13 de diciembre de 2011

Estad siempre alegres

Por
Tercera semana de Adviento

El testimonio de la alegría es uno de los más necesarios. Algo central del Evangelio que tenemos muy olvidado. Pero no una alegría barata que se puede alquilar por horas ni se mide entre risa y risa o entre fiesta y fiesta. Ni siquiera brota al tener cubiertas nuestras necesidades.
La alegría cristiana es don de Dios, por lo tanto es regalo. Surge sin apenas darnos cuenta desde lo profundo del corazón y se manifiesta en el tono con que hacemos y vivimos las cosas. Es la certeza de sentirme amado y salvado.
Una alegría que necesariamente es expansiva y que necesita ser comunicada. Nuestro mundo está cansado de ver cristianos con perpetua cara de viernes santo. Ladrones de alegría especialistas en ácido, ironías y mal humor. Una alegría que no deja de abrazar la cruz y sabe que sin ella nunca será completa. La alegría es el mejor argumento de la fe. Un autor espiritual recoge en uno de sus textos las palabras de un aprendiz de ateo que decía: “Tengo necesidad de veros siempre tristes porque entonces me siento tranquilo y me convenzo una vez más de que Dios, no existe. El único momento en que me entran dudas, en que comienzo a sospechar que lo que cuentan en la Iglesia no son patrañas y que Dios puede que exista, es cuando os veo alegres”.
Alegres en todos los momentos y circunstancias de la vida, alegres aunque se derrumben nuestros planes, alegres aunque las lágrimas rueden de impotencia por nuestras mejillas porque sabemos, que en el fondo de nuestra vida, está Él y nunca nos dejará.

¿Cómo estás de alegría? ¿Posees un tono vital alegre o generalmente en todo lo que haces y dices se trasluce el amargor interno? ¿Es el Señor tu alegría? ¿Qué te falta o qué te sobra? ¿En medio del dolor eres capaz de encontrar razones para la alegría? ¿Transmites alegría a los demás? ¿Eres apóstol de alegría o vendedor de tormentas?

ORAR EN ADVIENTO

Nos alegramos en ti, Señor,
porque eres nuestra dicha,
nuestra suerte permanente.

A veces los hombres se afanan
porque les toque la lotería,
en el juego de la vida.
Creen que serán felices
cuando tengan más y más,
sin darse cuenta de que todo se acaba
como el vino en la bodega.

Pero tú eres nuestro gozo,
eres la dicha inacabable.
Allí donde todo termina te acercas tú.
Allí donde todo parece perder la esperanza
tú abres puertas de par en par.

Por eso tú eres nuestra alegría,
nuestro gozo en los callejones sin salida,
casi sin darnos cuenta.

Tú transformas nuestra existencia
en la alegría saboreada día a día. Amén.

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