13 de marzo de 2011

Domingo 1º Cuaresma

Por
Monasterio Sagrada Familia. Oteiza de Berrioplano.
Texto-homilía del Capellán, Ramón Sánchez-Lumbier
El pasado “miércoles de ceniza”, con toda la Iglesia, emprendíamos el camino en “tiempo propicio” de conversión. ¡Hacia la Pascua! Convertirse, dicho “en cristiano, es reencontrarse, ante todo, con el rostro del Dios que nos revela Jesucristo; y, con él, avivar nuestra condición de hijos y de hermanos. Convertirse, dicho “en cristiano”, es volver al Padre de Jesús y Padre nuestro.
Tendremos ocasiones múltiples en este tiempo de gracia: lluvia y mesa más abundante de la Palabra de Dios, espirituales exhortaciones de gentes de fiar, celebraciones sacramentales de la Reconciliación y de la Eucaristía, prójimos necesitados, lejos y a la puerta, pruebas personales y sociales, cruz del día a día…
El Papa Benedicto XVI propone Mensaje para esta Cuaresma: «Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado” (cf. Col 2,12). Hermanas, amigos: ¿no es buena noticia que enardece el corazón y empuja a vivir, desde dentro, el camino del seguimiento? ¿No amplía la esperanza de valorar mejor la inmensa gracia de haber sido llamados a compartir la Pascua del Señor? Novedad de vida, don y tarea, concentrada en el Bautismo. En él fuimos incorporados a Jesucristo a fin de participar de su vida y misión, aquí peregrinos y en el esplendor de la eterna gloria. ¿No es maravilloso poder empezar así la Cuaresma? Nuestra buena voluntad sea ya un canto de gratitud al Señor por cuanto ha hecho y quiere seguir haciendo con nosotros.
Pero, es verdad: no obstante tanta divina acción, nos queda un amargo sabor cuando no podemos superar manías y egoísmos. Por eso, acogida en la fe la Palabra de Dios, anhelamos más purificación y santificación. Escribe el Papa: “El Bautismo no es un rito del pasado, sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo”… “La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia ‘los mismos sentimientos que Cristo Jesús’ (Flp 2,5), se comunica gratuitamente”.
El ejemplo de Jesús tentado en el desierto, después de haber sido bautizado en el Jordán, hizo que el tiempo cuaresmal en los comienzos de la Iglesia fuese el principal proceso de conversión para los catecúmenos llamados a ser bautizados en la Vigilia pascual. Ellos lo tomaron muy en serio, y la comunidad cristiana les acompañaba con oración, educación en la fe y prácticas penitenciales.

La cuaresma cristiana –en nuestros días también- sigue siendo “tiempo de gracia” para configurarnos con Jesucristo, el “Hijo fiel” y el “Hombre para los demás”. Incorporados a Jesús-el-Señor, todos los cristianos estamos llamados a ser “pascua”, a vencer la tentación, a adorar sólo a Dios, a servir a los hermanos, a compartir con los pobres. Sí, la Palabra de Dios nos ayuda a profundizar en esta vocación bautismal y nos da pistas para comprender qué supone, para cada uno de nosotros y para la humanidad entera, esta decisiva alternativa: marginar o acoger a Dios, darle la espalda o abrazarse con su proyecto salvador.
En efecto, “adanes y evas” diversos somos tentados por mil señuelos de orgullo y egoísmo; y todos caemos al desobedecer a Dios (cf. 1ª lect.). Pero “donde abundó el pecado, pudo más la gracia”: “el nuevo Adán” salió vencedor en sus duras pruebas (cf. ev.). Pablo mostraba el paralelismo entre el viejo Adán y Jesucristo, el Hombre Nuevo (cf. 2ª lect.). Jesús asumió todo lo nuestro, pasó haciendo el bien, fue tentado, venció al Tentador, padeció, murió y resucitó para hacernos hijos de Dios que confían, oran y aman. Él sigue actuando en nuestro favor para que seamos verdaderos hermanos que se sirven de las cosas y las comparten. Con su gracia, con el poder y cariño de su Espíritu, ¿cómo no vamos a ser hijos fieles que adoran sólo a su Dios, Creador y Padre? ¿Cómo no vivir para los demás? ¿Cómo no responder con amor a tanto amor?
Con el evangelio de hoy nos llega la reflexión del Papa: “el primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición humana en la tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad, y a acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida. Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha ‘contra los dominadores de este mundo tenebroso’ (Ef 6,12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor. Cristo sale victorioso, también para abrir nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal”.

Hermanas y amigos: a ser más solidarios, a vivir como hermanos, a tener entrañas de misericordia y servir eficazmente a los necesitados, nos llevará el mismo amor de Dios. Contemplar y gustar su rostro, a la luz de la experiencia y mensaje de Jesús, se nos hace posible por su Espíritu en la asidua meditación de la Palabra divina y en la más insistente y confiada oración. No perdamos el tiempo. Aprovechemos, más bien, esta nueva oportunidad de gracia y de salvación. Con el Papa, “encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos, como ella, en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna” (fin del Mensaje citado).
La Iglesia nos irá proponiendo terapia adecuada para que, “dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno, por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, podamos llegar a ser con plenitud hijos de Dios” (cf. prefacio Cuaresma I). Sí, nos avala y fortalece el triunfo de Jesucristo. ¡Su Pascua es nuestra victoria! Lo celebramos en la Eucaristía. ¡Demos gracias a Dios!

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