estas fueron grandes muestras
de su amor tan verdadero
pues cuando vio el paradero
de sus palabras y acciones
no mudó resoluciones
y cargó con el madero.

El pecado siempre tiene
dolorosas consecuencias
esas son sus penitencias.
Cargar con ellas conviene
así el orden se mantiene
y la falta se repara.
Pero el pecador se ampara
en la fuerza y la insolencia
para oprimir la inocencia
y al que es débil desampara.

Cruces cargan los patrones
de trabajos y desprecios
bajos sueldos y altos precios
sobre el hombro de los peones.
Cruces cargan los varones
al hombro de las mujeres
cuando prometen quereres
les dan hijos y abandonan.
A Cristo no lo perdona
quien no cumple sus deberes.

Jesús, te vemos cargado con la cruz: es la consecuencia de tu opción por nosotros. Por eso la llevas con ganas: es un orgullo para ti ser perseguido por causa de la justicia. Eres bienaventurado por tu fidelidad al camino solidario que tu Padre te marcó. Vas a la tortura y te obligan a cargar con el instrumento de tormento hasta llegar al lugar. Muchos se avergonzaron de ti; pero para ti no es una afrenta. Y, ahí vas, resuelto.
Jesús Nazareno, Maestro y Compañero, tú pediste que vinieran a ti todos los que se sienten rendidos y abrumados. Aquí nos tienes, Señor, con nuestra cruz a cuestas. Tú sabes, Señor, cuánto nos cuesta llevarla. A veces es una cruz merecida: es la paga de nuestro pecado. A veces, Señor, es esta cruz de la vida que nos la cargan encima sin justicia, como a ti. En este Vía crucis inmenso no estás solo, Nazareno. Danos, Señor, el alivio de sentirte a nuestro lado. Y que, al caminar contigo, caminemos como tú: con tus mismos sentimientos y en tu misma dirección.

TERCERA ESTACION: JESUS CAE POR PRIMERA VEZ
Débil por tanta tortura
y con el peso excesivo
de la cruz y el abandono
Jesús cayó contra el piso.
Allí sufrió con dolor
las patadas y los gritos
foetazos y maldiciones
que le dieron los esbirros.
Como pudo se paró
haciendo un gran sacrificio
y humildemente siguió
con dignidad su camino.

El se tuvo que caer
eso estaba sentenciado.
¿Como soportar él solo
el peso de los pecados?
El Cristo se derrumbó
por no brindarle una mano
y eso que eran nuestras culpas
las que cargó nuestro hermano.
Jesús se sigue cayendo
en tanto desamparado
y en quien se metió a ayudar
y luego fue abandonado.

Señor Jesús, estabas tan sobrecargado que no pudiste con tanto peso y caíste aplastado. Al verte derribado por tierra, te pedimos, Jesús, que no carguemos a nadie con las cargas que debemos llevar nosotros. Te pedimos que reconozcamos nuestras responsabilidades y carguemos con ellas. A ti, hermano Jesús, te dejamos solo, cargando con el peso de todos. Nos duele verte triturado por nuestras cargas. Por eso te pedimos que no dejemos solos a los que asumen responsabilidades en su hogar, en el vecindario, en el trabajo, en la escuela, en la vida pública. Te pedimos que nos des fuerzas para que asumamos cada quien nuestra parte de responsabilidad para que nadie caiga. Te prometemos hermanarnos con los que van demasiado cargados. Te lo prometemos a ti, Jesús caído, nuestro Señor.

CUARTA ESTACION: JESUS ENCUENTRA A SU MADRE
Jesús sintió su mirada.
Entre tanta indiferencia
desprecio y malevolencia
sintió el alma confortada
al ver a su madre amada.
Pero también tuvo pena
al ver a aquella azucena
tinta en sangre de dolor.
Pero sintiendo su amor
tuvo paz en su condena.

Tuvo paz en su condena
y eso que era inmerecida
pero yo por mi caída
de amargura el alma llena
preso arrastro mi cadena.
Cómo quisiera, Señora,
madre fiel, consoladora,
sentir tus ojos piadosos
me lavarán poderosos
de la maldad que en mí mora.

Sentiste el dolor de tu madre. Pero ¡cómo te confortó sentirla tan cerca, tan firme, tan digna! Ya sabías que no tenías nada de que avergonzarte; pero te confirmó y animó ver cómo ella daba la cara. Con los ojos te dijo que estaba orgullosa de ti, que ella no te veía derrotado sino fiel. Y ese diálogo mudo borró traiciones, abandonos, negaciones y condenas. Te mandan seguir. Y ella camina en pos de ti a la muerte, a la victoria.
Te pedimos, Jesús, hijo de María, que nosotros también podamos sentir la mirada de María. Tú nos la diste por madre. Que la miremos para que ella nos ayude a portarnos como hermanos tuyos. Que recibamos de sus ojos su perdón cuando somos tus enemigos. Que sintamos el bálsamo de su consuelo. Y que, fortalecidos con su mirada, podamos con ella acompañarte a ti; seguirte en el camino de la vida.

QUINTA ESTACION: UN HOMBRE DEL PUEBLO, CIRENEO, AYUDA A JESUS A LLEVAR SU CRUZ
Nacido había en Cirene,
Simón era un campesino,
venía de su conuco
pasaba por el camino
oyó tremendo alboroto
y entró curioso al gentío.
Se abrió paso hasta la calle
Cuando miraba aturdido
arrastrarse a un condenado
por la guardia escarnecido
lo señaló el oficial
lo reclutaron ahí mismo

Simón maldijo la suerte
de haber nacido en el campo.
Simón le gritaba a Dios
al sentir el desamparo
¿qué se le había perdido
en asunto tan ingrato?
¡Tanto ocioso en la ciudad!
¡El andaba en su trabajo!
¿Por qué a él esta deshonra
el abuso y el maltrato?
Para el pobre no hay derechos
sólo deberes y palos.

Mascullaba con razón
todo esto el Cireneo.
Pero también le admiraba
la dignidad de ese reo,
era extraña la paciencia
impresionaba el silencio
descubrió la majestad
de ese pobre carpintero.
Por eso cuando Jesús
volvió el rostro casi yerto
y la vista en él clavó
con gran agradecimiento
sintió Simón que su vida
tomaba otro rumbo nuevo.

El que empezara obligado
a seguir al Nazareno
se convirtió en su discípulo
al sentir que era hombre bueno.
Por eso al llegar al Gólgota
no quiso irse ligero.
A acompañar a su amigo
se quedó Simón resuelto
y cuando murió, a María
le presentó sus respetos.

Jesús, te ganaste al Cireneo. El fue empujado, obligado, y tú, con tu verdad de hombre entero, lo llamaste. El respondió y acabó de discípulo. En medio de tu dolor supiste apreciar la ayuda de este hombre. No caminabas encerrado en tu tormento, sino, como siempre, abierto a los encuentros, buscando convertirlos en salvación. Y el Cireneo tampoco se bloqueó al ser reclutado. También él dio lugar a que el acontecimiento en que involuntariamente se vio envuelto revelara su verdad. Y tomó partido por ti. En tu camino de dolor y muerte ¡qué alivio te dio este hombre! El tremendo alivio físico de ayudarte a cargar la cruz y el alivio aún mayor de su compañía humana, de su solidaridad.
Jesús, tú eres nuestro Cireneo. Tú no faltas en nuestras cruces, siempre echando una manito y llevándonos más allá. Y no sólo eso: Tú has sembrado de Cireneos este camino de lágrimas, de resistencia y de lucha. Te queremos agradecer tantas manos amigas, tantas manos tenaces, leales y fuertes. Te agradecemos porque tú estas en ellas. También te queremos pedir perdón por las veces en que nos hemos burlado de los Cireneos, por las veces en que los hemos juzgado como pura pérdida. Y sobre todo te queremos prometer que, en la medida de nuestras fuerzas y de las que tú nos das, también nosotros vamos a ser Cireneos de nuestros hermanos que cargan la cruz.

SEXTA ESTACION: UNA MUJER COMPASIVA LIMPIA EL ROSTRO DE JESUS
Dónde estaba tanta gente
a quien Jesús ayudó,
dónde los que lo aclamaron
al entrar en procesión,
dónde quienes lo escuchaban
con agrado y devoción,
dónde los muchos sanados
del cuerpo y del corazón.
Algunos no se enteraron:
Jesús fue preso a traición,
otros presenciaban mudos
el espectáculo atroz,
qué podían hacer ellos
cuando el torturador
era el ejército armado
orden del gobernador.
Entre el miedo y la impotencia
sufrían un cruel dolor.
Una mujer dio la cara,
sólo ella tuvo valor,
no soportó ver a Cristo
sufriendo y sin valedor
y con un paño mojado
alivio a su rostro dio.

No supo qué hacer la guardia;
los contuvo la sorpresa,
el cortejo se detuvo
y ella con delicadeza
con sus manos dibujó
el rostro del gran profeta.
Repuestos ya de la audacia
le gritaron que se fuera,
ella los miró a la cara
y se retiró serena.
Quedó en el paño la faz
de Jesús muy bien impresa.
De su acto de valor
fue el recuerdo y recompensa.
Pero un tesoro mayor
la Verónica conserva:
el rostro le dio de Cristo
el don de las manos nuevas
manos que a Jesús tocaron
colmáronse de obras buenas:
manos de salud y vida,
manos de lucha y protesta,
mano tendida al caído,
manos de rezo y de fiesta.

El paño húmedo de Verónica te alivió la cara y la delicadeza de sus manos te refrescó el corazón. En un momento tan duro ¡cómo te confortó el gesto de esa mujer! ¡Cómo se lo agradeciste, tú, Jesús, defensor de la mujer en esa sociedad machista! Tú supiste llegar al corazón de tantas mujeres y llevarlas a la autoestima y al don de sí, las defendiste sin tregua, las curaste de males físicos y anímicos, las perdonaste y las admitiste en tu compañía como compañeras y discípulas, y en esta hora ingrata, en las manos de Verónica percibiste el don de todas ellas y lo aceptaste. Ahora te tocaba recibir a ti y recibiste agradecido ese cariño solidario.
En nuestro continente y en nuestro país hoy hay también muchas Verónicas. Tú conoces, Señor, su íntima debilidad. El secreto de su valor y de su capacidad de ayuda es tu secreto: la misericordia. Te pedimos, Señor, a ti, que tuviste misericordia de ellas y recibiste su misericordia, que les sigas dando ese don de la compasión. Sin ella no sería posible la vida en nuestra sociedad. Que no se cansen, Señor, de ser misericordiosas. Y que los varones aprendan de ellas ese secreto tuyo: la fortaleza que nace de la compasión.

SEPTIMA ESTACION: JESUS CAE POR SEGUNDA VEZ
Jesús estaba agotado,
se derrumbó contra el piso
cayó con todo su cuerpo,
como un árbol abatido;
la policía se teme
que no llegue hasta el suplicio
y un valde de agua le arroja
pa'espabilarlo un esbirro;
el cuerpo le reacciona
y Jesús con sacrificio
logra pararse de nuevo
y prosigue su camino.
Ya no puede más Jesús,
soporta un peso excesivo;
hay cargas tan abultadas
que no las aguanta Cristo,
hay dolores tan acerbos
que hasta derriban al Hijo.
¿Cómo, Señor, prevalece
el mal sobre el hombre digno?
¿Cómo Jesús aplastado
por un poder asesino?
Como pudo él se paró
y siguió hacia su destino

Jesús, tú te nos apareces como un caído, como un derribado, como una persona aplastada por la vida. Jesús, ayer estabas en la flor de la edad y en la cúspide de la popularidad, y ahora te vemos mordiendo el polvo, como los vencidos. Pero tú sigues siendo nuestro Señor. Así como te vemos, caído, te proclamamos nuestro Señor.
Pero entonces, Señor, ¿por qué adoramos a los que tienen éxito, por qué nos apuntamos al triunfador, por qué damos la razón al que está arriba, por qué damos la espalda al que está por los suelos, por qué le quitamos la razón? Señor Jesús, ante ti que estás contra el suelo, prometemos no avergonzarnos del caído, no volver la cara ante el amigo en desgracia. Prometemos no despreciar al "pata en el suelo". Danos verte en ellos, Señor.

OCTAVA ESTACION: JESUS CONSUELA A LAS MUJERES QUE LLORAN POR EL
Muy lento avanza el cortejo.
Poco a poco se da cuenta
la gente fiel, del suceso,
y acompaña al gran profeta;
las mujeres, más valientes
a gritos ya se lamentan
y golpeándose los pechos
lanzan al aire sus quejas,
le piden a Dios perdón
y a la justicia condenan
y dicen: ¡Ay qué dolor
qué luto pa'nuestra tierra
que al más bueno de los hombres
lo estamos echando de ella.
Precioso como una orquídea
erguido como una ceiba
dabas más frutos que el mango
y te han talado sin pena.
Tus ojos como un estero
reflejaban las estrellas,
vimos a Dios al mirarte
y ahora tu rostro nos velan.
Pobre Jesús, tan amado
¡cuánto odio cargas a cuestas!

Jesús apenas tiene habla
su dolor no le da tregua,
pero al oír los lamentos
de esas dignas compañeras
deja a un lado su dolor
y con amor las consuela,
que sólo quien sufre penas
sabe aliviar las ajenas.
Jesús les abre los ojos
les hace ver lo que llega,
tiempos malos en verdad
que exigen mucha entereza.
Les dice: no es excepción
esto que ustedes contemplan,
no es una equivocación
sino la ley de esta selva,
al que siga mi camino
este destino le espera.
No lloren sólo por mí
mujeres de nuestra tierra
que a ustedes y a sus hijos
les harán mucha más guerra.
Pero manténganse fieles,
pronto acabarán las penas.

Desde la medianoche no oías sino acusaciones, insultos, burlas, el chasquido del látigo que descargaba sobre tus espaldas y el ruido soez de las bofetadas. Todo era furia y encono. Por eso esas lágrimas compasivas de las mujeres caen sobre tu pecho como agua mansa, apaciguándolo. Son lágrimas amorosas que restañan heridas del corazón. Tú te abres a esas lágrimas solidarias y devuelves el don abriéndoles los ojos a lo que viene y preparándolas para hacerle frente.
Aquí se revela, Señor, esa lógica salvadora: Sólo da cristianamente compasión quien al darla se abre también a su vez para recibirla del necesitado de compasión. Porque sólo quien necesita misericordia es capaz de darla. Los misericordiosos son los pobres, los que lloran, los que tienen hambre. Esa es la unidad profunda de tus bienaventuranzas.
Señor, consolado y consolador, te pedimos la gracia de dar y de recibir misericordia. De sabernos necesitados de compasión y de abrirnos a tantos otros que la necesitan. Y tú, sigue, Señor, teniendo misericordia de nosotros.

NOVENA ESTACION: JESUS CAE POR TERCERA VEZ
Por tercera vez cayó
Jesús de puro agotado
está en la flor de la edad
y ya es un hombre acabado.
Una noche de agonía
la traición de un allegado
el abandono de amigos
la condena del Estado
la tortura de la guardia
el látigo de los soldados
el odio de sacerdotes
la indiferencia de tantos
derribaron a Jesús
y en el piso está postrado;
es una masa de sangre
de polvo, sudor y espasmos.
Míralo bien, compañero,
no te avergüence mirarlo,
pídele a Dios comprender
este misterio sagrado
no tiene figura humana
y es un hombre consumado
rechazado por los jefes
y él se empeña en ser su hermano.

Jesús, caído en el piso, ¿tienes fuerzas para levantarte? ¿Te echarás a morir ahí mismo? ¿No tienes ganas de decir: ¡Basta! ¡No puedo más!? Y es que en verdad no puedes más. Ya no te quedan más fuerzas. Sí te provoca no moverte, quedarte ahí postrado a esperar tu muerte. Y sin embargo tienes que seguir. Por eso, sacando fuerzas de flaqueza, te incorporas y , echando el resto, das un paso, te tambaleas; pero sigues tu camino.
Señor Jesús ¡cuántas veces hemos sentido nosotros que no tenemos remedio, que, para qué levantarnos, si caeremos de nuevo! Señor, nosotros nos hemos resignado a vivir caídos. Pero, al verte levantándote siempre, reconocemos que nos hemos rendido antes de tiempo. Al verte moribundo y luchando nos sale del fondo del corazón admirarte y pedirte tu valor. Queremos pedirte, por tu esfuerzo sobrehumano, que nunca nos consideremos un caso perdido. Y que, al saber que tú te levantaste para que también nosotros nos levantemos, la fe en ti nos dé las fuerzas que nos faltan. Y que, sabiendo que nos tiendes siempre la mano, no nos falte la esperanza. Te lo pedimos Jesús, caído y levantado, nuestro Señor.

DECIMA ESTACION: JESUS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Las pertenencias de Cristo
son el manto, la correa
las sandalias y una túnica
hecha toda de una pieza
por su madre con amor.
Ni una vara de vera
ni bolsa pa'las vituallas
ni tampoco la cartera.
Jesús sacó libertad
de su desnuda pobreza.
Nunca pudo ser comprado
quien no ambicionó riqueza,
por eso, su autoridad
su palabra verdadera
y su gran movilidad
sin casa fija ni hacienda.
Desnudo nació Jesús
no en la cuna, en pesebrera,
despojado morirá
en el monte Calavera.
Las ropas empegostadas
en las heridas ya secas
los soldados las arrancan
y las heridas chorrean.

Las ropas se las sortean.
No se las dan a su madre,
los dados decidirán
quién la túnica se guarde.
Le han quita'o todo a Jesús
como a tantos miserables,
el fuerte se lleva todo
el poder todo lo barre.
Está desnudo Jesús
todo cubierto de sangre
destrozado, sin belleza
pero entero, sin quebrarse.
Cuando Adán y Eva pecaron
y oyeron a Dios llamarles
sintieron mucha vergüenza
y corrieron a emboscarse.
Este nuevo Adán no tuvo
nada de qué avergonzarse,
nos puede mirar de frente
él no tiene que ocultarse
es el cordero inocente.
Pide a Jesús que su sangre
lave del todo tu mente
y de la ambición te guarde.

Jesús ¿qué sentiste al ser despojado de tus vestidos? ¿Indignación, pena, desamparo? Ciertamente tuviste que sentir un gran dolor pues tus ropas estaban pegadas a las carnes con la sangre reseca y el sudor. También sentirías la paz de la desnudez: Para morir estabas como naciste, desnudo salías del mundo como habías entrado en él. "Dios te ampare" se dice a veces para desentenderse de alguien. Pero en ese momento era cierto que sólo te cubría el amor infinito de tu Padre. En esa hora suprema no estabas para vergüenzas sino para la oblación. Te quitaron todo y tú te entregaste por completo. No sólo dabas a tus enemigos rapaces tus pertenencias. Les diste también el perdón que no te habían pedido.
Señor despojado ¿no fue suficiente tu despojo? Mira cuántos despojados, cuántos empobrecidos, cuántos desnudados. Cuántas personas sufren sin consuelo vergüenza y desamparo. Señor, que al contemplarte a ti como ellos, se sientan acompañados, se sientan cubiertos por tu dignidad. Sientan que no los han profanado, que no les han quitado el respeto. Que, cubiertos con tu desnudez como un chaleco antibalas, salgan a reconocerse, a respetarse mutuamente y a hacerse respetar. Así no habrá sido vana tu afrenta.
Te pedimos también la gracia de no despojar a nadie, de no avergonzar a nadie, de no faltar el respeto.
Te pedimos finalmente que repartamos nuestras propias pertenencias, que aprendamos a compartir la vida sin despojar a nadie para apropiarnos de lo suyo. Te lo pedimos a ti, Jesús, el despojado, el que todo lo entregó.

DECIMO PRIMERA ESTACION: JESUS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Quien de un madero cuelga
ese es un hombre maldito
así lo dice la Ley,
eso en la Biblia está escrito
por eso sus enemigos
crucificaron a Cristo
para quitarlo del medio
y de deshonra cubrirlo.
Muerte de esclavo le dieron
de rebelde y de proscrito.
Bien merecido lo tuvo
pues siendo pueblo oprimido
se atrevió a vivir muy libre
y a liberar al cautivo,
denunció a la autoridad
estando el pueblo reunido
y blasfemando insolente
sostuvo que su camino él
sus acciones y palabras
eran las del Padre mismo.
Por eso falló el senado:
paganos aborrecidos
no gente del pueblo fiel
le aplicarán el castigo.

Jesús murió torturado.
No bastaba con matarlo,
deseaban que sufriera,
quisieron atormentarlo
que se quebrara por dentro
que no pudiera aguantarlo
que suplicara al verdugo
o muriera blasfemando.
Había sido tan digno
tan entero y tan gallardo
que sus ruines enemigos
necesitan destrozarlo.
Es la compulsión morbosa
del que a la luz se ha cerrado
y se revuelve contra ella
pa' no verse evidenciado.
Jesús entre tanto reza,
es libre aunque clavado
y hará de esa muerte atroz
su acto más consumado
y así perdona al verdugo
y da el cielo al condenado
entrega su madre a Juan
y de Dios se echa en las manos.

La cruz, Jesús, para muchos cristianos es un adorno, incluso una joya que resplandece y que los ladrones codician. Pero tu cruz fue, Señor, una tortura. La tortura de los esclavos y de los rebeldes. Una tortura espantosa e infamante que acababa en la muerte. Tú eras, Señor, un torturado. Quien resucitó eres tú, el torturado. Tomás no se fió de la palabra de sus compañeros, pero tenía bien claras tus señas: él sólo reconocería al torturado. Y tú sigues siendo, Señor, el torturado.
Tu presencia nos resulta revulsiva y por eso te inventamos otras figuras que podamos mirar sin que nos causen inquietud, sin que nos saquen de quicio. Porque un torturado es para nosotros una excepción, un caso extremo, y no el que, clavado en medio de la historia, saca a la luz la verdad oculta de nuestros pretendidos órdenes. Nos resulta intolerable que tú hayas quedado fijado en la historia como torturado. Y sin embargo, Señor, sólo si te miramos de frente podrá entrar en nuestro corazón la verdad que conduce a la vida, la que nos obliga a golpearnos el pecho y a cambiar de camino. Por eso te pedimos, Señor, valor para verte en la tortura y para preguntarnos dónde estamos nosotros en este drama que a todos nos concierne y que no admite espectadores. Señor, que te miremos como te vieron María y Juan y Magdalena. Que te miremos como te vio el ladrón a quien tú prometiste el Reino. Señor torturado, que no nos escandalicemos de ti.

DECIMO SEGUNDA ESTACION: JESUS MUERE EN LA CRUZ
Jesús no murió de anciano
satisfecho y bien querido
ni de muerte natural.
Jesús murió escarnecido
y no fue un antisocial,
ni un terrorista atrevido;
lo mató la autoridad
y no un hombre enloquecido.
He aquí el misterio del mal:
sacerdotes y políticos
los ricos y militares
mataron a Jesucristo
para ocultar sus desastres.
Por no cambiar de camino
los que oprimían al pobre
se volvieron asesinos.
El que peca quita vida.
Por la cruz hemos sabido:
quien mata pone la mano
en la carne de Dios Hijo.
Quien asesina los cuerpos
quien mata honra o cariño
los que al pueblo sacrifican
verdugos son de Dios mismo.

Mas si un abismo de mal
descubrió la cruz de Cristo,
otro abismo de bondad
nos abrió su sacrificio.
Jesús murió asesinado
oró por sus asesinos.
He aquí el misterio de amor
que nos grita el Crucifijo.
Ni el hijo pidió venganza
ni el Padre acudió en auxilio.
Jesús murió perdonando
a sus crueles enemigos.
Como opresores del pueblo
los había combatido,
mas como personas que eran
siempre buscó convertirlos,
ellos cerraron sus almas
decretaron destruirlo,
él con los brazos abiertos
murió para recibirlos.
Sangró el Padre de dolor
al ver rechazado a su Hijo
y aceptando su perdón
en silencio lo bendijo.

Jesús muerto: No oyes, no ves, no sientes, no estás. Eres un muerto. Te hemos asesinado. Tu Padre te envió para invitarnos a su banquete. No te mandó a ajustar cuentas sino a perdonar, a comenzar de nuevo, a hacernos a todos de tu familia. Y tú te hiciste nuestro hermano, con lo que nos hacías hijos de Dios. Y el resultado de esta proposición es que te quitamos del medio, mejor dicho te exhibimos como el ejemplo de lo que no debe hacerse, te colgamos en la vía pública para escarmiento de todos. Señor, estamos locos. Perdónanos, Señor, que no sabemos lo que hacemos.
Pero lo más grave, Señor, es que te seguimos matando. Te seguimos quitando del medio. Lo que hacemos con nuestros hermanos pequeños, contigo lo hacemos. Y matarte a ti, Señor, es matar a la vida, a nuestra vida. Perdónanos, Señor, que no sabemos lo que hacemos.
Nosotros, Jesús, te matamos. Y tú entregas tu vida. Al matarte morimos. Pero tu vida entregada nos da nueva vida. Y tu Padre acepta tu entrega, acepta tu perdón y sigue siendo nuestro Padre y se consuma como Padre nuestro. Ya nada nos separará de tu amor. Por eso te pedimos, Señor, que no caigamos en el único pecado definitivo: que no cometamos el pecado de no creer en tu amor. ¿Qué más podías hacer tú, qué otra cosa podía hacer tu Padre para demostrar el amor que ambos nos tienen? Jesús muerto, que creamos en tu amor, que dejemos entrar a tu amor en nuestras vidas y que tu amor nos dé vida eterna.

DECIMO TERCERA ESTACION: JESUS ES DESCLAVADO,BAJADO DE LA CRUZ Y PUESTO BRAZOS DE MARIA
¿Cómo a Jesús desclavar
sin desgarrar más su cuerpo?
Juan, Nicodemo y José
eran amigos del muerto
y por eso este trabajo
hicieron con gran esmero.
Lentamente descolgaron
de la cruz el cuerpo yerto
y en los brazos de su madre
lo pusieron con respeto.
Traspasada de dolor
María no pudo verlo,
el manantial de sus lágrimas
formaba un tupido velo.
Lo vio con el corazón
en Belén desnudo y tierno
sin casa y cuna y con frío
pero sentía contento
pues ya estaba en este mundo
el salvador de su pueblo.
Lo vio con José creciendo
convertido en carpintero
lo vio llenando la casa
de la alegría del cielo.

Lo vio salir una tarde
a predicar su evangelio
y desde entonces sus vidas
ya no sabe qué se hicieron.
Los paisanos y parientes
a Jesús desconocieron.
Con alegría y cariño
lo acogieron los pequeños.
Lo seguían multitudes
él curaba a los enfermos
acariciaba a los niños
y con palabras y gestos
a quien el alma le abría
él le enseñaba a ser bueno.
Pero los intelectuales
los poderosos y el clero
le cerraron las entrañas
y lo colgaron de un leño.
¿Qué les hizo mi Jesús?
llora la madre con duelo
¿Cómo, ciegos, no comprenden
que él traía su consuelo?
Pero aún es tiempo, mis hijos,
de remediar ese yerro.

María, te vemos sumida en tu dolor, apretando en tu regazo a tu hijo destrozado. Te vemos llamando al Padre, convertida en pregunta y lamento. Permítenos hablarte porque nosotros no somos ajenos a este drama. Porque Jesús dio por nosotros su vida. Porque en la cruz él te hizo nuestra madre. Porque fuimos nosotros, unos más y otros menos, en todo caso fuimos nosotros, los seres humanos, quienes hicimos eso con tu hijo, con nuestro hermano. Ya está hecho. No vale ninguna excusa. Ya sabemos adónde podemos llegar. Ya sabemos quiénes somos. De nosotros ha salido la muerte.
De ti depende, Madre, que de nosotros salga también la vida. De ti depende que no vuelva a salir más muerte. De ti depende que nosotros, los hijos que te quedan aquí en esta tierra, renazcamos semejantes a Jesús. Nosotros reconocemos, como lo reconoció el jefe de la guardia, que nuestra víctima era un hombre justo, que tu hijo es el Hijo de Dios. Queremos que este reconocimiento parta en dos nuestras vidas, como partió el velo del templo. Pero nuestro querer vuela más alto que nuestras fuerzas. Tememos, Madre, volver a destrozar a tu hijo, tenemos miedo de seguir destrozando el cuerpo histórico de Cristo que son nuestros hermanos, sobre todo los más pequeños. Por eso te pedimos por ese mar sin fronteras de tu dolor que nos ayudes a transformarnos como tu hijo Jesús. Pídeselo, Señora, a su Padre, que él nos dio como padre nuestro.

DECIMO CUARTA ESTACION: JESUS ES SEPULTADO
Hombre rico y previsor
José el de Arimatea
tenía la tumba lista
pa'cuando Dios dispusiera.
Con orgullo cedió a Cristo
su lugar bajo la tierra.
El cortejo de los fieles
hasta allí con entereza
llevó el cuerpo de su jefe,
luego con delicadeza
le restañó las heridas
lo lavó y cubrió con vendas.
Al dejarlo allá en lo oscuro
el corazón de tristeza
les golpeaba muy duro.
Cuando la piedra se cierra
al suelo bajan la vista
y la fe se tambalea;
su amor sigue todo entero
pero ahora ¿qué nos espera?
se preguntan a sí mismos.
La madre saca las fuerzas
de su abismo de dolor se
y mirando los consuela.

Ansiosos todo observaban
los jefes y principales.
Cuando se cerró la tumba
se miraron muy triunfales
respiraron aliviados
y se fueron muy compadres
a celebrar una fiesta
esos hombres criminales.
Podían dormir tranquilos:
quien denunciaba sus males
quien al pueblo reunía
quien sembraba lealtades
valor, respeto y conciencia
el que a Dios llamaba Padre
yacía bajo la tierra.
Si no acudió a rescatarle
es que no estaba con él
no era su representante;
ellos en cambio sí lo eran
por eso estaban triunfantes.
Ignoraban que la historia
de Jesús aquella tarde
abría a todos los pueblos
traspasaba las edades.

Ha caído la losa. Ya no te vemos. Tus restos están en tierra. Y tú ¿dónde estás? En la tortura gritaste: "Todo está acabado". Nosotros sabemos que eso no fue la confesión de tu derrota irremediable. No te vemos. Pero tú no eres un caso acabado, ni tu causa está vencida. Por eso no decimos: paz para tus restos; y ni siquiera: descansa en paz. No te vemos, pero creemos que el Padre, más que la madre tierra, te ha acogido en sus brazos. Moriste echándote en brazos de Dios y sin sentirlos. Pero ellos estaban esperándote al otro lado. No quisieron pasar a éste para no quebrar tu obra ni la nuestra. Pero tú no te hundiste en la tiniebla, no caíste al abismo sin fondo de la nada. Pasaste a mejor vida. Te acogió tu Padre, te inundó su gloria.
Ha caído la losa y tú, de los brazos de tu Padre, proseguiste tu misión: bajaste a los infiernos, a nuestros infiernos privados y sociales, a aquellas zonas tenebrosas a las que no tenemos acceso, a las que no alcanza ni la luz de la conciencia ni el mando de la voluntad. Bajaste a coronar en ese reino rebelde y miserable tu obra de liberación. Te acabamos de sacar de esta tierra y tú sigues dando la batalla por nosotros. No tienes remedio. Realmente que nada es capaz de echarte para atrás en tu designio de darnos vida. Ya nada podrá separarnos de tu amor. Por eso ante tu sepulcro sellado arde la llama de nuestra esperanza que tú prendiste en nuestros corazones. Te pedimos que esa sea la luz con la que andemos por la vida y la llama que nos mueva a seguir tu misión.

25 años de asociado

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Último compromiso Pozuelo julio 2019

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