26 de febrero de 2020

LA SOLEDAD DEL DESIERTO

Por
Os comparto una reflexión que hice el año pasado ante mi Cristo yacente en Priego




El hombre anda perdido en un desierto solitario, donde se atarea en
función de fines pretendidamente superiores entre los que se asfixia. Y es
ahí, en el desierto, donde el diablo –el separador– lo tienta y chantajea
diciéndole: “Tu Dios te ha dejado y no puede arreglar los problemas de
este mundo, ¿puede llamarse alguien así redentor? Tú si que puedes
convertir las piedras en pan”. Y el hombre se reviste de ideología, de
marxismo, de socialismo, de fascismo, con el fin de convertir las piedras
en pan, y consigue la creación del primer, segundo y tercer mundo.
De nuevo el diablo, esta vez vestido de ciencia y tecnología, sigue
tentándolo diciéndole: “Tú si que puedes tirarte desde cualquier altura y
volar, y correr, y saltar más que nadie en el mundo”. Y el hombre
comienza a crear, a crear y sigue creando hasta que llega el momento en
que lo creado domina al creador. Las manos dominan a la cabeza; la
técnica a la razón. La materia domina al hombre. Y el diablo, fingiendo ser
moral y teología, se presenta de nuevo ante el hombre y lo conduce a lo
más alto para poder visionar su futuro: “Te daré el poder sobre este
mundo si me adoras: te podrás clonar, podrás fabricarte a ti mismo, serás
el único animal en el mundo que vaya con su propia receta en la mano;
podrás controlar la vida y acabar con ella a tu antojo. Te daré oro para
que consumas todo lo que desees, sexo y droga hasta saciarte; negocios
para que proclames tu victoria, belleza para que obtengas la eterna
juventud y santifiques tu cuerpo. Si me adoras todos los medios serán
útiles con tal de que satisfagas tu carnalidad”. Y el hombre cae en la
tentación expulsando a Dios de su vida, anulando así su corazón e
inteligencia; hinchado por fuera pero arrugado por dentro.
Decide así, el hombre, crear su propio paraíso. Se venga de Dios
matándolo. Muerte a Dios pregonaba Nietzche en el siglo XIX. Para que
viva el hombre ha de morir Dios, decía Feuerbach. La religión es el opio del
pueblo, predicaba Marx. Y por este camino llega el hombre a la etapa final,
convertido en un monstruo. Jamás el hombre ha sido tan animal para sí
mismo y para el mundo. Su culto radical a su propia razón le ha
transformado en una inteligencia sin moral, ni recuerdos; en la que las
interrogaciones sobre su destino o el del universo carecen de sentido
puesto que carecen de respuestas; en la que el ser humano se asimila a un
ordenador un tanto más complejo que los que tenemos ahora. Y un
ordenador, por perfecto que sea, estará solo, pero ni siquiera sentirá que
está solo. Con la inteligencia artificial el hombre ha alcanzado la última y
peor forma de soledad: el abandono de sí mismo. El descenso al infierno, y
entiéndase éste como el lugar donde el amor se ausenta.
El hombre cree que solo es existencia, piensa que el infierno son los
otros. Decía Borges que la muerte es mirarse al espejo y no verse. El
hombre se mira al espejo y no se ve. No tiene imagen. El hombre ha
muerto. Esta es la gran tragedia.
Pero Dios no se cansa, no se agota su proyecto de Amor al hombre. Y
nos ofrece otra oportunidad en una nueva Cuaresma; cuarenta días para
salir del desierto personal y del sepulcro junto a Cristo Victorioso.


Pepe Pastor - Laico Sagrada Familia de Burdeos

25 años de asociado

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Último compromiso Pozuelo julio 2019

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