24 de abril de 2012

El día que Jesús salió del metro

Por
Pedro Miguel Lamet

En su último número la revista El Ciervo me ha preguntado sobre qué pienso que haría Jesús si viniera hoy. Esta es mi respuesta.
Cuando salió de la estación del Metro, la plaza estaba abarrotada por una gran multitud que quería verle y escucharle. Se subían a las farolas y encima de los coches. En su mayoría eran parados, inmigrantes y marginados de toda clase, edad y condición, que se abalanzaban sobre él con súplicas y lamentos.
—¡Mira, Maestro, cómo estamos. Ni uno de la familia tiene trabajo!
—Ayúdame, Jesús. Estoy sin papeles —le gritó un joven negro
—¡Te necesito! -exclamó una mujer de la calle.
Los discípulos tenían que apartar a la gente y abrirle camino hasta un parque cercano, donde mandó a todos sentarse en el suelo. Y les habló de esta manera:
“Venid a mi todos los que estáis angustiados y sobrecargados con la crisis, soledad y falta de sentido en la vida, porque yo os aliviaré, que soy manso y humilde de corazón. No temáis, porque en mi reino los últimos son los primeros y los primeros últimos. No hagáis como los políticos que os engañan como encantadores de serpientes, mienten para ganar las elecciones, os prometen quitaros los impuestos, y en cuanto están en el poder recortan vuestro sueldo y os cargan con pesos insoportables.
“Tampoco os fieis de tantos predicadores que dicen hablar en mi nombre y no cumplen lo que proclaman o convierten sus iglesias en guetos exclusivos, reducen la religión a un montón de normas, y se olvidan del corazón del hombre, mi verdadero templo.
No hagáis como los banqueros que especulan con el dinero de los pobres y, después de haberles cobrado por un piso durante toda la vida , cuando vienen las vacas flacas y les es imposible seguir pagando, se quedan con lo cobrado y con el piso. Ni como los corruptos de la Administración que, después de elegidos para servir al pueblo, se apropian del dinero público en propio beneficio.
Vosotros no pongáis vuestro corazón en el dinero, ni en la cuenta corriente, ni en los bonos del Estado o vuestro plan de pensiones, sino en ese tesoro escondido y la piedra preciosa que nadie os puede arrancar ni robar. Amad a vuestros enemigos y luchad por la paz y la justicia en el mundo. Ser auténticos hoy día supone llevar una gran cruz. Pero no os preocupéis, que yo la he vivido primero y camino codo con codo a vuestro lado.
Luchad por la conservación de este planeta que mi Padre sembró de ríos, mares, montañas, flores, frutos y animales, y ahora lo estáis convirtiendo en un lodazal.
Repartíos y multiplicad equitativamente los bienes de esta Tierra como yo hice con los panes y los peces. Cambiad vuestro concepto de “realización” o “felicidad”, que está no en el poder, la fama y el éxito, sino en el despertar por dentro, en el “ser” y no en el poseer.
No aplastéis a las mujeres ni explotéis a los niños, pues yo me rodeé de ellos. Amaos los unos a los otros y buscad el reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”.
Así dijo. La gente empezó a aplaudir y cantar. Pero de pronto se presentaron los antidisturbios alegando que aquella manifestación era ilegal, y porque alguien había soplado que era una concentración de indignados, antisistemas o inmigrantes sin papeles.
Cuando iban a detenerle, Jesús se escabulló entre la multitud.
Alguien comentó:
—Habla como quien tiene autoridad.

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