2 de septiembre de 2012

Domingo 22º B

Por
2-9-2012
Monasterio de la Sagrada Familia,
Oteiza de Berrioplano
Ramón Sánchez-Lumbier

¡Vivir de lo esencial! Es la clave para ser felices. Lo dice la experiencia y, sobre todo, nos lo proclama la Palabra de Dios. ¡Vivir de lo esencial!, grita la vocación consagrada. Nos lo ha enseñado el propio Jesucristo con su ejemplo e insuperable magisterio: adorar sólo a Dios y dar la vida por el prójimo; amar al Señor con todo el ser y al prójimo como a uno mismo.
Acerquémonos a Jesucristo, nuestra paz y justicia, nuestra vida y salvación. Sólo en Él se realiza el pleno sentido de la existencia humana y del mundo. Es la honda sabiduría de los santos: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (S. Agustín).
El camino está señalado. Moisés exhortaba a su pueblo: “Escucha, Israel, así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar” (cf. 1ª lect.). Esta voz profética alcanza su plenitud en la voz del Padre al mostrarnos y darnos a Jesús: “Éste es mi Hijo Amado, ¡escuchadlo!”. ¡Escuchar y hacer lo que dice Jesucristo! Eso es acoger dócilmente la Palabra de Dios capaz de salvarnos (cf. 2ª lect.); en esto consiste la auténtica religión: en vivir el mandamiento del amor. Así entramos y nos hospedamos “en su tienda” (cf. salmo resp.) y podemos “ofrecer el culto auténtico”.
Por Jesucristo y por la acción de su santo Espíritu, Dios está más íntimo a nosotros que nosotros mismos. El Señor llama a la puerta para que abramos y compartamos de verdad su cercanía, su amistad, sus proyectos de salvación en favor de todos.
¡Qué lejos de todo eso estaba aquel grupo de fariseos y letrados! (cf. ev.) Se apartaban de lo esencial y ocultaban la verdad. Las invectivas de Jesús son, también hoy, clara denuncia social y llamada a conversión: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi. El culto que me dan está vacío porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”.
La estricta observancia de la ley, vigente en tiempos de Jesús, había sido convertida por los fariseos en toda una maraña de normas y reglamentaciones que impedía captar los valores esenciales de la Antigua Alianza. Abundaban formalismos que sofocaban la libertad de mucha gente. Jesús se revolvió contra ese modo de entender la Ley. Sí, la Ley seguía siendo expresión del querer divino. Pero la soberana libertad de Jesús no consentía que la voluntad del Padre fuera coartada y adulterada con prolijas formalidades sin alma.
Hermanas, amigos: ¿acaso no podemos decir que el test de la vida humana está en el corazón, en lo íntimo de cada persona? De él, nos dice el Señor, brota bondad o maldad. ¿No vale también para nuestros días la lección de Jesús? “Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”.
Según Jesús, si no vivimos en coherencia con el amor de Dios derramado en nuestros corazones, no seremos auténticos, no viviremos con los pensamientos y sentimientos, con las actitudes y obras que hacen dichoso al ser humano. Por desgracia, en la vida de no pocos cristianos, esto también se ha olvidado con excesiva frecuencia.
Pidamos para todos que el Señor nos purifique, que nos renueve por dentro con espíritu firme, que nos haga experimentar el gozo de su presencia y salvación. Por ella hemos sido ya engendrados a vida eterna “como primicias de sus criaturas”. Porque la ley de Dios, sus mandatos, no son cadena opresora, sino sabiduría y libertad, bendición divina y dignidad humana. Nos han sido dados para que tengamos vida y vida abundante.
Sí, Dios quiere que nos convirtamos a su amor, que acojamos con alegría su revelación, que nos dejemos transformar por su Espíritu. Él, sólo Él, nos dará valor para vivir y anunciar, en toda ocasión, el Evangelio de la gracia.
Hermanas y amigos, ¿asumiremos su santa voluntad con ayuda de la fe apostólica y de la liturgia de este domingo? Celebremos con alegría, aquí y ahora, el misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo. Es el triunfo de la libertad y del amor, la victoria decisiva sobre el pecado y la muerte, la única oferta permanente y para todos de vida eterna, de vida en plenitud.

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