2 de febrero de 2011

De Dioses y hombres

Por
LA PELÍCULA DEL AÑO, DE LA SEMANA… Y DE TODOS LOS DÍAS
Francisco R. de Pascual, monje cisterciense
Cóbreces (Cantabria).
Eclesalia, 21/01/11

Acabada ya la Navidad, que debería haber sido
una meditación litúrgica eclesial colectiva sobre el tiempo y lo que
nosotros somos en él, nos llega una película que ha recibido diversos
calificativos, y que, para mí, coincide en su título sobre lo que
acaba de decir, o sea, sobre el misterio de los dioses y los hombres
en el tiempo…
Jesús, María y José se encontraron con que su tiempo, su vida,
coincidió con unos designios misteriosos, anunciados por lo visto por
los profetas y reconocidos por unos reyes “paganos”, pero ignorado por
“los de casa”.
La película sobre los monjes de Thibirine, mis hermanos de Orden y de
ideal monástico, ha sorprendido a muchos, por lo visto. Y a mí se me
ocurre una reflexión a bote pronto, entre el orgullo “familiar” y un
poco de pena penita pena por lo que algunos “de casa” han descubierto:
que había monjes entre musulmanes, que esos monjes eran “humanos”, que
“decidían juntos” su suerte, y que, al fin, se vieron envueltos en el
absurdo de una guerra “que no iba con ellos”, pero de la que fueron
víctimas y salieron gloriosos.
Bien. Los monjes cistercienses. En muchas comunidades, hemos vivido
esas situaciones a lo largo de los siglos, y concretamente ahora se
viven, como en Midlet, en otros lugares del mundo. Es decir, que para
nosotros es la película de todos los días.
Muchas personas nos escriben, nos envían los videos y nos regalarán la
película, pirateada o cuando salga en DVD. Y algunos casi como que nos
preguntan si sabemos algo de la historia.
Bien. Lo que se dice aquí de estas comunidades sucede en otras de todo
el mundo cristiano, y en algunas con más crudeza y crueldad.
De acuerdo. De vez en cuando necesitamos una película, una página de
periódico o un reportaje “impactante”. Eso está bien, son momentos de
toma de conciencia importantes.
La pena penita pena que a veces siento es que las realidades esas en
que se junta el tiempo de los hombres y los dioses no es tan exótico
como parece, sino que es algo de cada día, de cada momento, que existe
muy cerca de nosotros y que está, probablemente, a nuestro lado. Pero
que no vemos. Y que, a veces, incluso hasta infravaloramos por
prosaico y banal.
Quiero decir –me da la impresión- que nos enteramos de lo que hay sólo
por las películas o por los periódicos.
Hablé algunas veces con el P. Christian con motivo de reuniones de
nuestra Orden, hace años. Me pareció un monje sencillo, fino,
agradable y casi tímido, nada singular, como hay tantos en nuestra
Orden. Quizá en la misma Orden tampoco teníamos conciencia de lo que
pasaba en Thibirine hasta que pasó lo que pasó. Una casa más, unos
monjes más, una situación difícil como otras, y hasta pensábamos que
para lo que hacían quizá fuera mejor se hubieran ido a otro sitio más
“rentable” vocacional y monásticamente “productivos”.
La cuestión capital. Sólo cuando los tiempos de los dioses y de los
hombres se juntan, coinciden, se cruzan, se produce la salvación y la
gracia. Es la historia de Navidad repetida en el tiempo.
Sólo en esos momentos emerge la gratuidad y la libertad de los hombres
y los dioses, características personales e intransferibles de
cualquier aventura espiritual, vetada a los calculadores y
funcionarios de lo religioso.
Los monjes de Thibirine, como otros muchos monjes, son sólo testigos
de un cruce de caminos entre los dioses y los hombres, entre la
libertad y la gracia, entre la dignidad de los hijos de Dios y la
debilidad de lo mundano.
La película podemos verla todos los días. Quizá nos hayamos alejado,
como cristianos, del cine de la gracia universal, de la historia de
salación que se filma cada día y cuyos protagonistas tenemos más cerca
de lo que suponemos.
Pero también en ese cine hay muchos cristianos entretenidos con los
reclamos publicitarios, las palomitas de maíz y los “efectos
especiales” de la acción en pantalla.

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