24 de marzo de 2013

El drama prestado que nos redimió

Por
Carta semanal del Arzobispo de Oviedo
24 de marzo de 2013

Suenan los tambores con el tram-tram de otra Semana Santa. Las calles se nos llenas de curiosos que se asoman a los pasos procesionales. Los hay piadosos que rememoran el amor no amado del Nazareno. Y así, entre las liturgias de nuestros templos y las procesiones de nuestras ciudades, se marca el paso severo, de tenso recogimiento, en unos días totalmente especiales.
El domingo de Ramos vuelve a abrir esta semana, la más grande del calendario cristiano. Con palmas e infantes, con estrenos como los de antes luciéndose en los andares y en la solapa, con sinceros hosannas al Rey que viene en nombre del Señor. Se nos leerá entre palmas y ramos, la historia de un drama prestado, porque no le pertenecía a su protagonista que por amor lo vivió. Aquel itinerario de caza y captura, con un beso como contraseña y la traición cobarde entre antorchas, empujó finalmente a Jesús a aquel proceso de pacotilla.
Pronto se olvidaron los gritos de bienvenida, marchitándose las alfombras de tomillos y romeros, y a jirones por el suelo las capas extendidas. Así tan sin aviso se fue tornando la ensoñada acogida cálida en desprecio de la peor pesadilla. Entre la fuga y dispersión de los discípulos amigos, y la conspiración de los resentidos enemigos, Jesús se quedó en completa soledad mientras pronunciaba su última palabra, proponía su última parábola y realizaba el último milagro. La palabra de su propia vida entregada hasta el final, la parábola de un cordero llevado al matadero sin rechistar, el milagro de perdonar a los que no sabían lo hacían mientras entregaba su vida humana al Padre eterno que se la dio. Moría su humanidad entregada, latía intacta por dentro su divinidad, poniendo final a esos pocos años en los que dio todo cuanto había recibido sin dejarse nada para sí en sus adentros.
Este es el drama que nos disponemos a recordar, a celebrar, a acoger como se acoge una gracia nueva. Y aquí intervienen tantos. Como cada año, nuestras parroquias y comunidades cristianas se aprestan a celebrar litúrgicamente estos sagrados misterios. Será la Palabra de Dios, será la Eucaristía, será la Cruz, todo cuanto protagonizó en aquel primer triduo pascual de la historia el paso postrero de Jesús, junto a María.
Pero también nuestras Hermandades y Cofradías de penitencia, nos ayudarán sobremanera para entender desde el lenguaje del arte, de la escenografía vestimental, desde su piedad religiosa y su confraternidad solidaria, lo que en estos días santos queremos no olvidar jamás. Es importante esta labor que además de subrayar escenas de la Pasión del Señor como se hace una predicación popular, son un espacio extraordinario para acoger a los que buscan una fe perdida, o a los que no la quieren perder jamás. Formación cristiana entre sus filas y testimonio de caridad con su solidaridad a través de nuestros cauces.
Vivamos estos días con esta hondura, con esta piedad sincera. Preparemos con esmero lo que nos ayuda a vivir y a convivir, el mensaje de la Semana Santa eclesial. Y sepamos que todo este esfuerzo benemérito no termina el viernes santo, sino que tras el sábado santo del silencio con María, aguardamos expectantes el gran desenlace: no una muerte conmovedora, sino una resurrección triunfante. Sólo así podremos acompañar otros viacrucis en la vida, de aquellos que en su situación de dolor, de soledad, de extremas dificultades, prolongan en su propia piel la pasión del Señor: también para ellos murió y resucitó, y también para ellos hay una palabra, una parábola y un milagro que acoger agradecidos.

Fr. Jesús Sanz Montes, ofm - Arzobispo de Oviedo

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