Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz
INTRODUCCIÓN
Colocamos la Sagrada Escritura (Biblia) y encendemos una vela para formar un ambiente de oración.
También podemos poner
una imagen de la Virgen María.
Guía:
El Señor que murió en la
Cruz para salvarnos
esté siempre con vosotros.
Todos: Y
con los hombres de
buena voluntad.
MONICIÓN INICIAL
Guía:
Jesucristo, nuestro Señor, el Hijo de Dios hecho hombre, antes de expirar
en la cruz, quiso dejarnos, como perlas preciosísimas de sabiduría
y amor, siete palabras con las cuales expresaba, como un testamento de amor, los aspectos
más esenciales de su mensaje.
Meditar en estas “palabras” junto con María, a los pies de la cruz,
es como zambullirse en el gran misterio
de la redención y presentarla
como única y eficaz tabla de salvación para los hombres de nuestro tiempo, quienes,
con tanta facilidad, pasan distraídamente junto a la Cruz,
absortos en
otras palabras que les dejan vacío el
corazón.
Abramos nuestro corazón a la gracia del Señor que, en estos momentos, quiere derramarse abundantemente sobre nosotros al escuchar
y meditar sus palabras
pronunciadas desde
la Cruz.
Interioricemos estas palabras junto a
María, al pie de la Cruz, compartiendo sus sentimientos y haciéndolos nuestros.
CANTO
No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me
tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y
escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas
y tu muerte.
Muéveme, en fin,
tu amor, y en tal manera, que,
aunque no hubiera
cielo, yo te
amara, y aunque
no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que
dar porque te quiera, pues,
aunque lo que espero no esperara, lo mismo que
te quiero te
quisiera.
Lector:
X Del Evangelio según San Lucas LC
23, 33-34 CUANDO LLEGARON al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a
él y a los malhechores, uno a la derecha
y otro a la
izquierda.
Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Hicieron lotes con sus ropas y los echaron
a suerte.
MEDITACIÓN
Guía:
Jesús, traicionado por Judas y abandonado por sus discípulos
y amigos, es
llevado ante los tribunales como acusado; es juzgado,
cruelmente azotado, escupido, golpeado, maltratado, condenado a muerte y castigado a cargar con su propia cruz hasta la cima del monte Calvario.
Es desnudado en público, tendido sobre la cruz es clavado en ella de pies y manos a través de sus huesos, recibe múltiples ofensas y burlas,
y lo único que dice es: “Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen”.
Jesús nos dejó una gran enseñanza con estas palabras, ya que, a pesar de ser Dios, no se ocupó de probar su inocencia, ya que la verdad siempre prevalece. Nosotros debemos ocuparnos del juicio ante Dios y
no
del de los hombres.
Jesús no pidió el perdón para Él porque
no tenía pecado, lo pidió para quienes lo acusaron. Nosotros no somos nadie para juzgar. Dios nos ha perdonado grandes pecados, por lo que nosotros debemos perdonar a los demás. El perdonar
ayuda a quitar el odio. El amor debe ganar al odio. La verdadera
prueba del cristiano
no consiste en cuánto ama a sus amigos,
sino a sus enemigos.
Perdonar a los enemigos
es grandeza de alma, perdonar es prueba de
amor.
ORACIÓN
Guía:
Dios de bondad, tu Dijo en la Cruz te pidió que perdonaras a sus ejecutores,
porque no sabían lo que hacían; te pedimos que perdones nuestra desidia, nuestra agresividad y falta de amor. Convierte nuestro corazón para
que,
abandonando el camino del pecado, volvamos a Ti y perdonemos las ofensas de nuestros hermanos.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos: Amén.
Lector:
X Del Evangelio según san Lucas Lc 23, 39-43
UNO DE LOS MALHECHORES crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera
temes tú a Dios, estando en la misma condena?
Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos
el justo pago de lo que hicimos;
en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino».
Jesús le dijo: «En verdad
te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
MEDITACIÓN
Guía:
El Dios cristiano no es ajeno al sufrimiento del mundo, al sufrimiento de los hombres, no es un espectador impasible que lo contempla
desde la lejanía,
sino que lo asume y vive con la máxima intensidad, como sufrimiento activo, como don y ofrenda de donde surge la vida
nueva del mundo.
Dios no ha venido a suprimir
el sufrimiento, tampoco
ha venido a explicarlo; ha venido a llenarlo con su presencia.
Estas palabras nos enseñan
la actitud que debemos tomar ante el dolor y el sufrimiento. La manera como reaccionemos ante el dolor
depende de nuestra
filosofía de vida. Dice un poeta que dos prisioneros miraron a través de los barrotes de su celda y uno vio lodo y otro vio estrellas. Estas son las actitudes
que se encuentran manifestadas en los dos ladrones crucificados al lado de Jesús: uno no le dio sentido a su dolor y el otro sí lo hizo. Necesitamos espiritualizar el sufrimiento para ser mejores personas. Jesús en la cruz es una prueba de amor. El ladrón de la derecha, al ver a Jesús en la cruz comprende
el valor del sufrimiento. El sufrimiento puede hacer
un bien a
otros y a
nuestra alma. Nos acerca
a Dios si le damos sentido.
ORACIÓN
Guía:
Padre santo, tu Hijo estando en la cruz dijo al buen ladrón:
“Hoy estrás conmigo
en el paraíso”. Acoge en tu bondad a todos los que se acercan a Ti con un corazón
humilde y quebrantado; y concede a los que viven en la oscuridad de su ceguera
y esclavizados por la una sociedad materialista, la luz necesaria
para reconocer sus errores y la
auténtica libertad. Por Jesucristo nuestro Señor.
Lector:
X Del Evangelio según san Juan Jn 19, 25-27
JUNTO A LA CRUZ de Jesús estaban
su madre, la hermana de su madre, María,
la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo
al que amaba, dijo a su madre: «Mujer,
ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella
hora, el discípulo la recibió como algo propio.
MEDITACIÓN
Guía:
Jesús estaba llegando a su fin. Se mantiene en obediencia
perfecta al Padre
y en servicio sacrificial a favor de la humanidad. Pero, antes de morir, Jesús nos quiere hacer un regalo inesperado.
Nos había regalado
ya su palabra y su perdón;
nos había regalado la Eucaristía; nos estaba entregando su vida. Parecía
que ya no le quedaba
nada. Pero sí, le quedaba
alguien a quien Jesús amaba profundamente: su bendita
Madre. Su amor profundo
y desmedido lo llevó hasta donarnos
a su propia Madre para que fuera
nuestra Madre.
En las tinieblas del Viernes Santo brilla una luz. En un espeluznante escenario de muerte
se opera un admirable
acto luminoso y creativo.
María representa aquí a la nueva Eva de la que nace una nueva prole: la estirpe de los hijos de
Dios.
Nuestra vida tiene por tanto sus raíces en la cruz de Jesús, en el corazón maternal de María, en la fidelidad de Juan. En esa hora nacimos
allí del corazón traspasado de Cristo y nos encomendó
al corazón de su Madre. Así hemos nacido
como hijos de Dios y como Iglesia;
por eso nacimos también como madres,
porque María es Madre e Hija de la Iglesia y, al mismo tiempo,
es Madre e Hija de su Hijo.
La Virgen es proclamada Madre de todos los hombres.
El amor busca aligerar al que sufre y tomar sus
dolores. Una madre
cuando ama quiere tomar el dolor de las heridas de sus hijos. Jesús y María nos aman con un amor sin límites.
María es Madre de cada uno de nosotros. En Juan estamos representados cada uno de nosotros.
María es el refugio de los pecadores. Ella entiende
que
somos pecadores.
ORACIÓN
Guía:
Padre misericordioso, junto a la cruz de tu Hijo estaba maría, tu Madre, que,
con el corazón
traspasado de dolor, contemplaba tu rostro desfigurado. Concédenos que, imitando a la Virgen María, nuestra Madre.
Acompañemos a los que viven crucificados por la justicia,
la violencia, la guerra, el hambre,
y la incomprensión de los hombres;
socórrelos en sus sufrimientos para que ellos, al contemplar el rostro de tu Hijo, ofrezcan
sus sufrimientos por la salvación
del mundo. Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos: Amén.
Lector:
X Del Evangelio según san Mateo Mt 27, 45-46
DESDE LA HORA sexta hasta la hora nona vinieron
tinieblas sobre toda la tierra.
A la hora nona, Jesús gritó con voz potente: Elí, Elí, lemá sabaqtaní (es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?»).”
MEDITACIÓN
Guía:
El grito lacerante de Jesucristo atraviesa nuestras tinieblas; es la hora
culminante de la agonía en la que Cristo asume toda la angustia, el miedo, el terror de la muerte que anida en el corazón del hombre. “Con gran clamor y lágrimas
- dice la Carta a los Hebreos (5,7)- Jesús oró al que podía librarlo de la muerte”.
El llanto de todo el dolor de las generaciones humanas pasa a través del corazón de Cristo,
asciende de la tierra,
penetra en el cielo y hiere
el corazón del Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». «Dios no puede haberlo abandonado -precisa san Agustín-
porque él mismo es Dios». Y sin embargo Cristo experimenta ese abandono, vive esa extrema
desolación, cae en ese abismo donde las tinieblas
son absolutas. Es un misterio
insondable. Dios Padre no interviene ante el grito desgarrador de su Hijo. A pesar de ello no es un Dios ausente. Es un Padre que, por amor, inmola al Hijo de sus complacencias por los
«hijos de la ira». En el Hijo de
su
amor inmola su propio corazón, que, tras darlo todo, se hunde en el silencio. Es una hora oscura. Es la hora más oscura
de la historia,
pero es también
el seno del nuevo día, para que nazca un mundo nuevo y surja una
luz
nueva.
El Padre nunca desamparó ni abandonó a su propio Hijo en la cruz. Jesús nunca dejó de existir en el Padre, ni el Padre en Él. Es una oración, un salmo. Es el hijo que habla
con
el Padre.
Estas palabras nos hacen pensar en el pecado de los hombres. El pecado es la muerte del alma. La bondad es el constante rechazo al pecado. El pecado es el abandono de Dios por parte del hombre.
El hombre rechazó a Dios y Jesús experimentó esto.
ORACIÓN
Guía:
Padre santo, Tú que escuchaste gritas a tu Hijo en la cruz: “¡Dios mío, Dios
mío! ¿Por qué me has abandonado?”, te pedimos que escuches el grito desgarrador de nuestra
sociedad alejada de Ti y sumergida en la increencia. Haz que los hombres volvamos a tus brazos de Padre y, regenerados por tu gracia, edifiquemos la civilización del amor. Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos: Amén.
Lector:
X Del Evangelio según san Juan Jn 19, 28-29
DESPUÉS DE ESTO, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura,
dijo: «Tengo sed».
Había allí un jarro lleno de vinagre.
Y, sujetando una
esponja empapada en vinagre
a una
caña de hisopo, se la acercaron a la boca.
MEDITACIÓN
Guía:
Jesús tiene sed de nosotros, de nuestra salvación, de nuestra fe, de nuestro
amor? «Dame de beber». Estas palabras
de Jesús no se refieren
sólo al pasado,
sino que siguen vivas aquí y ahora, se nos dicen a nosotros. Mientras no comprendamos en lo hondo de nuestro ser que Jesús tiene sed de nosotros, no podremos empezar a conocer lo que él quiere ser para nosotros
y lo que quiere que
nosotros seamos para él.
Jesús tiene sed, como tierra reseca, de la fe y del amor de la humanidad
por la que está entregando
su vida hasta el final. Jesús tiene sed de ti y de mí. Jesús ha venido a este mundo para que nadie muera de sed. Él es la fuente
de agua viva que salta hasta la vida eterna.
“Si alguno
tiene sed y cree en mí, que venga y beba”; pues, como dice San Juan (Jn 7,37), “de su seno manarán ríos de agua viva”. Acerquémonos a esta fuente
y bebamos de
balde.
La sed de Jesús es sed de cumplir la voluntad
del Padre y deseo de salvarnos. Él nos ama y tiene sed de cada uno de nosotros, porque cada uno de nosotros es más importante para él que todo el mundo. Por eso, si nosotros
no correspondemos a su amor,
él seguirá teniendo sed y buscándonos.
La sed es un signo de vida. Tiene
sed
de dar vida y por eso muere. Él tenía sed por las almas de los hombres.
El Pastor estaba sólo, sin sus ovejas. Durante toda su vida Jesús había buscado
almas. Los dolores del cuerpo no eran nada en comparación del dolor del alma. Que el hombre despreciara su amor le dolía profundamente en su corazón.
Todo hombre necesita ser feliz y no se puede ser feliz
sin
Dios. La sed de todo hombre
es la sed del amor.
ORACIÓN
Guía:
Padre de bondad, tu Hijo que prometió el agua viva a la Samaritana, gritó,
sediento en la cruz: “Tengo sed”. Concédenos beber de la fuente de agua viva que brotó de su costado abierto para que, saciada
nuestro ser, seamos capaces de transmitir el Evangelio
a los sedientos
de la Verdad. Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos: Amén.
Lector:
X Del Evangelio según san Juan Jn 19, 30-31
DESPUÉS QUE JESÚS, cuando tomó el vinagre,
dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza,
entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran
los cuerpos en la cruz el sábado,
porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran.
MEDITACIÓN
Guía:
Había llegado el momento de la entrega suprema y definitiva de Jesús, su
muerte en la cruz. Toda su vida había estado marcada bajo el signo de la obediencia al Padre y de la entrega por la humanidad. Desde el instante
de la Encarnación, Jesús recorre el camino
que lo lleva hasta
el
momento de su muerte
en la Cruz, máxima
expresión de entrega y obediencia
a los designios divinos.
La plegaria de Jesús por nosotros alcanza su punto supremo en la ofrenda
que hizo de sí mismo al Padre en la hora de la cruz, en el grito:
«Todo está cumplido». «Todos los infortunios de la humanidad de todos los tiempos,
esclava del pecado y de la muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la historia de la salvación están recogidas en este grito del Verbo encarnado. He aquí que el Padre
las acoge y, por encima de toda esperanza, las escucha al resucitar a su Hijo. Todo tiene sentido:
Jesús por amor nos da su vida. Jesús cumplió con la voluntad de
su Padre.
Su
misión terminaría
con su
muerte. El
plan estaba realizado. Nuestro plan no está aún terminado, porque todavía no hemos salvado nuestras almas. Todo lo que hagamos debe estar dirigido a este fin. El sufrimiento, los tropiezos de la vida nos recuerdan que la felicidad completa solo la podremos
alcanzar en el cielo. Aprendemos a morir muriendo
a nosotros mismos,
a nuestro
orgullo, nuestra envidia, nuestra pereza,
miles de veces cada
día.
ORACIÓN
Guía:
Padre
santo, tu Hijo, al entrar en el mundo dijo: “Heme aquí que vengo a hacer tu voluntad”. Ahora, en la cruz, dice: “Todo se ha cumplido”, dando fin a su obra redentora. Haz que también
nosotros recorramos el camino de la vida cumpliendo tu Voluntad para que, cuando llegue la hora de nuestra muerte, podamos decir que hemos hecho todo lo que a Ti te complace.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Todos: Amén.
Lector:
X Del Evangelio según san Lucas Lc 23, 44-47
ERA YA COMO LA HORA SEXTA, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra,
hasta la hora nona, porque
se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio.
Y Jesús, clamando
con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo
mi espíritu». Y, dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo: «Realmente,
este hombre era justo».
MEDITACIÓN
Guía:
Esta entrega divina
fue
precedida de otras entregas
humanas. Judas Iscariote entregó a Jesús a los judíos (Mc.14,10); éstos lo entregaron a Pilato (Mc.15,1); Pilato entrega a Jesús a los soldados para que lo azoten y lo crucifiquen (Mc.15,15). Sin embargo, Jesús mismo se entrega
voluntariamente a la muerte: “Nadie me quita la vida, soy Yo quien la entrega”. San Pablo dirá: “Haced del amor la norma de vuestra
vida, a imitación
de Cristo que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio
de suave olor a Dios” (Ef.5,2).
Con todo, podemos afirmar que quien entrega a Jesús es Dios, su Padre.
En esta entrega que el Padre hace de su propio Hijo por nosotros
es precisamente donde se revela la profundidad del amor de Dios a los hombres: “El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero
y envió a su Hijo para librarnos
de nuestros pecados” (I Jn. 4,10).
Jesús no muere negando a
Dios, ni alejado
de Él; ni rebelándose contra Él, ni blasfemando contra El. Jesús tampoco muere insultando a los que lo han crucificado. Jesús muere confiándose a las manos acogedoras
y llenas de amor de Dios, su
Padre.
Desde la cátedra
de la Cruz, el Justo, Jesucristo, que ha cargado con todos nuestros
sufrimientos porque ha asumido nuestras
culpas, nos enseña a esperar
contra toda esperanza, a sentir que las manos de Dios son
más
fuertes que la
más poderosa mano humana y que cualquier tentación que pueda sobrevenirnos y abatirse
sobre nosotros. Por eso, aun cuando la prueba
sea dura, terrible
y angustiosa, tenemos que gritar como El: “Padre, en tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”.
Estas palabras nos hacen pensar que debemos
de cuidar nuestra
alma, no sólo nuestro cuerpo. Jesús entregó su cuerpo,
pero no su alma. Devolvió su espíritu a su Padre no con grito de rebelión sino con un grito triunfante. Nadie nos puede quitar nuestro espíritu. Es importante recordar cual es nuestro destino en la vida para no equivocarnos de camino a seguir. Jesús nunca perdió de vista su meta a seguir. Sacrificó todo para alcanzarla. Lo más importante en la vida es la salvación de nuestras
almas.
ORACIÓN
Guía:
Dios y Señor nuestro, tu Hijo en la cruz dijo: “En tus manos encomiendo
mi espíritu”. Entonces expiró y toda la tierra se oscureció
surgiendo de la cruz una luz nueva. Te pedimos
que, al contemplar a Jesús muerto en la cruz, descubramos su misterio
de resurrección y experimentemos en nuestro
corazón una nueva vida. Por Jesucristo
nuestro Señor.
Todos: Amén.
PETICIONES
Guía:
Jesús es Señor para gloria de Dios Padre: Él es nuestro único Mediador
y Sacerdote, al ofrecer una vez para siempre
su sacrificio en la cruz. Que Él, resucitado,
interceda ante el Padre por
la Iglesia orante en la tierra.
Lector:
— Para que, por el poder de la cruz de Cristo, el Padre conceda
a su Iglesia
la firmeza en la fe, el valor de la esperanza, la entrega
en el amor. Roguemos al Señor.
— Para que, por la eficacia salvífica de la cruz de Cristo, el Señor conceda la paz y la reconciliación entre todos los hombres de buena voluntad.
Roguemos al Señor.
— Para que, por la cruz salvadora, el Padre sostenga
a los enfermos,
dé fortaleza y aliento a los oprimidos,
conforte a cuantos
comparten la Pasión de
Cristo. Roguemos al Señor.
— Para que, por la cruz redentora,
robustezca a cuentos
predican el Evangelio
en tierras alejadas y en los sectores más alejados de la
Iglesia. Roguemos al Señor.
—
Para que, por la fuerza de la cruz del Señor, el Padre otorgue a cuantos con ella hemos sido marcados,
el Espíritu de fortaleza y de
paciencia, de paz y de amor. Roguemos al Señor.
Se puede
añadir alguna petición que
se crea
oportuna.
Guía:
Oremos por el Santo Padre, Francisco, por nuestro obispo Ángel y por sus intenciones, como el Señor
nos
enseñó.
Todos: Padre nuestro CANTO A LA VIRGEN DESPEDIDA
Guía: Bendigamos al Señor.
Todos: Demos gracias a Dios.