Felices
quienes beben en las
fuentes de la Palabra y de los acontecimientos cotidianos.
Felices
quienes se dejan habitar por la íntima felicidad a la que les invita la Palabra.
Felices
quienes anuncian la Palabra
de Dios, renovada cada día, a tiempo y a destiempo.
Felices
quienes leen, estudian y reflexionan la Palabra como un verdadero camino de liberación
personal y social.
Felices
quienes perciben que la Palabra recubre toda la epidermis y las entrañas de la historia de la
humanidad.
Felices
quienes escuchan los ecos de la Palabra en todas las culturas y religiones, en las mejores
reivindicaciones del ser humano a lo largo de su historia.
Felices
quienes se dejan transformar por la Palabra y reconducen su vida al compás del
espíritu que les comunica.
Felices
quienes guardan silencio ante tantas palabras, abandonan las palabras que no tienen valor, olvidan
las palabras de odio o venganza, quienes viven más de hechos concretos que de
palabras.