24 de marzo de 2013

Domingo de Ramos

Por
Domingo de Ramos
Monasterio de la Sagrada Familia, Oteiza de Berrioplano
(Ramón Sánchez-Lumbier)

Llegamos casi al final. Tocamos el pórtico de la gloria en nueva Semana Santa. Celebramos los acontecimientos que dan plenitud a la liturgia de la Iglesia y a la vida de todo bautizado. Comenzaron con entrada festiva de Jesús en Jerusalén, a lomo de borriquillo. ¡Qué “señorío”! Y sólo es “el primer acto”. Un decisivo “claroscuro” que ofrece la bienaventuranza más paradójica, la cruz salvadora de Jesucristo, y que compromete por completo al que quiera recibirla. En su segundo “tuit” lo resume el Papa Francisco y nos invita a todos: “Acojamos a Cristo en nuestra vida".
Hermanas y amigos, sí, eso es lo más importante: “Acojamos a Cristo en nuestra vida”. Tenemos la dicha de haber sido llamados a “seguirle”, a caminar con Él, unidos en la fe, la esperanza y el amor. Sólo su Espíritu puede hacer que vivamos día a día en confiada oración y generosa entrega al Padre y a los hermanos. Al aclamar a Jesús portando palmas o ramos, ahora ya lo reconocemos en su Iglesia, y lo confesamos ante el mundo, como el único Salvador. Es el Siervo fiel y el Hijo obediente ofrecido en sacrificio, el Buen Pastor que dio su vida por todos. Él nos amó hasta el extremo y el Padre lo resucitó. ¡Es el Señor! ¡Bendito por siempre!
“Acojamos a Cristo en nuestra vida”. Es pura gracia y requiere nuestra libertad enamorada. “Seguirle a donde quiera que vaya”, vivir con él, nos hará ser en verdad hermanos y servidores: “ocupémonos unos de otros, respetemos la creación con amor”. Todo es posible por Jesucristo, crucificado y resucitado. Jesús había predicado un mundo nuevo pero moría en el viejo mundo por los pecados de todos, por injusticias estructurales y personales que ofenden a Dios maltratando a sus criaturas. Hemos seguido con veneración y admiración la redacción de san Lucas.
Todo el relato está iluminado por el primer episodio, la Última Cena. En ella afronta Jesús toda su pasión con deseo ardiente, la asume por completo y la transforma en la expresión del amor más grande. Así lo negativo y dramático, que manifiesta toda la maldad humana, se transforma en acontecimiento positivo. El amor de Jesús asume las trágicas e injustas circunstancias y las convierte en ocasión para entregarse a sí mismo y fundar la nueva alianza. Por ello, no debemos detenernos en la perspectiva de tristeza y derrota, sino experimentar un profundo gozo en lo más íntimo de nuestro ser. La pasión de Jesús es la mayor revelación de Dios que es Amor. Y lo hace como Siervo. Se pone a nuestro servicio, carga con nuestra suerte y con la de los más miserables e infelices, transformándolo todo, desde dentro, con su amor gratuito y salvador. (cf. Cardenal Albert Vanhoye, SJ)
Otra vez, escuchemos su voz: “¡Cuánto he deseado celebrar esta pascua con vosotros antes de morir! Porque os digo que no la volveré a celebrar hasta que tenga su cumplimiento en el Reino de Dios… Entre vosotros, el más importante ha de ser como el menor, y el que manda como el que sirve… Yo estoy entre vosotros como el que sirve… Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como al trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no decaiga; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos…”
¡La Pasión de Cristo! y ¡nuestra pasión! ¡La cruz de Cristo y las nuestras! ¡Su enseñanza y su servicio para que estemos siempre aprendiendo a servir con amor y ternura! ¡Su oración por Simón, por el Papa Francisco hoy: “pasando por la prueba”, no decaiga su fe y se conviertan a Él y a “su estilo” para “confirmar” en la misma fe a todos los hermanos… Centrado en Jesucristo, antes que nada, el Papa nos pidió que rezásemos por él y lo sigue haciendo… Y seguirá mostrando a todos quién es Jesús y qué podemos hacer…Otra síntesis de su magisterio: “El verdadero poder es el servicio. El Papa ha de servir a todos, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños”. (Papa Francisco)
Sufre Jesús lo indecible y permanece fiel. Sufre Jesús su propia muerte y entre ladrones y a la vista de todos. Y lo hace clamando al cielo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Era “por todos” y “para todos”, “por ti” y “por mí”. Jesús vivió rezando y amando, en oración continua con Dios-Padre y haciendo el bien. Fue maestro de la verdad, revelador de la bondad, supremo ejemplo de la belleza. Moría como vivió: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Había venido del Padre y a Él volvía. Misión cumplida, la redención del mundo.
Sabemos, por fe apostólica, que la pasión y muerte de Jesucristo fue la culminación del mejor vivir humano. ¡Ahora vive resucitado! y es “vida y esperanza nuestra”. Lo contemplamos y proclamamos: ¡Cómo nos ama! ¡Cómo es! ¡Dichosos los que creen en Él! Como aquel buen ladrón, seguimos suplicando: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como Rey”.
Nuestro mundo sigue necesitando experimentar los frutos de la Redención de Jesucristo. Hay mucho que curar y liberar. Precisamos amor. Unidos al Hijo Amado, animados por su Espíritu, orando sin desfallecer, queremos lo mejor para todos: que puedan creer en el Señor, gozar de su vida y de su paz, de su amor y perdón. No nos salvarán los políticos, ni los jueces, ni los ejércitos. No nos salvará el dinero ni el poder. Sólo nos salva Jesús-el-Señor. Vayamos con él, que ha ido por delante. Vivamos por él y para él, que lo dio todo por ti y por mí, por nosotros y por todos. Avivemos la fe apostólica para celebrar, con esperanza firme, los santos misterios, testigos del mismo Dios, que es Amor infinito y siempre fiel.

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