El 29 de enero de 1969, explotó una plataforma petrolera ubicada a seis millas de la costa de
Santa Bárbara, a unos 200 kilómetros al norte de Los Ángeles. La causa de la explotación fueron las fuertes presiones subterráneas causadas por la perforación del
fondo marino.
Un millón de litros de petróleo, lodos y aguas residuales se vertieron continuamente en el mar durante once días: el área afectada fue de aproximadamente 2500 kilómetros cuadrados.
Unos 50 kilómetros de playa se tornaron verdosos y el mar también se vio afectado, volviéndose negro.
El impacto ambiental fue aterrador: se encontraron
cadáveres de delfines, ballenas y peces muertos ya que se habían
envenenado y ahogados por los restos de petróleo. Pero no solo eso, los vertidos tras el accidente
provocó también la muerte de las aves locales que se alimentaban de organismos marinos. A esto se le sumo además, el que
muchos animales continuaron muriendo también por los detergentes utilizados para limpiar el mar.
Los ciudadanos de Santa Bárbara se movilizaron de
manera extraordinaria y prometieron que tal masacre ya no ocurriría a lo
largo de sus playas.
Se organizaron en un movimiento llamado “Sacar
petróleo”, reunieron más de cien mil firmas para prohibir la perforación
en alta mar, presionaron enormemente a los políticos y organizaron una
gran campaña de protesta , boicoteando a Union
Oil, responsable del desastre. El eco de esta tragedia se escuchó en
todo Estados Unidos y
las protestas llegaron a Washington, la capital. En un solo año, se aprobaron leyes muy estrictas para defender el mar y el aire.
El 22 de abril de 1970, 20 millones de estadounidenses se unieron gracias también al senador estadounidense Gaylord Nelson en un
llamamiento vigoroso y angustiado por la salvación de nuestro planeta.
Desde entonces, cada 22 de abril se celebra el Día de la Tierra , un día para
reflexionar y compartir con todos los ciudadanos del mundo interesados en el estado de salud del planeta en el que vivimos.
El Día Mundial de la Tierra es el único ejemplo de
un evento celebrado en todo el mundo simultáneamente, por personas de
todos los orígenes, religiones y nacionalidades, con el fin de hacer
crecer y diversificar el movimiento ambiental en
todo el mundo, y hacerlo más efectivo vehículo de promoción, para una
permanencia saludable y sostenible de cada ser humano en el planeta.
La acción climática será el tema principal.
La Vía Campesina está lanzando “Derechos Campesinos – Libro
Didáctico” una versión ilustrada de la Declaración de las Naciones
Unidas sobre los Derechos de l@s Campesin@s y otras personas que trabajan en
áreas rurales (UNDROP). Dedicamos este trabajo a más de mil millones de
personas que viven en áreas rurales, que existen y resisten el asalto al
capital global. Además, hoy recuerda a los mártires que perdieron la vida y el
sustento en la lucha por proteger su tierra, las semillas, el agua y los
bosques en #ElDoradoDosCarajás y en el mundo.
Introducción
¡Esta tierra, esta agua, este
bosque, ¡somos nosotr@s!
La sociedad moderna se enfrenta a una crisis
extraordinaria.
Es una crisis civilizatoria que se ha estado gestando a lo largo de cientos
de años. En su centro se encuentran algunas “personas” [1],
que hoy poseen y controlan más de la mitad de la riqueza global; explotan
impunemente tanto a la naturaleza como a la humanidad en pos de generar
ganancia. Las consecuencias de sus acciones son contundentes. Al momento de
escribir estas palabras, la mayoría de la población mundial se encuentra en
cuarentena. El COVID-19 y su impacto está presente en los diálogos públicos y
privados en todo el mundo. Mientras algunos de los gobiernos se empeñan en
intentar detener la propagación del virus y salvar a sus ciudadanos, las
repercusiones económicas de la crisis amenazan con destruir los medios de
subsistencia y las vidas de miles de millones de personas.
Nadie se ha librado del virus. Sin embargo, son los trabajadores y
trabajadoras urbanas y rurales, migrantes, campesinos y campesinas y pueblos
originarios, en su gran mayoría sin acceso a sistemas de salud pública de
calidad, quienes se encuentran en la posición de mayor vulnerabilidad, al igual
que las personas de mayor edad y con condiciones de salud preexistentes.
El miedo por la salud no es la única preocupación. En muchos lugares del
mundo las fábricas están despidiendo trabajadores y trabajadoras y los
gobiernos están cerrando mercados campesinos rurales y periurbanos. A medida
que se implementan estrictas medidas de cuarentena, los productores y
productoras de alimentos a pequeña escala tienen dificultades para
comercializar su producción; los pescadores no pueden entrar al mar, los
pastores no pueden arrear el ganado y se restringe a los pueblos originarios el
acceso a los bosques. El resultado es un mundo que pronto se enfrentará a un
incremento de hambre y pobreza, quizás varias veces más graves de lo que ya
hemos visto en las últimas dos décadas. Mientras tanto, los Estados con
tendencias dictatoriales encontraron en esta crisis una oportunidad de
legitimar la vigilancia masiva, socavando los procesos democráticos y
desmantelando paulatinamente la libertad de asociación y el disenso organizado.
¿Cómo llegamos a esto?
Es factible plantear que el COVID 19 no es un problema en sí mismo, sino
apenas un síntoma. La especie humana ya estaba viviendo al límite, con niveles
récord en la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) y la temperatura del
planeta elevándose a un ritmo sin precedentes. En 2019, el Grupo Intergubernamental
de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC, por sus
siglas en inglés) publicó un informe titulado “Cambio climático y
tierra” [2], que una vez más expuso el impacto
devastador que la agricultura y sistemas de ganadería industriales han tenido
en la tierra, los bosques y el agua, al igual que en las emisiones de GEI (gases de
efecto invernadero). Algunos meses después del lanzamiento del informe del
IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las
Naciones Unidas), incendios forestales se propagaban implacables a lo
largo del Amazonas, de Australia y de África central, recordándonos la
espeluznante frecuencia que las condiciones climáticas extremas alcanzan en
este siglo. Los grandes latifundios y el agronegocio transnacional no solo
ejercían una exigencia inmensa sobre los recursos finitos del planeta, sino que
también ponían en enorme peligro la salud de todas las formas de vida,
incluyendo a los humanos. Son varios los estudios documentados que ya han
revelado cómo la gripe y otros patógenos surgen de una agricultura controlada
por las empresas multinacionales.
Pero este complejo agro-industrial no se construyó en un día. El principal
facilitador de este sistema ha sido el capitalismo y las políticas económicas
neoliberales que permitieron su expansión sin restricciones. Impulsados por la
codicia y avalados por poderosos intereses corporativos, los defensores del
capitalismo reemplazaron la naturaleza con fábricas de ladrillo, chimeneas e invernaderos
industriales. Construyeron ciudades como motores de nuestra actividad económica
prestando escasa atención a la biodiversidad del planeta. En el proceso,
descuidaron los pueblos, las costas, los bosques y a las personas que allí
habitaban. Talaron árboles para establecer grandes plantaciones o construir
complejos de lujo para turistas adinerados y perforaron la tierra en busca de
minerales. Al mismo tiempo, despojaron de su tierra a millones de personas que
coexistían con esos entornos. Unos pocos privilegiados impusieron a los pueblos
del mundo un modelo único de industrialización. Las personas que se resistieron
fueron ridiculizadas, perseguidas, encarceladas y a veces asesinadas con
impunidad.
Desde mediados del siglo XX, las corporaciones transnacionales y sus
gobiernos aliados, con el apoyo eficaz de instituciones como la Organización
Mundial del Comercio, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional,
firmaron acuerdos que no consideraban el costo humano de la expansión
industrial. Los promotores de la globalización establecieron el marco de los
Acuerdos de Libre Comercio fomentando la privatización de los servicios
públicos y la desregulación al punto de eventualmente desmoronar los sistemas
de salud pública y empujar a las comunidades rurales y urbanas a una
vulnerabilidad extrema.
El COVID-19 ha expuesto brutalmente estas vulnerabilidades. Todas las
grandes gripes que han sacudido a la humanidad en los últimos tiempos nos
recuerdan el costo humano de esta expansión ilimitada orientada hacia la
homogeneidad a costa de la diversidad. Los patógenos fatales que mutan en y
emergen de estos agro-ambientes especializados son una consecuencia ocasionada
por el sistema que reemplazó la producción local de alimentos saludables,
variados y climáticamente apropiados por alimentos homogéneos, producidos en
fábrica, que tienen el mismo sabor, ya sea en oriente o en occidente.
Los gobiernos hicieron caso omiso de las repetidas advertencias de
movimientos sociales y la sociedad civil. Con la misma velocidad que se
expandía el capitalismo, desaparecían de la narrativa cotidiana dominante las
noticias sobre el campesinado, pescadores, pastores, artesanos y muchas otras
personas que trabajan en áreas rurales. Al invadir el campo, el capital generó
un mundo azotado por las guerras civiles, ambientes insalubres y gente enojada.
La reacción de las personas ante estas circunstancias tan difíciles no siempre
es agradable. En muchas partes del mundo, la frustración les llevó a buscar
refugio en ideologías de derecha que se nutren del odio, el localismo y la
división. Es importante reconocer que la sospecha y hostilidad de unos contra
otros surge con fuerza en un mundo en el que es necesario luchar por recursos y
una paga diaria. El capitalismo creó este mundo polarizado en el que la
competición ha reemplazado a la solidaridad.
A pesar de esto, aún tenemos esperanza. La resistencia de los pueblos,
liderada por quienes más hayan sufrido los efectos de estas crisis, con el
apoyo de la fuerza del internacionalismo, la solidaridad y la diversidad, puede
desmantelar el capitalismo y devolvernos un mundo socialmente equitativo y
justo.
¡Formar, organizar y movilizar!
Desde 1993, por medio de La Vía Campesina, millones de personas que viven
en áreas rurales han advertido al mundo del desastre en ciernes.
Luego de una década de movilizaciones y lucha para contrarrestar la
creciente expansión del capital internacional, La Vía Campesina propuso e
inició una campaña en pos de un instrumento legal internacional para la defensa
de los derechos de los pueblos a sus territorios, semillas, agua y bosques.
Durante 17 largos años, campesinos y campesinas, trabajadores y trabajadoras,
pescadores y pescadoras, y pueblos originarios de Asia, África, las Américas y
Europa negociaron con paciencia y persistencia dentro y fuera del Consejo de
Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, compartiendo sus
historias de expropiación y desolación. Este proceso de negociación sirvió como
catalizador para las y los cuadros del movimiento y les permitió abordar la
campaña con mayor vigor. Organizaciones no gubernamentales aliadas, otros
movimientos sociales de productores de alimentos, académicos y gobiernos
progresistas también aportaron a generar y sostener el impulso que permitió la adopción
de un mecanismo legal internacional.
El 18 de diciembre de 2018 estos esfuerzos finalmente dieron fruto y la
Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas adoptó la
“Declaración de la ONU de derechos de campesinos y otras personas que trabajan
en áreas rurales” (UNDROP, por sus siglas en inglés). Esta Declaración no solo
considera a los campesinos y campesinas como meros “sujetos de derecho”.
También reconoce a los campesinos y campesinas y las personas que habitan zonas
rurales como agentes fundamentales para superar las crisis. Esta Declaración de
las Naciones Unidas es un instrumento estratégico para fortalecer las luchas y
propuestas de los movimientos rurales. Además, sienta una jurisprudencia y una
perspectiva jurídica internacional para orientar la legislación y las políticas
públicas en todos los niveles institucionales en beneficio de quienes alimentan
al mundo.
El núcleo de la Declaración se centra en el derecho a la tierra, las
semillas y la biodiversidad, así como en varios “derechos colectivos” anclados
en la Soberanía Alimentaria. La Soberanía Alimentaria es el derecho de los
pueblos a determinar sus sistemas alimentarios y agrícolas, y el derecho a
producir y consumir alimentos saludables y culturalmente apropiados.
Además de contar con un artículo único dedicado a las obligaciones de la
ONU, la Declaración también establece en cada artículo una serie de
obligaciones y recomendaciones para los Estados miembros. Estos artículos en la
Declaración explican no solo los derechos de campesinos y campesinas, sino
también los mecanismos e instrumentos para que los Estados los garanticen.
Ahora, la responsabilidad de su adaptación e implementación a los distintos
contextos nacionales recae sobre los Estados miembros de la ONU, los movimientos
sociales y la sociedad civil en cada rincón del mundo.
Este Libro de Ilustraciones explora distintos aspectos de la Declaración de
la ONU. Por medio de imágenes poderosas, creadas con cuidado por Sophie Holin,
joven militante y colaboradora de La Vía Campesina, su objetivo es dar a
conocer la Declaración de la ONU y difundir sus contenidos en comunidades
rurales. El libro, producido originalmente en inglés, español y francés,
también estará disponible como un documento de acceso libre para la adaptación
y traducción de movimientos sociales a idiomas locales.
Como La Vía Campesina, debemos utilizar esta herramienta para movilizar
comunidades y organizar formación política. Es indispensable la aplicación de
la Declaración de la ONU en los procedimientos legales en defensa de los
campesinos y campesinas, al igual que hacer un llamamiento a la sociedad para
el desarrollo de estrategias regionales y nacionales con el objetivo de lograr
su implementación. Esta herramienta nos permite presionar a nuestros gobiernos
y a las instituciones gubernamentales en todos los niveles para que cumplan con
su obligación de asegurar la dignidad y la justicia para que quienes produzcan
puedan garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos.
La solidaridad entre las poblaciones rurales y urbanas, campesinas y
trabajadoras, entre los productores y productoras de alimentos y sus
consumidores es nuestra única arma contra el capital internacional. La
educación de nuestro pueblo y la formación de nuestra juventud rural son elementos
centrales de nuestra lucha. Exijamos el mundo que el capitalismo tan
brutalmente nos arrancó. Insistamos en que esta tierra, esta agua, este bosque
no son otra cosa que nosotros y nosotras mismas, nuestra vida. Este es apenas
una herramienta más en esta gran lucha en defensa de la vida.
¡Internacionalicemos la lucha, internacionalicemos la
esperanza!
#DerechosCampesinosYA
~ La Vía Campesina, Abril 2020
REFERENCIAS
[1] En su mayoría, hombres: según
el informe de Oxfam 2017, ocho hombres poseían la misma riqueza que las 3.600
millones de personas que conforman la mitad más pobre de la humanidad
Https://www.oxfam.org/en/research/economy-99 (enlace activo a la fecha del
31 de marzo de 2020).
[2] Cambio climático y tierra – Un
informe especial de IPCC sobre cambio climático, desertificación, degradación
de los suelos, administración sostenible de la tierra, seguridad alimentaria y
flujos de gases de efecto invernadero en ecosistemas terrestres, disponible en:
https://www.ipcc.ch/srccl/ (enlace activo a la fecha del 31 de marzo de 2020)