Después
de unos meses de pandemia en los que las noticias eran exclusivamente sobre
temas de salud, ahora al comienzo de una tímida pero progresiva desescalada del
confinamiento,el tema central es el económico, la terrible crisis que se
avecina, las empresas que cierran, el aumento de los parados, etc
Las preguntas
ahora miran al futuro, un futuro lleno de incógnitas sociales, económicas,
políticas, científicas, tecnológicas, ecológicas y humanitarias: ¿hacia dónde vamos?¿qué
futuro nos espera como familia, país y humanidad? ¿tiene sentido la vida ante
tantos interrogantes?
Sobre la
pandemia hemos sabido que la causa era un virus letal, pero ahora no sabemos
hacia dónde vamos. Sociólogos, politólogos, economistas y pensadores nos ofrecen
sus teorías sobre el futuro, con más interrogantes que certezas. Han
desaparecido la utopía y el sueño de un futuro mejor.
Y así
como en la primera fase muchos preguntaban a los creyentes si tenían una
palabra de consuelo para superar el dolor y miedo, ahora nos preguntan si
tenemos alguna palabra de esperanza de cara al futuro. ¿Dios nos ha abandonado
en medio de la tormenta?¿Somos unos pobres náufragos sin saber ni de dónde
venimos ni hacia dónde vamos?¿Tiene sentido esta vida?
La
tradición judeo-cristiana no solo nos habla de un Dios creador de todas la cosas,
sino ante todo de un DiosYahvé que estará siempre con su pueblo, un Dios de la
historia, de la promesa, que lo libera de la opresión, un Dios que en Jesús entra
en nuestra historia, se encarna y tiene un proyecto de vida, de filiación y
fraternidad, en comunión con la naturaleza, que se llama el Reino de Dios. Y
este Jesús muerto y, resucitado por nosotros, nos ha entregado su Espíritu, es
un Dios- con-nosotros, que cuenta con nosotros para construir un mundo
solidario y justo, de vida, donde vayamos transfigurando la realidad y la
abramos al futuro de una nueva tierra, de una vida sin fin. Hay utopía, hay
esperanza, hay sentido, aunque caminemos a veces en la oscuridad de la noche.
Dios no nos abandona nunca.
Hay un
texto de los Hechos de los apóstoles un tanto desconcertante. El Espíritu Santo
no consiente que Pablo predique la Palabra ni en Asia ni en Bitinia. Pero
aquella noche Pablo tiene la visión de un macedonio que le suplica que vaya a
Macedonia a ayudarles. Pablo lo cuenta a sus compañeros y deciden embarcarse
hacia Macedonia, Filipos, Atenas y finalmente a Roma (Hch 16,6-10).
El
Espíritu les cerró las puertas a una predicación a comunidades de origen judío
y les abrió puertas hacia los gentiles. Seguramente Pablo no entendió
plenamente su vocación a los gentiles hasta el final de su vida, cuando estando
en Roma les dice a los judíos que la salvación de Dios ha sido proclamada a los
paganos (Hch 28,28). Y aquí se acaban los Hechos de los apóstoles.
Intentando
actualizar este texto podemos constatar que el Espíritu Santo hoy nos está
cerrando puertas, no solo de comercios, hoteles, fábricas, escuelas, estadios y
templos, sino a un tipo de sociedad, de economía, de política, de investigación
y de ecología, que no generan vida, sino discriminación y violencia. El
antropocentrismo tecnológico moderno y el sistema económico vigente provocan
muerte y víctimas. No nos extrañe que el Espíritu cierre puertas y que esto nos
produzca sensación de fracaso, incertidumbre sobre el futuro, caos y confusión.
Pero el
Espíritu, aunque nos cueste aceptarlo, nos está abriendo otras puertas a otro posible
mundo, con una economía solidaria, con prioridad de los pobres y descartados de
la sociedad, un mundo más ecológico, más sencillo y participativo, que no invierta
en armas sino en salud y educación, con trabajo y salarios dignos vitales para
todos, un mundo más interconectado y pacífico, más cercano al proyecto del
Reino de Dios.
Para los
cristianos también se nos abre una puerta hacia una Iglesia no clerical ni
patriarcal, sino a una vida cristiana con mayor participación creyente y comunitaria
de todo el Pueblo de Dios, no encerrados en el templo sino formando una Iglesia
en salida a las periferias, una Iglesia más fermento que cemento. No intentemos
reabrir las puertas que el Espíritu nos ha cerrado.
Todo esto
no es algo mágico, exige nuestra colaboración, creatividad, iniciativa y
conversión para construir entre todos un mundo diferente, solidario y justo,
para transfigurar esta realidad y abrirla a la nueva tierra, a una vida sin fin,
el Reino de Dios.
¿Seremos
capaces de discernir hoy en estas puertas que se cierran y se abren, un nuevo
signo de los tiempos, una siempre nueva y sorpresiva acción del Espíritu del
Señor?
Todo es
gracia, hay Utopía en el horizonte, hay un Principio esperanza, esta virtud que
es la más pequeña de las virtudes teologales, pero la que más agrada a Dios. En
formulación de una mujer boliviana de un barrio popular de Cochabamba: “Diosito
nos acompaña siempre”.
Víctor
Codina sj