Hace poco leí en un diario el artículo de una psicóloga que,
en el contexto de la actual pandemia, recomendaba no ocultar la realidad de la
muerte a los niños, no decirles que la abuelita se ha ido o está de viaje, sino
que ha muerto. Para ello aconsejaba informar progresivamente a los niños dela
enfermedad, de la gravedad y finalmente de la muerte de su abuela.
Hasta aquí todo correcto, pero los niños que hacen las
preguntas que los adultos no nos atrevemos a formular, seguramente seguirán
preguntando: ¿Y dónde está la abuela?
La respuesta dependerá de cada familia. Muchas veces los
adultos tenemos más preguntas que respuestas, pues estamos ante un misterio: ¿todo
acaba aquí? ¿Desaparecemos en el espacio infinito? ¿Nos reducimos a unas cenizas
que se echan al mar o que se guardan en una urna? La actual pandemia ha hecho
reaparecer estas preguntas de siempre, muchas veces olvidadas.
Estas son las preguntas que siempre se ha hecho la
humanidad y a las que a lo largo de la historia ha ido dando respuestas
diferentes, pero convergentes: la convicción de que no todo acaba aquí, hay
algo más allá, hay una trascendencia, désele el nombre que se quiera. El agnosticismo
actual un fenómeno típicamente moderno occidental.
También la tradición judeo-cristiana ha buscado dar respuesta,
una respuesta que no se clarifica plenamente hasta el evangelio: Jesús es la
resurrección y la vida (Juan 11,25), ha resucitado, ya no muere más, estuvo muerto, pero vive y tiene las llaves de
la muerte y del reino de la muerte (Apocalipsis1.18), la muerte ha sido vencida
para siempre. Y así como el Padre por el Espíritu resucitó a Jesús, también nos
resucitará a nosotros (Romanos 8,11). Estamos ante el misterio pascual.
Los artistas para representar la resurrección pintan a Jesús
que sale glorioso del sepulcro, ante el desconcierto de los guardias y se aparece
a las mujeres. Pero en los iconos de la Iglesia oriental, la resurrección aparece
como el descenso de Jesús al lugar de los muertos, de donde sale victorioso, lleno
de luz y de vida, llevándose de la mano a Adán y a Eva, símbolo de toda la
humanidad. La resurrección de Jesús es esperanza para todos, victoria
definitiva sobre la muerte. Esto es lo que cada año celebramos en la fiesta de
Pascua y cada semana en la eucaristía del domingo, el Día el Señor resucitado.
Pero esta esperanza positiva en la resurrección, llevó
muchas veces a sectores de la Iglesia a formular expresiones pesimistas sobre
este mundo, sobre la tierra: somos polvo, valle de lágrimas, huir del mundo,
salvar el alma para ir al cielo, muchas veces fomentado por una pastoral del
miedo al juicio y a la condenación.
Esto ha hecho que el pensamiento moderno ilustrado lanzase la
sospecha de que religión infantiliza, promete un cielo inexistente y anestesia para que no se trabaje por una
transformación del mundo.
Como reacción necesaria, desde el Vaticano II, gran parte
de los documentos y de la pastoral de la Iglesia han acentuado la imagen de un
Dios misericordioso, pero también la necesidad del compromiso cristiano en la
historia, la defensa de la vida amenazada, la lucha por la justicia, la
salvaguarda de la creación,la solidaridad con los últimos, el bajar de la cruz
a los crucificados de la historia, etc.
Pero a veces, en estos últimos años, se ha ido opacando la
alusión a la cruz y a las postrimerías, a la escatología, es decir a lo último
y definitivo de la vida. Casi no nos atrevemos a hablar del cielo, que la Escritura
presenta como un banquete de gozo y comunión.
Incluso muchos cristianos siguen hablando del “más allá”
con categorías más filosóficas que cristianas, como lo hacían Sócrates o
Cicerón: en la muerte el alma se libera, no morimos totalmente, el cuerpo
muere, pero el alma permanece.
Para los cristianos nuestra esperanza no se fundamenta en
filosofías sino en la fe en la resurrección de Jesús, en la Pascua, en el
Espíritu que resucitó a Jesús,que resucitará a quienes creen en él y le siguen y
a todos quienes, aunque no hayan conocido a Jesús, buscan la verdad en las
diversas religiones, siguen su propia conciencia y aman a los demás
Estamos ante un misterio, pero la resurrección de Jesús es el
fundamento de nuestra esperanza, incluso para momentos de noche oscura como el
actual. Es lo que los ángeles dijeron a las mujeres que al amanecer fueron al
sepulcro buscando un muerto: “No está aquí, ha resucitado” (Mateo 28,5). Esta fe
en el Resucitado nos debe llevar al compromiso con los últimos, a buscar un
mundo mejor y diferente, pues otro mundo es posible y necesario. Esta esperanza
pascual es la que puede confortarnos e iluminarnos en nuestra dolorosa
situación de pandemia.
Volvamos de nuevo al artículo del comienzo. Cuándo los
niños pregunten dónde está la abuela, la familia puede decirles que la abuela
está en el “cielo”; y si los padres son creyentes cristianos podrán añadir que estar
en el cielo quiere decir estar siempre feliz con Jesús y con los seres queridos
y que un día allí, todos podrán encontrarse con ella. Y mientras, que los niños
recuerden el cariño de su abuela, su fe en Dios y su amor a los pobres.
Víctor Codina sj.