21 de octubre de 2009

Del miedo a la libertad

Por
No sabían qué hacer. Era una de esas situaciones donde el miedo parece que te congela hasta los huesos. Decidieron encerrarse en un casa a cal y canto.
Durante tres años habían seguido a un “maestro religioso” que había despertado en ellos grandes esperanzas. Pero la situación había cambiado de forma radical.
El “maestro” había sido ejecutado de forma cruel bajo la acusación de ser un blasfemo. Para colmo resonaban en su memoria las palabras del maestro: “recordad que al discípulo no le espera mejor suerte que al maestro”. Por lógica se temían correr la misma suerte. Posiblemente enviaban a las mujeres del grupo cada día a comprar los alimentos necesarios para cada día. El miedo los tenía atenazados. Había que ser precavidos. Algunos decían que lo habían visto vivo. Pero afirmar eso en público habría sido acelerar su condena a muerte. Mejor callar, esconderse y esperar que lo que había pasado fuera cayendo en el olvido. Pero un buen día, experimentaron en su interior algo que no esperaban y que el Nuevo Testamento define con la palabra “parresía”. La “parresía” es un don de Espíritu que implica: franqueza que proviene de la libertad interior, lealtad que nace del amor a la verdad y valentía que nace de la confianza en el Señor, en su presencia, en su apoyo y no tanto en nuestras propias fuerzas. Ésa fue la experiencia de los apóstoles el día de Pentecostés. Abrieron puertas y ventanas. Comenzaron a predicar que el maestro, Jesús, no había terminado en la muerte, estaba vivo. No sólo estaba vivo, era la encarnación de lo que todo hombre y mujer está llamado a ser para alcanzar su plenitud.Ahí nació la misión. Y todos los expertos dicen que ese día de Pentecostés nació la Iglesia. Es decir, la Iglesia nace de la misión y para la misión.Nace gracias a la “parresía”. Es decir, gracias a la franqueza de la libertad, la lealtad al amor a la verdad y la valentía de la confianza. A veces nos engañamos. Decimos que la Iglesia es misionera porque envía a algunos de sus miembros a anunciar en Evangelio en tierras remotas. Eso es parte de la misión, pero no necesariamente hace la Iglesia misionera. Como comunidad eclesial hemos perdido con frecuencia la franqueza de la libertad, el amor leal a la verdad y la valentía de la confianza. Más de una vez hemos retrocedido al miedo de los inicios tomando posturas que tienden más a defender la integridad de la institución que el anuncio del Reino. A nuestra Iglesia le falta una buena dosis de aquella “parresía” que movió a los primeros evangelizadores y misioneros. Tradicionalmente el mes de octubre es el mes de “las misiones”. No basta acordarnos y dar una mano a aquellos que trabajan en las fronteras de la Iglesia. Las fronteras de la Iglesia ya no son fronteras geográficas, son fronteras culturales, religiosas, raciales… que están en nuestras ciudades, en nuestros barrios, nuestras escuelas, nuestros lugares de trabajo. Como en Pentecostés, la misión está al otro lado de nuestra puerta y de nuestra ventana. ¿Las mantendremos cerradas al que consideramos extraño?La misión hoy, en un mundo global, supone que abramos puertas y ventanas para encontrarnos como hermanos con el que es diferente. Necesitamos el don de la “parresía” para pasar del miedo a la libertad.
Bernardo Baldeón
EDITORIAL DE ANTENA MISIONERA
Publicado el 01 de octubre 2009

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