9 de diciembre de 2010

Navidad visualizada desde la apocalíptica

Por
Dicimebre 2010
Mari Carmen y Fernando Bermúdez, misioneros

“No temáis, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33)Estamos siendo testigos de una de las mayores crisis de la historia. Es una crisis de humanidad. La globalización neoliberal ha llevado al mundo a una confusión y desequilibrio humano, abarcando todas sus dimensiones: económica, política, social, cultural, climática, religiosa, ética y espiritual. Ha entrado en crisis el sentido mismo de la vida del ser humano.
El sistema neoliberal actúa como un monstruo gigante, ante el cual parece que no se puede hacer nada y que hay que dejar las cosas como están aunque no nos gusten. En esta situación de crisis, como creyentes en Jesús, obligadamente nos vemos en la necesidad de volver la mirada a los tiempos antiguos de la iglesia naciente.
A finales del siglo I las comunidades cristianas vivieron también una situación de crisis. El imperio romano exigía a todos sus súbditos un sometimiento total al poder militar y a su estilo de vida. El emperador era considerado un dios al que había que rendirle culto.
Las comunidades cristianas se encontraron ante una disyuntiva: aceptar vivir sometidos al pensamiento único del imperio o rechazar la idolatría imperial viviendo marginados e incluso perseguidos. Algunos claudicaron, pero la mayoría resistió y no pocos fueron asesinados. El Apocalipsis describe la resistencia de las comunidades frente al imperio aportando un mensaje de fortaleza y de esperanza. Llama a los cristianos a enfrentar con valor y firmeza la lucha diaria contra el mal, porque Cristo resucitado está a nuestro lado y sólo él tiene en sus manos el destino de la historia humana. El Apocalipsis ofrece la clave para interpretar los acontecimientos de la historia a la luz de la fe.
Ahora no tenemos el imperio romano, pero tenemos otro imperio más poderoso y maligno que se ha constituido en el señor del mundo: el sistema capitalista neoliberal globalizado, que ha convertido el planeta en un gran mercado. Este es hoy el monstruo del Apocalipsis. Destruye la vida de los pobres y del medio ambiente, es causante del hambre de dos terceras partes de la humanidad, provoca guerras de ocupación (Palestina, Afganistán, Iraq, Congo, Sahara…) arrasando pueblos y sembrando destrucción y muerte; e impone valores contrarios al espíritu de justicia y de misericordia proclamado por el evangelio de Jesús.
El monstruo se afana en dominar el mundo y someter la conciencia de los pueblos. Su ética es la ambición económica, el engaño y la violencia. Su dios el poder y el dinero. El monstruo entrega el poder a la bestia (Ap 13, 2-4). Ésta representa a todas aquellas personas e instituciones que defienden y personifican los intereses del monstruo: Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial de Comercio, Banco Central Europeo, Reserva Federal de Estados Unidos, Wall Street…, que han impuesto una dictadura de los mercados, un “terrorismo financiero”. El monstruo ha idolatrizado el mercado.
No hay otro dios que el mercado. Las corporaciones transnacionales han tomado a todo el planeta como su campo de acción, haciendo del libre mercado un dogma sagrado, un dios. Hoy más que nunca resuenan con fuerza aquellas palabras de Jesús: “¡No se puede servir a Dios y al dinero!”.
Vivimos en un mundo complejo en donde el poder invisible de los intereses económicos y geopolíticos mueve los hilos de la historia. ¿Cómo leemos esta realidad desde la fe? En los últimos tiempos del Antiguo Testamento, el pueblo hebreo vivió sometido a la tiranía del rey helénico Antíoco IV. El libro de Daniel, igual que el Apocalipsis, llama al pueblo a armarse de valor y firmeza para ofrecer resistencia al poder opresor. Infunde ánimo y esperanza a la comunidad que vive en una situación de crisis, porque la última palabra no la tienen los poderes imperiales sino el Dios de la vida, el Dios de los pobres.
Daniel describe el imperio con la visión de una estatua:
“Era una estatua majestuosa, una estatua gigantesca y de un brillo extraordinario. Su aspecto era impresionante. Tenía la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies de hierro mezclado con barro…Pero una piedra se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua y la hizo pedazos.
Del golpe se hicieron pedazos el hierro y el barro, el bronce, la plata y el oro, triturados como la paja cuando se limpia el trigo en verano, que el viento la arrebata sin dejar rastro. Y la piedra que deshizo la estatua creció hasta convertirse en una montaña grande” (Dn 2, 31-35).
El profeta se está refiriendo a los distintos imperios que han dominado al pueblo: el babilónico, el asirio, el egipcio y finalmente, el imperio griego macedónico. Posteriormente, el Apocalipsis se centrará en el imperio romano. La piedra que chocó con la estatua y la destrozó representa el reino de Dios, que es don gratuito del Espíritu y también esfuerzo del pueblo.
Es por eso que tenemos la certeza de que este imperio que hoy domina al mundo no es eterno. Caerá, como cayó la estatua de Daniel. El Apocalipsis proclama: “Cayó, cayó Babilonia la grande” (Ap.18, 2), refiriéndose a la Roma imperial. Es el grito de esperanza de los profetas antiguos como el de los profetas de nuestro tiempo. Tal vez no pase mucho tiempo en que la humanidad y sus líderes comprendan que con este sistema no hay futuro.
Muchos hombres y mujeres y movimientos sociales en todo el mundo, particularmente en los pueblos del sur, están descubriendo las flaquezas del monstruo, y a pesar de saberse débiles, desenmascaran su maldad y buscan estrategias para debilitarlo. Pedro Casaldáliga dice: “Somos soldados fracasados de una causa invencible”, porque es la causa de la justicia, la causa del amor, la causa de Jesús. La fuerza está en lo pequeño, en lo débil, en el niño de Belén. La última palabra no la tiene el poder del monstruo sino el Dios que se revela en Jesús y acompaña el caminar de los pobres de la tierra.
Tener esperanza en un mundo diferente es una amenaza para el monstruo neoliberal, que piensa que con él ha llegado el “fin de la historia”. Por eso, el monstruo trata de descalificar a los que sueñan en otro mundo posible, los llama demagogos, los difama e incluso los persigue y asesina.
El monstruo tiene la fuerza, las armas, el dinero y el poder, pero le falta la verdad, que la tienen aquellos hombres y mujeres, comunidades y movimientos sociales, que anhelan un mundo de justicia, de amor y de vida digna para todos sin exclusión, porque esta es la causa de Jesús, la causa de Dios. Desde su debilidad, Jesús en la gruta de Belén, grita: ¡No temáis, yo he vencido al monstruo! Navidad es un llamado a la resistencia y a la reconstrucción de la esperanza.

¡Feliz Navidad!

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