De nuevo os dejamos con un
artículo de Victor Codina sobre la propuesta de pastoral evangelizadora del
Papa Francisco (extraído de vida pastoral).
El impacto eclesial y mundial
del Papa Francisco no se debe fundamentalmente a sus discursos
y a sus escritos que muchos no han leído a cabalidad, sino a sus gestos
simbólicos (abrazar a niños, besar a discapacitados, comer con los obreros del
Vaticano en la cantina, alojarse fuera del Palacio Apostólico, viajar en un
coche pequeño utilitario...) y a algunas de sus imágenes y expresiones
gráficas, captadas y comprendidas por todos con gran facilidad. Estas frases
acuñadas en medio de una homilía o de un escrito, tienen un gran poder evocador
y mediático; son como la versión moderna de las parábolas e imágenes que
empleaba Jesús en su tiempo.
Por esto, en lugar de ofrecer
una exposición sistemática y académica del pensamiento de Francisco sobre la
evangelización, me limitaré a presentar siete imágenes expresivas que de algún
modo compendian de forma simbólica lo más esencial y novedoso de su propuesta
de pastoral evangelizadora.
1. Puertas abiertas
La Iglesia no es una cárcel,
ni un museo, ni una fortaleza medieval con murallas, fosos y puente levadizo.
No es como aquel castillo misterioso que nos describe Franz Kafka,
donde residía un misterioso señor.
La Iglesia es un hogar con puertas
abiertas y flores en las ventanas, que acoge a todos, vengan de donde vengan, y
a todos ofrece una mesa con pan y vino. Es un lugar de misericordia, no un
lugar de torturas ni una aduana que controla todo. Es una casa paterna,
materna, cuyo icono eclesial es María, que nos introduce a Jesús y éste nos
lleva al Padre. La Iglesia reproduce en la historia las entrañas de
misericordia del Padre que Jesús con su vida y enseñanza nos reveló. Una
misericordia que se conmueve ante el sufrimiento y el pecado de sus hijos.
Si Juan XXIII dijo
que con el Concilio Vaticano II la Iglesia abría su ventana para que entrase un
poco de aire fresco en la Iglesia, ahora Francisco ha abierto totalmente las
puertas de la Iglesia a todos, a cristianos y no cristianos, a matrimonios
rotos, a homosexuales, a agnósticos y no creyentes. Todos son bienvenidos.
2. Salir a la calle
Las puertas abiertas indican
acogida a los que llegan de fuera. Pero la Iglesia no ha de esperar a que
lleguen de fuera a sus puertas, ha de salir a la calle, ir a las periferias, a
las fronteras geográficas y existenciales, aun con el riesgo de accidentarse.
No es una Iglesia encerrada en
sí misma, autorreferencial, preocupada tan sólo de sus escándalos o de sus
problemas clericales… sino una Iglesia que busca lo perdido, que sale al
encuentro del necesitado, que atraviesa los caminos polvorientos del mundo y
escucha el clamor del pueblo, sus dificultades y anhelos, como hacía Jesús de
Nazaret al recorrer los caminos de Galilea o Judea.
Es una Iglesia en estado de
misión –misionera–, que “callejea” la fe y quiere acudir a las
encrucijadas de la historia y dialogar con la ciencia, con las culturas, con
las religiones, sin miedo, porque sabe que el Espíritu del Señor llena el
universo y es causa de toda novedad.
Esto hace que la Iglesia no
añore el pasado sino que se abra al futuro y a los signos de los tiempos, a los
nuevos areópagos. Es una Iglesia en salida.
3. Hospital de campaña
En momentos críticos, de guerras, accidentes, epidemias…
los hospitales no se dedican a hacer análisis complicados ni tratamientos de
larga duración, sino a socorrer situaciones de emergencia, donde la vida está
en peligro.
También la Iglesia tiene que
socorrer las emergencias personales y sociales, salvar, curar, suturar, vendar
heridas del sufrimiento humano, salvar vidas amenazadas de niños, mujeres,
indígenas, ancianos, discapacitados, sanar cicatrices de personas que sufren en
su cuerpo o en su espíritu¿No es esto lo que hacía Jesús por los caminos de
Palestina? ¿No curaba enfermos incluso en día sábado, dado que la
persona está por encima de la Ley? ¿No es lo que hizo el buen samaritano?
4. Iglesia de los pobres
El sueño de Juan XXIII al
comenzar el Concilio Vaticano II, la opción por los pobres de la Iglesia
latinoamericana en Medellín y Puebla, la afirmación de Benedicto XVI de
que “la opción por los pobres” está implícita en nuestra fe en Cristo, las
afirmaciones de Aparecida de que no se puede hablar de Dios sin hablar de los
pobres (no. 393)… se prolongan en el deseo de Francisco de una Iglesia pobre y
para los pobres.
La evangelización tiene una
dimensión social: evangelizar es hacer presente el Reino de Dios, comenzando
por los predilectos del Señor, los pobres, hoy reducidos a seres descartables,
a masas sobrantes.
La opción por los pobres de la
que venimos hablando no es cultural, ni sociológica ni política, sino
evangélica, bíblica, teológica. Los pobres, su piedad religiosa, son un
verdadero lugar teológico, un lugar donde somos evangelizados.
La Iglesia no puede quedar
al margen de la lucha por la justicia; por ello denuncia el actual sistema
económico injusto que discrimina y mata al pueblo pobre. La Iglesia no puede
permanecer impasible ante tanta injusticia y sufrimiento humano.
La constante sonrisa del
Papa, sus gestos de ternura, sus escritos sobre la alegría del
Evangelio… podrían parecernos una falsa imagen del obispo de Roma. Pero
Francisco denuncia proféticamente los aspectos de nuestra sociedad, que son
contrarios al Evangelio del Reino: ha proclamado un contundente “No” a la
economía de la exclusión e inequidad que engendra violencia; un “No” a la
economía que cristaliza en estructuras injustas y que mata; un “No” a la
globalización de la indiferencia; un “No” a la idolatría del dinero; un “No” a
escudarse en Dios para justificar la violencia; un “No” a la insensibilidad
social que nos anestesia ante el sufrimiento; un “No” al armamentismo.
Francisco actualiza el mandamiento de no matar y de defender el valor de la
vida humana, desde el comienzo hasta el final.
Detrás de estos “No” de
Francisco se dibuja una imagen realmente evangélica de la Iglesia y del mundo;
un mundo más cercano al Reino de Dios. La alegría de Francisco no es una
alegría mundana ni fruto de un temperamento optimista, sino la alegría que
brota del Evangelio de Jesús y de la fuerza de su Espíritu, la alegría de la
Iglesia de los pobres.
5. Difundir el olor del
Evangelio
Frente a posturas
tradicionales, obsesionadas por la ortodoxia doctrinal y por el moralismo de la
casuística –sobre todo en temas sexuales–, la Iglesia ha de difundir,
ante todo, el perfume del evangelio de Jesús, la alegría de la salvación en
Cristo, el kerigma, es decir, el anuncio de la Buena Nueva de Jesús,
pasando por la experiencia espiritual del encuentro con el Señor, hasta la
mistagogía.
Hay que concentrarse en lo
esencial del Evangelio, lo más bello y atractivo. Hablar más de la gracia que
de la Ley, hablar más de Cristo que de la Iglesia, más de la Palabra de Dios
que del Papa. Mantener la jerarquía de verdades, la novedad del Evangelio, la
alegría de la Pascua.
6. Oler a oveja
Frente a posturas clericales
de pastores encerrados en sus despachos, alejados de la gente del pueblo,
funcionarios que buscan carrerismo o que siempre están en los aeropuertos… hay
que acercarse al pueblo, “tocar la carne de Cristo” en los
pobres, superar todo clericalismo, mundanización y patriarcalismo, reformar el
mismo papado, recuperar las actitudes de Jesús buen pastor, que busca la oveja
perdida y la carga sobre sus hombros. Hay que “oler a oveja”, a pueblo, a
sudor, a polvo, a dolor y angustia.
7. Evangelizar con Espíritu
Evangelizar no es una pesada
obligación, ni algo que debamos realizar de manera triste o con ansiedad;
tampoco es una actividad que se debe efectuar con desaliento o impaciencia,
sino que es fruto de la alegría del Evangelio que nos impulsa a una misión
alegre y confortadora. Pero esto supone una evangelización con Espíritu, el
mismo Espíritu que impulsó a los apóstoles en Pentecostés y que alienta y mueve
a la Iglesia de hoy a proseguir la misión de Jesús.
La evangelización supone el
encuentro con el Señor resucitado, el
que da su Espíritu a los discípulos y convierte una comunidad de apóstoles
cobardes y tímidos en testigos del Evangelio, capaces de dar la vida por el
Señor Jesús y el Reino.
Se trata de anunciar la
Buena Nueva no sólo con palabras sino con la vida, de confiar en la fuerza del
Espíritu que siembra semillas del Reino por doquier y es fuente de novedad y de
vida dentro y fuera de la Iglesia.
El Espíritu nos hace conocer a
Jesús, nos constituye como Pueblo de Dios; el Espíritu hace presente el Reino,
se convierte para los cristianos en alegría en medio del cansancio y el
desánimo; es raíz de nuestra esperanza pascual. “No tengamos caras
tristes ni de funeral”, sino transmitamos la alegría del Evangelio. No nos
dejemos robar la esperanza.
Conclusión: Lampedusa
Lampedusa es una pequeña isla
italiana de 20 km2 y con sólo 5,000 habitantes, situada en el Mediterráneo.
Colinda a 205 km con Sicilia y a 111 km con Túnez. Esta isla árida y sin más
agua que la procedente de la lluvia, vive de la pesca, la agricultura y el
turismo. Se ha hecho famosa por ser el puerto de entrada a Europa de miles de
inmigrantes indocumentados procedentes de África y también de Medio Oriente y
Asia. En las últimas dos décadas unas 20 mil personas que, en busca de mejores
condiciones de vida se dirigían a Lampedusa en barcazas y pateras, han perdido
su vida en la travesía.
A esta isla ha viajado el Papa
Francisco el día 8 de julio de 2013. Su primer viaje fuera de Roma no quiso
hacerlo hacia Nueva Cork, ni a Bruselas, ni tampoco a Buenos Aires, sino a
Lampedusa para lanzar un grito de alerta mundial ante la tragedia de los
inmigrantes.
En Lampedusa, el Papa no
sólo oró por los muertos, no sólo lanzó al mar una corona de flores amarillas y
blancas en memoria de las víctimas, no sólo abrazó a los migrantes africanos
recién llegados, sino que quiso despertar la conciencia de una
humanidad que permanece envuelta –como en un burbuja de jabón– en la cultura
del bienestar, de una humanidad que ha perdido el sentido de
responsabilidad fraterna y se ha vuelto incapaz de custodiar a las personas más
desprotegidas o, incluso, a la misma naturaleza.
En su mensaje, Francisco
afirma que estamos sumergidos en la globalidad de la indiferencia, que tenemos
el corazón anestesiado y somos incapaces de llorar por las muertes de nuestros
hermanos.
Nadie se siente responsable de
estas muertes. Francisco repite las palabras bíblicas: “Caín ¿dónde está tu
hermano?”
Este viaje de Francisco a
Lampedusa, sus gestos y palabras ¿no puede resumir y simbolizar el
estilo de evangelización de una Iglesia que, movida por el Espíritu, sale hacia
fuera, se dirige preferentemente a los pobres y a cuantos sufren, les abre sus
puertas de madre, mientras llama a todos a dejar el egoísmo y a vivir como
hermanos?
¿No rezuma el
episodio de Lampedusa un fuerte olor a Evangelio? ¿No actualiza este viaje de
Francisco la imagen del Buen Pastor que va en busca de la oveja perdida? El
viaje a Lampedusa es como una parábola viva de la evangelización según el Papa
Francisco. Si evangelizar es hacer lo que hizo Jesús, evangelizar hoy es
hacer lo que hizo Francisco en Lampedusa.
Victor Codina