Compartimos esta vez el mensaje del Papa Francisco que se leyó en la VII Cumbre de las Américas:
Al Excelentísimo Señor
Juan Carlos Varela Rodríguez,
Presidente de Panamá
Juan Carlos Varela Rodríguez,
Presidente de Panamá
Como anfitrión de la VII Cumbre
de las Américas, deseo hacerle llegar mi saludo cordial y, a través de Usted, a
todos los Jefes de Estado y de Gobierno, así como a las delegaciones
participantes. Al mismo tiempo, me gustaría manifestarles mi cercanía y aliento
para que el diálogo sincero logre esa mutua colaboración que suma esfuerzos y
supera diferencias en el camino hacia el bien común. Pido a Dios que,
compartiendo valores comunes, lleguen a compromisos de colaboración en el
ámbito nacional o regional que afronten con realismo los problemas y trasmitan
esperanza.
Me siento en sintonía con el
tema elegido para esta Cumbre: «Prosperidad con equidad: el desafío de la
cooperación en las Américas». Estoy convencido –y así lo expresé en la
Exhortación apostólica Evangelii gaudium– de que la inequidad, la
injusta distribución de las riquezas y de los recursos, es fuente de conflictos
y de violencia entre los pueblos, porque supone que el progreso de unos se
construye sobre el necesario sacrificio de otros y que, para poder vivir
dignamente, hay que luchar contra los demás (cf. 52, 54). El bienestar así
logrado es injusto en su raíz y atenta contra la dignidad de las personas. Hay
«bienes básicos», como la tierra, el trabajo y la casa, y «servicios públicos»,
como la salud, la educación, la seguridad, el medio ambiente…, de los que
ningún ser humano debería quedar excluido.
Este deseo –que todos
compartimos–, desgraciadamente aún está lejos de la realidad. Todavía hoy
siguen habiendo injustas desigualdades, que ofenden a la dignidad de las
personas. El gran reto de nuestro mundo es la globalización de la solidaridad y
la fraternidad en lugar de la globalización de la discriminación y la indiferencia
y, mientras no se logre una distribución equitativa de la riqueza, no se
resolverán los males de nuestra sociedad (cf. Evangelii gaudium 202).
No podemos negar que muchos
países han experimentado un fuerte desarrollo económico en los últimos años,
pero no es menos cierto que otros siguen postrados en la pobreza. Además, en
las economías emergentes, gran parte de la población no se ha beneficiado del
progreso económico general, sino que frecuentemente se ha abierto una brecha
mayor entre ricos y pobres. La teoría del «goteo» o «derrame» (cf. Evangelii gaudium 54) se ha revelado falaz: no es suficiente
esperar que los pobres recojan las migajas que caen de la mesa de los ricos.
Son necesarias acciones directas en pro de los más desfavorecidos, cuya
atención, como la de los más pequeños en el seno de una familia, debería ser
prioritaria para los gobernantes. La Iglesia siempre ha defendido la «promoción
de las personas concretas» (Centesimus annus, 46), atendiendo sus necesidades y
ofreciéndoles posibilidades de desarrollo.
Me gustaría también llamar su
atención sobre el problema de la inmigración. La inmensa disparidad de
oportunidades entre unos países y otros hace que muchas personas se vean
obligadas a abandonar su tierra y su familia, convirtiéndose en fácil presa del
tráfico de personas y del trabajo esclavo, sin derechos, ni acceso a la
justicia… En ocasiones, la falta de cooperación entre los Estados deja a muchas
personas fuera de la legalidad y sin posibilidad de hacer valer sus derechos,
obligándoles a situarse entre los que se aprovechan de los demás o a resignarse
a ser víctimas de los abusos. Son situaciones en las que no basta salvaguardar
la ley para defender los derechos básicos de la persona, en las que la norma,
sin piedad y misericordia, no responde a la justicia.
A veces, incluso dentro de cada
país, se dan diferencias escandalosas y ofensivas, especialmente en las
poblaciones indígenas, en las zonas rurales o en los suburbios de las grandes
ciudades. Sin una auténtica defensa de estas personas contra el racismo, la
xenofobia y la intolerancia, el Estado de derecho perdería su legitimidad.
Señor Presidente, los esfuerzos
por tender puentes, canales de comunicación, tejer relaciones, buscar el
entendimiento nunca son vanos. La situación geográfica de Panamá, en el centro
del continente Americano, que la convierte en un punto de encuentro del norte y
el sur, de los Océanos Pacífico y Atlántico, es seguramente una llamada, pro mundi beneficio, a generar un nuevo orden de paz y
de justicia y a promover la solidaridad y la colaboración respetando la justa
autonomía de cada nación.
Con el deseo de que la Iglesia
sea también instrumento de paz y reconciliación entre los pueblos, reciba mi
más atento y cordial saludo.
Vaticano, 10 de abril de 2015
Francisco