A su muerte, el 8 de febrero de 1861, la Sagrada Familia no era la única en llorar su pérdida. Una corriente de simpatía, de amistad, de veneración invadía la ciudad de Burdeos. Un impresionante cortejo de personas de toda clase y condición acompañó el féretro hasta la Catedral, donde tuvieron lugar las solemnes exequias. A la tristeza de perder un amigo, un padre, un fiel consejero se mezclaba el sentimiento de descubrir un santo.
La fama de santidad que había rodeado al P. Noailles durante su vida, siguió propagándose después de su muerte. El 8 de febrero de 1988, la Iglesia confirmó la santidad de su vida declarándolo Venerable, un primer paso hacia la beatificación. Pero, conviene señalar que su santidad es una santidad en lo cotidiano, una santidad que no consiste en la realización de hechos extraordinarios o prodigiosos. Comenzaron muy pronto a llamarle: el Buen Padre. Un nombre que lo distingue hasta hoy.
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