10 de abril de 2011

Yo soy la resurrección y la vida

Por
Quinto domingo de Cuaresma, A
10 de abril de 2011
Los textos evangélicos de los domingos cuaresmales han ido presentando ante nuestros ojos aspectos de la grandeza de Jesús que van preparando el corazón del creyente para acoger a Cristo en la plenitud de la Pascua. “Yo soy el agua viva”, decía el Mesías a la samaritana. “Yo soy la luz del mundo”, anunciaba el Maestro al ciego de nacimiento. “Yo soy la resurrección y la vida”, dirá un conmovido Jesús a Marta, la hermana del difunto Lázaro. Tres revelaciones que, desde el principio, la Iglesia proponía al catecúmeno que se preparaba para recibir el Bautismo en la celebración de la Pascua, y que hoy se nos sugieren a nosotros como propuesta que nos interpela en nuestro camino cuaresmal y en la renovación del don del bautismo que un día recibimos.
En los tres casos su afirmación irá acompañada de un dardo que se dirige al corazón de su interlocutor: “¿crees?”. Todos responden afirmativamente prendiendo en ellos la chispa de la fe. No son conscientes aún, pero el Maestro les ha regalado una vida nueva. Y nos toman de la mano a nosotros para recordarnos cuán importante es actualizar nuestra fe en este camino cuaresmal para poder acoger la grandeza del acontecimiento de la Resurrección. La resurrección de Lázaro es el séptimo y último milagro de Jesús en el evangelio de Juan. Con toda intención, las primeras palabras son para presentarnos a un enfermo moribundo: Lázaro. Este personifica al hombre, herido por el pecado, que camina hacia la muerte, cuando Cristo lo llama a la vida. Desde el comienzo de su predicación, Jesús nos lo anuncia con claridad: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Con la resurrección de Lázaro muestra su poder sobre la muerte. Él es la resurrección y la vida, y lo muestra con el testimonio de sus hechos. Los milagros de Jesús en el Evangelio de San Juan se nos presentan como un camino ascendente y con la resurrección de Lázaro nos situamos en el último peldaño. Para que el hombre pueda tener vida, para que sea derrotado el “último enemigo, la muerte” (cf. 1 Cor 15,26), es preciso que Cristo ofrezca su vida, sufra su pasión, muera y resucite. Jesús, que está caminando con decisión hacia Jerusalén para cumplir con su misión, parece que quiere mirar la muerte anticipadamente aquí en Betania, junto al sepulcro de Lázaro, y anunciar su derrota definitiva.
Su poder sobre la muerte es parte de su misión, pero no será un pleno poder hasta que, exhalando el Espíritu Santo hacia Dios y hacia la Iglesia, muera en la cruz. Cristo ofrece aquí ya un signo y una prenda de la resurrección del último día al devolver la vida a Lázaro. Anuncia también su propia resurrección que, sin embargo, será de otro orden.
¡Lázaro vuelve a la vida! Este hecho es solamente el anuncio de la verdadera resurrección, que no consiste en una prolongación de la vida, sino en la transformación de lo que mi persona es y será. La resurrección es, ante todo, espiritual, aunque afecta a todo nuestro ser. Y comienza con nuestra “muerte a una vida sin Dios”, en la que la fe nos hace salir de nuestra gastada manera de vivir, para abrirnos a la vida nueva en el Espíritu. A eso nos mueve este tiempo de gracia que es la cuaresma.

Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín

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