20 de noviembre de 2011

Jesucristo, Rey del universo

Por
Monasterio Sagrada Familia (Oteiza de Berrioplano)
Texto-homilía del Capellán, Ramón Sánchez-Lumbier
Es el último domingo del año litúrgico. Proclamamos que Jesucristo es “Rey”, es decir: Jesús es el Señor, Primogénito de entre los muertos, Cabeza de la Iglesia y de la nueva humanidad. ¿Se le puede votar? ¿No te hicieron llegar su programa? Supongo, sí, que ya conoces algo porque, en Él, todo ha sido llamado a la plenitud y, por Él, todo hallará perfección. “Y, así, Dios lo será “todo para todos” (cf. 2ª lect.).
Tenemos la dicha de creer que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios encarnado, la Palabra eterna de Dios que asumió nuestra humana condición. Nos fue entregado por amor, nació pobre, vivió sencillamente, pasó haciendo el bien, afrontó la adversidad con fortaleza, y padeció la muerte perdonando a sus enemigos y encomendándose al Padre.
Así, triunfó Jesús sobre el pecado, así venció el poder de la muerte para bien de todos. Ahora vive resucitado. Es el Hermano universal que, exaltado en la gloria de Dios, nos está ofreciendo a todos su mismo Espíritu, su misma Vida, su Evangelio, su Mandamiento nuevo, sus Bienaventuranzas. No tenemos otro Camino para ir al Padre y alcanzar nuestra más honda verdad.
Queridas hermanas y amigos: la vida eterna de los bienaventurados la podemos experimentar ya viviendo el mandamiento del amor, amor que el Espíritu Santo pone en nosotros. Sí, lo confesamos con gozo: Jesucristo es el Tesoro y el Programa para la mejor realización personal y colectiva. “Cristo tiene que reinar”. La fe en Jesús de Nazaret, el Señor resucitado, renueva la esperanza de cuantos se entregan con amor a la transformación del mundo. Y quien vive en justicia y amor, aunque aún no haya sido evangelizado, ha sido también ‘tocado’ por el Reinado de Dios.
Jesús mostró reticencias para aceptar el título de Mesías/Rey. Hoy el evangelio refleja un episodio donde sí lo asume claramente: después de hablar de la venida en gloria del Hijo del Hombre, dos veces se autocalifica Jesús como rey que dialoga con gente de toda nación. “Rey” y “Señor”, ya lo sabéis, son términos que piden interpretación, desde las claves del Evangelio, cuando son aplicados a Jesús. Su señorío y reinado son muy especiales: no se revelan en la fuerza sino en la debilidad de la encarnación, del servicio por amor y hasta la cruz. “Se humilló; por eso, Dios lo exaltó”. Con su vida y su pascua, Jesús manifiesta a Dios; un Dios salvador, que reúne y guía al pueblo. Un pueblo por Él creado, un pueblo siempre y fielmente amado.
Lo propone la primera lectura del profeta Ezequiel y lo contempla y lo canta el salmo responsorial: como el pastor bueno vive solícito por su rebaño, así Dios promete liberación, reunión, curación, atención y cuidados. Jesús se identifica como “el Buen Pastor” que da su vida por todos y a todos ofrece la salvación. Piedad y ternura sin par, comprensión e infinita misericordia son rasgos distintivos de Jesucristo-Rey. ¡Qué maravilla!: el Señor del universo es la Verdad eterna de Dios y, también para todo ser humano, es la Bondad entrañable y eficaz, el Amor liberador.
La segunda lectura aludía también al reinado de Cristo. Se trata de un reinado que se va haciendo en el combate y en la victoria sobre todo cuanto se opone al proyecto salvador de Dios. Cada vez que alguna indigencia humana es vencida (llámese hambre, sed, dolor, enfermedad, soledad, pecado...) el reinado de Jesucristo muestra su poder salvador. La lucha sólo terminará con la victoria total sobre la muerte: “el último enemigo aniquilado será la muerte”. Sólo Jesucristo Resucitado, Vencedor de la muerte y Señor de la Vida, ha podido dar origen a “los cielos nuevos y la tierra nueva”. El universo tiene en Él su fuente, su sentido y su meta.
En fin, el evangelio de hoy, con la alegoría del juicio último, nos sitúa ante el “Rey” que, “sentado en su trono”, viene a juzgar. Su “juicio” es y será examen de amor. Un examen que se puede ir aprobando o suspendiendo día a día. Porque “la nota final” pasa por una original “evaluación permanente” acerca del amor al prójimo en la ayuda al necesitado.
Sí, para cada uno de los humanos, de algún modo, la eternidad se hace en la historia y es gratuita y luminosa, a la vez que exigente, la lección evangélica: Jesús se nos hace particularmente presente en los que sufren, en los despreciados y maltratados, en los marginados y quebrantados por cualquier injusticia.
Que el Espíritu Santo nos ayude a creer de verdad, a amar a los hermanos día a día y a esperar el pleno cumplimiento del reinado de Dios. Reino que ya ha comenzado con la manifestación del gran Dios y Salvador, nuestro Señor Jesucristo. ¡A Él la gloria por los siglos de los siglos! Está entre nosotros. Lo celebramos con gozo. ¡Amén!

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