· Continua Continúa vigente y cada día con más urgencia la llamada apremiante del Papa Francisco para ‘una Iglesia en salida’. En concreto en nuestras circunstancias actuales, no sólo los aspectos negativos que muestran una situación eclesial preocupante, sino sobre todo, siguiendo al Concilio Vaticano II, los signos de los tiempos son hoy especialmente claros y piden una respuesta urgente. Nuestra Iglesia necesita ‘salir’; pero la pregunta inmediata que se plantea es de dónde y hacia dónde. Hay respuestas y posiciones diversas, que pueden ser mutuamente complementarias. Precisamente es en este punto donde quisiera incidir con esta aportación.
A mi entender, y en el de otras muchas personas, a la
Iglesia en nuestro contexto se le plantea la necesaria salida de lo que llamo paradigma
de la cristiandad, vigente todavía en muchos de nuestros estratos y
ambientes tanto jerárquicos como laicales.
Con la categoría paradigma me refiero no sólo a
estilos pastorales que se conservan en nuestras iglesias. Implica, de manera
más amplia y profunda, conceptos, creencias, conductas y actitudes, formas
de acción, que responden a concepciones de Iglesia, visiones del mundo,
relaciones con otras religiones, con personas no creyentes, con los avances
científicos. Durante muchos siglos se afianzó el paradigma de la cristiandad
que resistió a la modernidad, al pluralismo religioso, a la laicidad y
secularización, encerrando a la Iglesia en su autoconcepción excluyente. ‘Fuera
de la Iglesia no hay salvación’, fue el axioma de un eclesio-centrismo
persistente.
Después de los concilios de Trento y Vaticano I que
confirmaron y fortalecieron ese paradigma, fue necesario un nuevo Concilio, el Vaticano
II, que trató, no sin vacilaciones, de armonizar el pasado con las
exigencias de los nuevos tiempos y propuso un cambio en profundidad. Juan XXIII
lo llamó ‘aggiornamento’. Su Constitución pastoral, Gaudium et spes, fue una
clara apuesta por un nuevo paradigma que superara el viejo y milenario
paradigma y propuso un cambio significativo que afectaba a lo más profundo del
ser Iglesia hoy y para el mundo de hoy.
Pero no iba a resultar fácil abandonar el peso y
lastre de la tradición conservadora. Y, en efecto, al poco tiempo, en medio
del optimismo inicial, que tal vez pecó de superficial, la Iglesia oficial
trató de atrincherarse en los “cuarteles de invierno”, en frase de Rahner; el
cardenal Martini, arzobispo de Milán, confesaba que “sus sueños de una Iglesia
pobre, humilde, abierta, plural, joven se habían disipado amargamente”. El
sector involutivo eclesiástico impuso con fuerza su paradigma conservador. Los
intentos y realizaciones pastorales, teológicos, sinodales, organizativos
encontraron pronto el control férreo de los organismos eclesiásticos
dominantes. Y la religión ha seguido oscureciendo e impidiendo ver la claridad
del evangelio que ilumina nuevos horizontes y su realización para construir el
Reino de Dios.
Ha sido el Papa quien, sobre todo con tres documentos de profundas implicaciones eclesiales (Evangelii gaudium, Laudato si’, Fratelli tutti), ha vuelto a plantear las claves de una Iglesia guiada por el paradigma evangélico que le pide ser como el grano de trigo que muere para dar fruto (Jn 12,24) e invita a salir al mundo desposeída, como lo expresó Pere Casaldàliga, de todo poder, es decir, del paradigma de la cristiandad: “No llevar nada/ No poder nada / No pedir nada/… Solamente el Evangelio, como una faca afilada”.
Y aquí estaría, a mi entender, el primer paso de
una Iglesia en salida
de su
eclesiocentrismo al mundo, a sus problemas y esperanzas, angustias y gozos
sobre todo de los pobres;
de su
uniformismo, a una iglesia plural y sinodal;
de su
occidentalismo, a una Iglesia universal y plural;
de su jerarquismo,
a una Iglesia sinodal, pueblo Dios;
de su
concepción doctrinal y estancada de la revelación, a lecturas abiertas a los
signos de los tiempos y a la verdad de otras religiones.
Sin embargo hasta ahora, y todavía hoy para bastantes obispos y fieles, lo que interesa ante todo es mantener la Iglesia y la pertenencia a ella, lograr vocaciones para que los ministerios subsistan y se garantice su ejercicio dentro de un modelo conservador. Desde el control estadístico del Vaticano se siguen pidiendo números de bautizados, casados por la Iglesia, funerales, etc. Pero su disminución es creciente y rápida. Además, y es lo más preocupante, a un número progresivamente más amplio de jóvenes, de adultos, de familias, no interesa ni atrae lo que se anuncia como Buena Noticia y, menos aún, la Iglesia. Incluso ante las angustiosas preguntas que hoy son centrales para tantas personas en una sociedad tan preocupada, con toda razón, por la pandemia, la situación económica, la inmigración, la degradación ecológica, la desigualdad mundial, no se comprenden ni interesan los mensajes que ofrecen nuestras homilías en templos cada vez más vacíos, nuestras ofertas formativas en grupos reducidos, nuestro culto con un lenguaje de otras épocas.
Es preciso, por tanto, para que la invitación del Papa
a una ‘Iglesia en salida’ tenga incidencia y se haga real, salir del viejo
paradigma de la cristiandad. No es tarea fácil ya que, como todo paradigma,
está fuertemente inscrito en muchas conciencias cristianas; influye directivamente
y sospecha o excluye cualquier otro que sea innovador considerándolo
desviacionista y amenazador para el bien de la Iglesia y de los fieles.
Todo está sometido a ese paradigma que es como
la dovela central o clave que sostiene y mantiene todos los arcos de
construcción del edificio de esa Iglesia y le confiere su sentido y figura.
Entonces admitirá cambios, pero serán superficiales; se propondrán reformas que
se quedarán en retoques; se planificarán remodelaciones, pero manteniendo la
estructura; se repararán sus grietas, pero para mantener el edificio donde el
grupo creyente encuentra su seguridad espiritual. Incluso se saldrá al
exterior, pero para volver de nuevo porque necesita donde reclinar su cabeza y
sentirse protegido. Queda entonces muy lejos de quien dijo que “este
hombre no tiene donde reclinar su cabeza” (Lc 9,58) y, por supuesto, preferirá
adorar a Dios en el templo, más que, “con espíritu y verdad” (Jn 4,23), en los
lugares donde la humanidad se juega su futuro: en los pobres y desde quienes
luchan por una sociedad justa, por una tierra cuidada como casa común, por
“colaborar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales
problemas de nuestra época”, según insistió el Vaticano II (Gaudium et spes
10).
Es indudable que una salida de paradigma es altamente compleja; conlleva riesgos imprevistos; supone abandonar lo que para muchas personas ha sido y es garantía de su seguridad adquirida con fidelidad tradicional. Sin embargo, cada día más personas lo están haciendo; pero en dos direcciones. Unas simplemente abandonan el paradigma que sostiene esta Iglesia en la que no creen y ya nada les dice con su mensaje y se entregan al paradigma que les ofrece o les impone la globalización capitalista a la que están sometidos y resignados, sin más horizontes. Han renunciado al sentido profundo de sus vidas. Se contentan con lo inmediato. Pero también hay personas y grupos comunitarios, conscientes de la complejidad del cambio de paradigma, que optan por intentar la construcción de otro nuevo y trabajan con sus actitudes, con sus aportaciones, con sus modos de vida, en colaboración abierta en la ardua pero esperanzadora tarea de lograr un paradigma auténticamente evangélico y, por tanto, también humano y liberador.
Si hoy la Iglesia quiere ponerse en actitud de salida
debe ir al encuentro de esas “soluciones plenamente humanas”, como
insistió el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes 11), confiada en la presencia
del Espíritu que alienta donde quiere (Jn 3,8) y hace brotar una nueva vida en
los lugares más impensados, sobre todo, en los pobres que buscan la justicia y
la fraternidad. El Papa Francisco propone buscar y construir en una ética
compartida un mundo fraternal donde la salvación no está en la Iglesia sola
y aislada en su viejo paradigma excluyente, sino en todos, con la clara
“conciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie” (Fratelli
tutti). Esto no significa por supuesto relativizar el evangelio o reducirlo a
una simple referencia más, sino comprenderlo desde su lugar auténtico: los
pobres y quienes con ellos buscan la justicia, según las bienaventuranzas (Mt
5,3-12). Para ello hace falta ponerse en salida a fin de oír sus voces de
denuncia con oídos atentos, ver con ojos abiertos su situación y actuar con manos
samaritanas, eficazmente.
La seguridad y confianza, la razón profunda para asumir
este riesgo decisivo de salir del viejo paradigma de la cristianad y buscar
un nuevo paradigma y el impulso y motivación para construirlo están, para las
personas creyentes, en la fe en el Reino de Dios, presente ya en nuestra tierra
(Lc 17,20), que supera todo paradigma y al mismo tiempo mueve y empuja a un
dinamismo transformador con una nueva espiritualidad y desde una Iglesia en
salida para servir y no para ser servida.
Félix Placer