23 de octubre de 2013

¿Fin del invierno eclesial?

Por
Victor Codina

Quienes hemos vivido durante los dos últimos pontificados un duro “invierno eclesial”, en expresión de Karl Rahner, nos preguntamos si con el Papa Francisco va a comenzar una nueva época en la Iglesia.
Desde el comienzo de su pontificado, el nuevo obispo de Roma, Francisco, ha ido dando signos de cambio, desde gestos simbólicos hasta formulaciones muy gráficas: Iglesia pobre y de los pobres, oler a oveja, salir a la calle, ir a las fronteras existenciales… Sus palabras en Lampedusa sobre nuestra insensibilidad ante el sufrimiento ajeno, en Río exhortando a los jóvenes a ser valientes y críticos, sus entrevistas al jesuita P. Antonio Spadaro de la Civilttà Cattolica y al periodista del diario La República de Roma, Scalfari, han abierto nuevos horizontes eclesiales y diseñan un nuevo programa pastoral. El Papa Bergloglio se confiesa pecador, llamado misericordiosamente por Dios para una misión eclesial, reconoce que en su época de superior dela Compañía de Jesús en Argentina fue autoritario y brusco, aunque nunca de derechas. Se proclama creyente, no en un Dios católico sino en Jesucristo y el Padre creador. Confiesa que en algún momento de su vida ha sido tocado por la gracia, dedica tiempo largo a la oración, adora la mística, pues sin mística la religión se convierte en filosofía. Sus santos preferidos son Pablo, Benito, Agustín, Ignacio y sobre todo Francisco, profeta, poeta, místico, amante de los pobres y de la naturaleza.
Según él, la Iglesia que es Pueblo de Dios y comunidad, debe ser hoy ante todo como un hospital de campaña, dispuesta a sanar y curar emergencias. Le preocupa enormemente el paro juvenil y el abandono de los ancianos. La Iglesia no debe centrarse obsesivamente en temas morales como aborto, anticonceptivos y matrimonio homosexual, sino que ante todo ha de anunciar la buena nueva de la salvación en Jesucristo, seguir el impulso irreversible del Vaticano II, sin caer en una ideología restauracionista; una Iglesia dialogante con la cultura moderna, con las demás Iglesias y religiones, fraterna y sinodal, que camine unida en medio de las diferencias, que no juzgue a las personas a las que Dios respeta tal como son; una Iglesia no proselitista, sino levadura y signo de amor a los demás.
No teme una Iglesia que sea minoritaria, con tal que sea semilla y fuerza evangélica. Desea una Iglesia descentralizada, en discernimiento, que escuche al pueblo y sobre todo a los pobres. Que ayude a que cada uno busque el Bien en su conciencia y combata el Mal, se deje iluminar por la luz trascendente que brilla en cada uno de nosotros.
Los ministros dela Iglesia que sean pastores, no clérigos de despacho, ni de laboratorio, que no caigan en el temporalismo, ni en el clericalismo que no es cristiano, abran caminos nuevos, no hagan de la confesión una tortura sino un instrumento de misericordia, sean acogedores de los que están en situaciones irregulares, que no sean narcisistas. Francisco critica a los narcisistas que se sienten halagados por los cortesanos: la corte es la lepra del papado; la curia vaticana es vaticano-céntrica y tiende a trasladar esta visión al mundo. Se respira ahora en la Iglesia un aire nuevo, con olor a evangelio. Hay brotes de una primavera eclesial como en tiempos del buen Papa Juan. Hay pautas válidas también para la sociedad. Ojalá que estos frutos primerizos no se malogren.

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