17 de febrero de 2013

Domingo 1º Cuaresma

Por
Monasterio de la Sagrada Familia, Oteiza de Berrioplano
Ramón Sánchez-Lumbier
17-2-2013

El tiempo de Cuaresma es "tiempo favorable". "Camino hacia la Pascua", nos estimula en el combate de la fe, puestos los ojos en el triunfo de Jesucristo, entregado por amor: “Mirarán al que traspasaron”. ¡Miremos, sí, y seremos fuertes!
Reconocer que somos "polvo” no impide degustar la riqueza de nuestra dignidad y vocación: somos, en verdad, “polvo enamorado”, vidas para amar sirviendo con fe, alegría y esperanza. Porque aceptar en verdad la condición propia, que es frágil, pecadora y mortal, vivir con humilde corazón, no anula el hambre y la sed de infinito. ¡Qué singular y sublime ejemplo el del Papa Benedicto XVI!
¡Cierto!, a veces, la cruda realidad sobre la marcha de personas y pueblos hace que se nos ponga en primer plano lo negativo de nuestra común humanidad. Todos queremos vivir en libertad y justicia. Nos hemos de comprender, respetar y ayudar en el empeño. Cada uno, por supuesto, ha de encarar obstáculos y tentaciones de todo tipo. Jesús venció. Y podemos vencer, nosotros también, por la fe en Él. Dios nos brinda ahora su luz y su fuerza en la mesa de la Palabra. Palabra que es "capaz de salvarnos", de dar a nuestro vivir consistencia firme, esperanza cierta, luminoso horizonte, hermosa y eterna meta.
Estamos convocados para marchar juntos pidiendo la gracia de un profundo cambio en mente y corazón, en pensamientos y sentimientos, en actitudes y conducta. Se nos ofrece aspirar a lo mejor para llegar a ser nada menos que "imagen y semejanza" de Jesucristo. ¿Querremos, pues, vivir no sólo de “pan y circo”, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios? "¡Conviértete y cree en el Evangelio!" Sigue apremiando la exhortación del pasado miércoles, al recibir la ceniza en la comunidad eclesial de los pecadores.
Hermanas y amigos, relancemos la esperanza. La Palabra de Dios nos ayudará en el combate espiritual para ser gente libre y decidida, alegre y pacificadora, pueblo amado y en constante proceso de conversión a la infinita misericordia de Dios. Y renovaremos nuestra opción por la vida y por el Viviente que hace vivir. Y podremos amar mejor, a Dios sobre todas las cosas y a los demás como a nosotros mismos.
El pasaje del Deuteronomio recuerda cómo Yahvé Dios rompió las cadenas que esclavizaban a su pueblo en Egipto. Dios sigue queriendo que todos vivamos felices, en tierra fecunda y compartida. El salmo responsorial alimenta la confianza de quien espera en un Dios Libertador: “acompáñame, Señor, en la tribulación”. La segunda lectura nos trae la convicción de Pablo: sólo "Jesús es el Señor", “nadie que cree en Él quedará defraudado”.
Y, sobre todo, en el evangelio vemos a Jesús derrotando al enemigo: “el Espíritu Santo lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo”. El episodio de "las tentaciones", además, es como un “anticipo” histórico de la incomprensión que Jesús encontraría a lo largo de su vida, tanto en amigos como en enemigos. Y es también una “perfecta” síntesis de su “saber estar” ante el Padre-Dios y ante los hombres. Las falsas y engañosas propuestas, entonces y ahora, se pueden condensar en tres: tentación de la autosuficiencia, apoyada en prosperidad y bienestar solamente material; tentación del poder, al servicio del egoísmo; y tentación del éxito personal pretendido al margen de Dios. Sí, hoy muchos estarían con Jesús para "hartarse de pan”, para “tener” de todo, para “dominar” a los demás con poder ilimitado. Pero lo que Jesús propone y pide es otra cosa: que nos acerquemos confiados al único Dios Vivo, que acojamos su bondad y le amemos en todo y sobre todas las cosas.
Frente a la tentación, Jesús asumió el difícil camino de la cruz, en obediencia filial al Padre, entregándose hasta el final en favor de los hermanos. Contra pronóstico, Jesús consiguió roturar y preparar la senda que conduce a la Vida porque se dejó llevar por el Espíritu Santo. Jesús nos hace ver que los hombres y sus cosas, por sí solos, no pueden proporcionar una vida plenamente humana y para todos. Jesús es el Hijo fiel que no quiere "tentar" a Dios pidiéndole "privilegios" para huir de las contradicciones de la vida. Jesús vivió y murió amando a todos y adorando sólo al Padre.
Hermanas y amigos: pidamos al Señor su gracia para reconocerle siempre como origen del cosmos, como clave y sentido profundo de la historia, como hogar y glorioso destino para cada persona y para la entera familia humana. Pidámosle nos recree con su santo Espíritu y, llenos de admiración y gratitud, podremos entregarnos a su amor y cumpliremos en todo su santísima voluntad. Si hemos de vivir como “bautizados en Cristo”, aprendamos del Maestro: su persona, su Evangelio, su camino, nos dicen cómo alcanzar cotas más altas de santidad. No sólo lo muestran, sino que, además, capacitan para ello.
Que Santa María y los santos nos ayuden a dar los pasos de conversión para recibir “la gracia del perdón”. Nos veremos renovados con “la alegría de la salvación”. ¡Es “cosa” de Dios!: "cuando estábamos perdidos y éramos incapaces de volver a Dios, Jesús nos amó hasta el extremo". Aquí y ahora se actualiza el Misterio Pascual en el sacramento eucarístico, mesa de Dios para que todos sus hijos tengamos vida y vida abundante. ¡Que el Padre nos confirme en el mismo Espíritu de Jesucristo, el Hijo Amado! Con Él, en el "desierto" de la vida, podremos preparar la venida del Reino de Dios, reino de libertad y justicia, de vida y verdad, de amor y de paz para todos. Renovemos, pues, la fe apostólica y, unidos, demos gracias a Dios.

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