12 de agosto de 2009

Otro mundo es posible

Por
A veces vives cosas que te hacen sentir profundamente agradecido a nuestros hermanos y hermanas y a la forma en que Dios hace un mundo mejor a través de ellos.
La vida en el Congo no es fácil. El JRS tiene un proyecto de salud en la zona de Wanie-Rukula cerca de Kisangani. Yo me encontraba de paso visitando como avanzaban las construcciones de los centros de salud, charlando con el equipo, gozando con la gente local. El día tocaba a su fin, ya habíamos visitado los centros de salud previstos y volvíamos para casa. Al llegar a un cruce del camino la directora del proyecto nos preguntó si queríamos desviarnos para ver una última instalación, acabada hacía unos meses y que se encontraba ya en funcionamiento, a lo que respondimos encantados.
Al llegar todo parecía normal, visitamos las dependencias, saludamos al personal, hasta que en un momento dado una de las enfermeras se dirigió a la directora susurrándole algo al oído. Parecía que acababa de llegar un niño muy grave y no sabían qué hacer con él. El pequeño tenía malaria en fase terminal. Casi no podía respirar, su corazoncito latía taquicardicamente y estaba al borde del coma. Si hubiera llegado solo unas horas antes al centro le habrían administrado la medicación y se habría recuperado sin problemas, pero vivían lejos y se habían retrasado por llevarle al curandero para que le administrara la magia que le haría curarse.
La única solución en ese momento es una transfusión, pero el banco de sangre más cercano se encontraba en el hospital de Kisangani a unos 20 Kilómetros de allí. El viaje de vuelta lo hicimos con la madre y el niño, mirándonos unos a otros y con el alma encogida por no saber si llegaría vivo. En esos momentos el tiempo se hace eterno y el coche va terriblemente despacio. Al llegar al hospital nos dicen que el sistema de frío no funciona y que no tienen sangre. Maldición; les pedimos una bolsa de transfusión pensando en que alguno de nosotros pueda donar. Nos dicen que no hay, que se terminaron el día anterior. La desesperación nos invade, piensas que en Europa, esto jamás se permitiría. Finalmente alguien aparece con una bolsa. Es de un paciente que no la llegó a utilizar porque había fallecido esa mañana. Otra vez esperanza, pero ahora es el médico quien se niega a dejarnos donar porque pretende hacer un análisis al niño para saber su grupo. En la situación en la que está o se le hace inmediatamente una transfusión o el niño se muere. No hay tiempo para análisis. La directora del proyecto alega que es donante universal y logra convencer al médico para donar su sangre al niño.
Era la primera vez que me encontraba en una situación parecida. Los responsables del proyecto nos cuentan que viven esto cada día. La falta de educación, la falta de medios, hacen que la vida y la muerte dancen juntos un macabro baile. ¿La casualidad? ¿El destino? ¿Dios? Si no nos hubiéramos desviado con el coche, si no hubiera aparecido la bolsa de transfusión, si nuestra amiga no hubiera sido donante universal… supimos que el niño se recuperó y salió del hospital.
Estar en el JRS no es un trabajo. Implica dejarte la salud, la vida y hasta la sangre si hace falta, pero es allí donde ves las semillas de esperanza y donde encuentras gente capaz de dejarse la piel, convencida hasta el extremo de que otro mundo es posible y de que el reino llega.
Alberto Martín.
Entreculturas, España

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