20 de febrero de 2011

Monasterio de Oteiza. Domingo 7º T.O.

Por
20-2-2011

Ramón Sánchez Lumbier. (Capellán)
Puede que te llegue muy a tiempo. Puede, quizá, que no estés para abrazarte con ello. Pero, si has escuchado bien, es para tu alegría, para que vivas “a lo Dios”, para que llegues a alcanzar la meta a la que te han llamado. ¿Que no te atreves? ¿Que te conoces ya demasiado como para seguir soñando con amores de la primera hora?
¡No desesperes! ¡Confía! Sí, y anhela, sin frenos, bienes mayores: para ti, para los tuyos, para tu comunidad, para la Iglesia, para el mundo. Piensa en ello y reza. Reza sin desmayo, reza con serenidad, reza abandonándote en Dios. Y, claro, también haz cuanto esté en tu mano. Él llegó antes, va hoy contigo de camino y estará en el paso del día siguiente, siempre fiel y misericordioso.

¿Podemos, pues, reconsiderar de nuevo lo escuchado? Ya en uno de los pasajes más luminosos del AT, Moisés, de parte de Dios, hablaba así ‘a la asamblea de los hijos de Israel’: “seréis santos porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”... Eso pedía vivir en contraste con la tendencia dominante: “no te vengarás ni guardarás rencor… sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo” (cf. 1ª lect.). Y vivirlo con alegría y bendiciendo a Dios. Porque Dios quiere que su pueblo se le parezca, tiene que haber semejanza entre el Señor y sus amantes adoradores: “El Señor es compasivo y misericordioso. Bendice, alma mía, al Señor… y no olvides sus beneficios… Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles” (cf. salmo resp.).

Quien adora y bendice con amor, imita, quiere unión plena, abrazo integrador, comunión de vida. Eso supone reconocer ante todo la soberanía de “solo Dios”, el Dios-Vivo, único en quien podemos y debemos gloriarnos, el que todo nos lo ha dado para que vivamos por él y con él: “Así pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro; Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios”. Esta última frase podría ser lema de la grandeza y libertad de todo cristiano. ¿Te lo crees, hermana?, ¿te lo crees, amigo?, ¿no vivifica todo nuestro ser?, ¿no nos hace saltar de alegría? En estos tiempos también, ya lo sé, parece “cosa de locos”. Y es que se trata de ‘una sabiduría divina’ que, si nos alcanza, nos afecta por completo. ¿Nos enteramos?: “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” Ya san Pablo observaba: “Si alguno de vosotros se cree sabio de este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios” (cf. 2ª lect.).

Queridas hermanas y amigos: ¿estaba loco san Pablo?, ¿estamos alelados nosotros por creer en la Palabra del Señor? ¿No será que, siguiendo a Jesús en verdad, el evangelio se hace luz y vida, gozoso anuncio y poder que transforma corazones? ¿Puedes sinceramente con esta oración?: “Confío, Señor, en tu misericordia; alegra mi corazón con tu auxilio y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho” (sal 12,6). ¡Enhorabuena! Así, ya no te extrañarán las propuestas de Jesucristo. Al revés, te gozarás con ellas, siempre de nuevo. ¡Bendito sea el que nos quiere bienaventurados, dichosos, ya desde ahora, siguiendo sus caminos!

Lo vamos viendo: en los evangelios de estos domingos Jesús despliega cuanto implican sus Bienaventuranzas. Hoy, el pasaje llega a la cima. Lo que menos podían esperar aquellos primeros discípulos era que les pidiera amar a los enemigos. ¿Estaba loco también Él? ¿Sabía lo que decía? ¿Era eso lo que Dios quería? ¿Es eso lo que sigue queriendo?

“Los oyentes le escuchaban escandalizados. ¿Se olvida Jesús de que su pueblo vive sometido a Roma? ¿Ha olvidado los estragos cometidos por sus legiones? ¿No conoce la explotación de los campesinos de Galilea, indefensos antes los abusos de los poderosos terratenientes? ¿Cómo puede hablar de perdón a los enemigos, si todo les está invitando al odio y a la venganza?... (Pero) su invitación nace de su experiencia de Dios. El Padre de todos no es violento sino compasivo…, no excluye a nadie de su amor…Ésta es la síntesis de la llamada de Jesús: ‘Pareceos a Dios. No seáis enemigos de nadie, ni siquiera de quienes son vuestros enemigos. Amadlos para que seáis dignos de vuestro Padre del cielo’… (En verdad,) amar así es lo que mejor nos identifica con aquel que murió rezando por quienes lo estaban crucificando: ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’” (Pagola).

Tratemos de “aterrizar”. Porque “el amor que Jesús nos propone se debe hacer gesto cotidiano, permanente. Porque los amigos o enemigos a los que indistintamente debemos amar se pueden encontrar cerca o lejos, en nuestro hogar o en el vecino, puede ser un familiar o un compañero, frecuentar nuestras sendas o sorprendernos en caminos infrecuentes… Pero todo esto da lo mismo. No hay distinción que valga para dispensarnos de lo único importante, de lo más distintivo y de lo que nos diferencia de los paganos: el amor. En esto nos reconocerán como sus discípulos” (Mons. Sanz).

Concluyo con otra cita episcopal: “Para ser cristiano no basta cumplir con la justicia de este mundo. Hay que imitar la justicia de Dios que nos ama a todos, buenos y malos, con infinita misericordia…Ésta es la luz del mundo. Ésta es la levadura que puede transformarlo. Los proyectos laicistas de la ciencia, de la política, se quedan muy cortos e impotentes… El amor convence… ¿No será la falta de este amor vivido con claridad la causa de la poca fuerza evangelizadora de nuestras comunidades?” (Mons. Sebastián).

Hermanas y amigos: ¿Reconoceremos que precisamos el Espíritu de Dios para vivir como hijos suyos? Todo lo bueno y hermoso tiene su fuente, su centro y su meta en la Eucaristía. Aquí tenemos la suerte inmensa de vivir el encuentro con este misterio de Amor de Dios-Padre-de todos, revelado y entregado en Jesucristo su Hijo para que podamos vivir con la fuerza de su mismo Espíritu. Deseémoslo con auténticas ansias de amor. Pidámoslo con incesante fe porque Dios nos lo quiere dar para que nos vayamos pareciendo a Él. Y renovemos la vocación que nos dignifica, la gracia acogida y la tarea asumida de ser hijos de Dios, beneficiarios y servidores de su amor a todos. Como lo fue Jesús. En obediencia fiel, con total generosidad, con la dulce y audaz esperanza de un postrer encuentro eternamente feliz.

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