5 de noviembre de 2023
SEGIMOS CAMINANDO
19 de agosto de 2023
ENCUENTROS EN MARTILLAC
9 de julio de 2023
TIEMPOS DE ORACIÓN Y SILENCIO
Nuestra sociedad nos empuja a producir, a estar conectados a las redes para saber que estamos vivos y que somos importantes, a mandarnos montones de tonterías en chats…parece que más es mejor.
Acabamos de saltarnos un tiempo de la vida de Jesús, que se llama Vida Oculta, y que comprende un período de unos 30 años. Es decir, el tiempo en que para una persona de su tiempo, iba del nacimiento a la adultez. Luego veremos que en unos tres años o menos, según los autores, se concentra el resto de su vida y muerte, que comprende el grueso de los evangelios, pero no de su vida.
Es en la cotidianeidad del día a día, en su rutina vivida como tiempo de barbecho, donde se formó la persona que nos sigue atrayendo y enamorando por su calidad humana.
¿Qué tiene que ver esto con nuestras vidas? Yo diría que TODO. Nuestra vida transcurre un 99,9% en esa cotidianeidad crónica, donde ocurre casi todo. De esa realidad se desprende lógicamente que me interesa muchísimo saber como vivo ese tiempo y como podría vivirlo con más hondura.
Inspirada en la vida oculta de Jesús y también de tantas personas, hoy quiero recordar a alguien que me enseñó a orar y a dar hondura a un largo barbecho en mi vida, y esta persona es Carlos de Foucauld.
La espiritualidad del desierto-barbecho es sencilla y silenciosa. Se basa en la vida oculta de Jesús y nos introduce en el día a día con la dimensión de estar en una presencia e intimidad de trato continuo con Dios, el Abba, Jesús…
Estás trabajando, caminando, esperando el autobús, conduciendo, cocinando, en la consulta, estudiando, duchándote, en una reunión, siempre tienes una presencia, un alguien con quien compartir, en silencio de intimidad acompañada.
Una experiencia así no se logra leyendo a montones de autores o estudiando teología o… lo cual puede, después de tener la experiencia, ayudarnos a comprenderla, se logra en esa rutina diaria cuando el corazón está anclado y ha descubierto el silencio y la soledad acompañada.
Cuando esta experiencia se va dando, la persona se sosiega porque empieza a ver el momento presente como la oportunidad de vivir en profundidad y gozo, sin necesidad de ansiosamente ansiar algo diferente.
Cuando esto se da, los chats, facebooks…dejan de sonar porque interrumpen el silencio interior en el trabajo, en la rutina. Los miramos más tarde, dejamos de usarlos para reclamar atención, vamos entrando en una dinámica de desaparecer un poco de en medio porque ya no nos hace falta, lo hacemos cuando queremos acompañar, o apoyar.
Y este es el objetivo de estas líneas hoy. Agradeceros a las que acompañáis y cuidáis vuestra vida oculta, vuestro espacio de barbecho: amigas y hermanas que pasáis horas y semanas con madres, padres mayores, enfermos, cuya vida se alarga mermando aparentemente la vuestra. No es así desde la mirada de Dios. La vuestra toma un relieve de hondura, tipo espiritualidad del desierto, donde lo que cuenta es con quien convivo por dentro, y expresarlo a través del cuidado, la paciencia, la ternura incluso cuando la cosa se pone desagradable.
Podría también referirme a tantas personas que como abuelas o sanitarias aguantáis situaciones demasiado preocupantes. La espiritualidad de abrazar el cuerpo de Cristo, de verle y amarle en los enfermos, en los pequeños incluso en las personas que nos tratan mal…es un bálsamo de vida que a la vez transmitirás con tus manos, tu sonrisa, tu donativo generoso, tu comida de abuela, tus horas infinitas con tus mayores demenciados o las colas de gente nerviosa en tu consulta.
Todos pasamos horas infinitas en que parece que no hacemos nada, sin embargo la calidad de todo está en como lo vivimos, no tanto en cuanto producimos, ganamos, sacamos…
Esa espiritualidad no necesita un cojín, ni un templo, ocurre donde transcurre tu vida. Y es tan hermosa y tan sencilla que pasa desapercibida, como la florecillas que pisamos o los atardeceres que no vemos porque preferimos las luces de las rebajas o la pantalla del móvil, o la interminable cadena de tareas autoimpuestas que nos separan del respirar del cosmos al unísono con el nuestro.
Sois tantas las que podría nombrar que voy a dejarlo así, en ese anonimato habitado que tanto buscaba Jesús en sus largas horas de hacer nada, con todo lo que había por hacer.
Gracias por todo lo que aportáis las que sabéis estar ahí compartiendo esa realidad en silencio y tiempos de expresarlo en comunidad.
Por todo ello, antes de iniciar el estudio de Marcos y de Acompañamiento personal el próximo 22, os invitamos a saborear el presente. La vida oculta, el día a día en su presencia.
Magda Bennásar Oliver, sfcc
1 de julio de 2023
FAMILIA EN MISÓN Nº 38
12 de abril de 2023
¿NADA?
En una iglesia de Roma vi un sepulcro de alabastro, sin nombre ni fecha, solo con la inscripción NIHIL, NADA.
La covid nos ha cuestionado
sobre la muerte y la vida. De nuestros seres queridos difuntos ¿solo queda una
urna con cenizas para enterrar en el monte o esparcir en el mar? Al morir
¿desaparecemos inmersos en la energía del cosmos? ¿pervivimos solo en la
memoria de los descendientes? ¿hay algo más al final de la vida o solo hay la nada?
¿hay que plantearse la alternativa del suicidio, como hicieron bastantes
jóvenes durante la covid? Ni la ciencia, ni la medicina tienen respuesta a
estos interrogantes.
Esta problemática es tan
antigua como la humanidad que siempre ha enterrado a sus muertos con respeto, a
veces con provisiones para el largo
viaje que les espera, otras veces en forma fetal para que renazcan de nuevo. La
filosofía ha reflexionado sobre la muerte, Sócrates cree que morir es una
liberación del alma de la cárcel del cuerpo. Pero solo las religiones aportan
luz y esperanza: las pirámides de Egipto expresan una cierta sobrevivencia; en
el mundo helénico el hades es el lugar de los muertos; religiones asiáticas
profesan el karma, la reencarnación, el nirvana, la disolución en el
todo, como la ola se diluye el mar.
En el mundo judío hay una
fuerte vivencia de la tierra, el sheol es el lugar de los muertos, un
lugar oscuro y alejado de Dios y de la vida. Pero lentamente salmos y profetas
expresan su fe en una vida con Dios para siempre, su auténtico pastor no es la
muerte, sino Dios, un pastor bueno que con su cayado nos acompaña, aunque
caminemos por valles tenebrosos. Más aún, se anuncia que el soplo del Espíritu puede
abrir tumbas y resucitar muertos. Muchos judíos, víctimas de los campos de
concentración nazis, sobrevivieron o murieron confiando en el Dios de Israel,
capaz de devolver la vida. El Islam cree en un paraíso.
Únicamente la aparición de
Jesús de Nazaret, el Hijo del Padre hecho hombre, su vida, su muerte y su
resurrección iluminan definitivamente el misterio de nuestra muerte. Jesús ha
venido para darnos vida en abundancia, su Reino es vida, amor, perdón, justicia
y misericordia. Jesús cura enfermos y resucita muertos, él es la resurrección y
la vida, el que crea en él, aunque haya muerto, vivirá para siempre.
La Semana Santa no termina el
viernes santo con la cruz y la procesión del santo sepulcro. Ángeles anuncian a
las mujeres que iban con aromas al sepulcro, que Jesús no está allí, ha
resucitado y se manifestará a sus discípulos en Galilea. Los relatos de las
apariciones expresan de forma simbólica algo real: Jesús vive, su cuerpo
glorioso mantiene las llagas y la herida del costado, consuela a los que huyen
desanimados, posibilita una pesca abundante, comparte comidas con los
discípulos, les confiere el Espíritu, este Espíritu por el que el Padre resucitó
a Jesús de entre los muertos, como primicia de toda la creación y que
resucitará a quienes sigan su estilo de vida.
No desparecen todos nuestros
interrogantes sobre la muerte, estamos ante un misterio, pero tenemos la luz de
la Pascua que nos ilumina. Todo lo bueno, honesto, hermoso y justo de nuestra vida,
de la historia y de la tierra, nuestra familia y nuestras amistades, nada perecerá,
todo se transfigurará. Mientras vivamos tenemos el compromiso de ayudar a liberar
la sociedad y la tierra de toda injusticia y de toda muerte, pero esta tarea es
esperanzadora, la luz de la Pascua nos acompaña. La gran misión de la Iglesia,
su alegre buena noticia y su única riqueza es poder anunciar a Jesús muerto y
resucitado.
Frente al NIHIL, NADA del sepulcro
y de muchos escepticismos, la Iglesia nos ofrece la esperanza de la Pascua, la
muerte como un nuevo nacimiento a una vida nueva y sin ocaso en Cristo.
Víctor Codina
31 de marzo de 2023
17 de marzo de 2023
¿Quién era realmente José de Nazaret?
Al esposo de María y padre de Jesús muchos acuden como "intercesor de todo"
El relato de los evangelios, especialmente el de Mateo, presenta a José de Nazaret como un «hombre justo» (Mt, 1, 19) –o sea santo—piadoso, que ejerció de «padre» de Jesús y de esposo de María.
Fue un hombre que confió siempre en Dios a pesar de las numerosas dificultades que tuvo por delante: conocer el embarazo de la Virgen sin saber que venía de Dios, y que el que naciera sería llamado Hijo de Dios, y que le pondría por nombre Emmanuel.
Dios utilizó a sus ángeles para comunicar su voluntad a José: la revelación de la virginidad de María, la huida a Egipto, la vuelta de Egipto. Él siempre confió en Dios.
Nunca expresó la más mínima queja, a pesar de las dificultades que Dios le iba poniendo delante: el empadronamiento en Belén, la huida a Egipto y su vuelta a Nazaret.
Hasta cuando «perdió» a Jesús en Jerusalén y tras tres días de búsqueda, junto con María su esposa, lo encontró en el Templo hablando con los doctores de la Ley.
Un joven artesano
José de Nazaret, además, aunque no lo dicen los evangelios, fue un hombre joven, no un viejo como a veces lo pintan para resaltar la virginidad de María de Nazaret.
Para hacer lo que hizo José se necesitaba envergadura, sentido de la iniciativa, mucha firmeza, no doblarse ante ninguna dificultad. Tal fue su obediencia. No una obediencia ciega, sino con sentido de iniciativa y responsabilidad.
Dios quiso que el que tenía que hacer de padre de su Hijo Jesús (y fue un verdadero padre), no fuera un hombre de alcurnia, que vivía en palacios, o que formara parte de la aristocracia sacerdotal de la época. Lejos de eso.
Era, dicen los evangelios, un artesano (faber), un trabajador como tantos otros en su tiempo. Con buen temple, con alegría y buen humor.
Además, tenía iniciativa y era un hombre trabajador. Cuando se desplazó a Belén y después a Egipto y finalmente a Nazaret, no podía alimentar a su familia de la caridad, sino de su trabajo.
Seguramente instaló talleres en Belén y Egipto, y finalmente en Nazaret. Todo ello requiere una gran adaptabilidad a la voluntad de Dios y vivir en cada momento en el ambiente que le tocó vivir, sin quejarse que si los egipcios, los de Belén, son esto o lo otro, que tienen trato difícil y costumbres distintas.
No se quejó, se adaptó.
Un hombre con una clara misión
Él, José de Nazaret, sabía que la gracia de Dios no le iba a faltar. Además, debió ser una persona simpática, de trato muy agradable, que se hacía querer.
Nunca olvidó su misión principal: cuidar de María su esposa y del Niño Jesús al que enseñó el oficio de artesano. Y siempre lo hizo, dice el Papa, con «ternura«.
No sabemos cuántos años vivió José de Nazaret. Sí podemos intuir su dulce muerte, al lado de Jesús y de María, que lo cuidaron hasta el último aliento de su vida.